La presencia del padre y de la figura paterna es crucial para cualquier persona. No cabe duda de la importancia y el rol vital que juega la madre en el desarrollo de cualquiera, pero quizá ahora estamos valorando con nuevos ojos lo fundamental que resulta la paternidad en el ser humano, en la persona humana. O para ponerlo en otro términos, la ausencia de la figura paterna, trae en los individuos no sólo la pérdida de una relación de la mayor relevancia en la experiencia de alguien, si no en muchos casos es causa de problemáticas sociales que no hemos logrado vislumbran en su exacta dimensión.

No me refiero aquí exclusivamente al papá biológico, o al género masculino, me refiero a la figura paterna masculina en cualquier ser humano. Por eso ayer que fue el Día de la Familia, no se defiende un solo modelo de familia, porque hay mucho tipos o modelos de familia, que no necesariamente tienen que ser hombre y mujer.

Pero fuera de esa discusión, lo que sorprende es que la ausencia del padre está siendo causa y efecto de mucho sufrimiento individual y social, y está en el centro de problemáticas de convivencia o incluso de generación de violencia en muchos ámbitos sociales.

Uno de los problemas que las religiones en general han tratado de subsanar es precisamente esta ausencia del padre biológico, con la figura paterna de un padre espiritual, ante la imperfección del ser humano. El cristianismo llevó esta idea a su máxima expresión lo que explica en gran parte su éxito terrenal.

No se trata solamente de la ausencia física del padre, por ejemplo, cuando éste fallece en una edad temprana, se trata de la ausencia de la figura paterna por desobligación, por exceso de trabajo, por incapacidad de mostrar sus emociones, por incompetencias conversacionales, por alcoholismo, o bien una presencia abrumadora y violenta, etc., etc., etc.

Estas situaciones las retrata muy bien una serie televisiva catalana, Merlí. El programa no pasaría de ser un conjunto de lugares comunes de la etapa de la adolescencia o la preparatoria de cualquier parte del mundo, si no es porque detrás de cada conflicto personal o interpersonal de los personajes de la serie, está precisamente la ausencia de un padre, o la presencia de un padre violento y abusador, la falta de un padre amoroso, la inexistencia de un papá que, en muchos de los casos, ni siquiera aparece en escena. El genial profesor Merlí va señalando a lo largo de cada capítulo esa ausencia en cada uno de sus pupilos, y va haciendo intervenciones transformadoras dignas del mejor coach ontológico.

Una de las cosas que más me han sorprendido en mi andar con familiares de personas desaparecidas en Veracruz, es precisamente la ausencia de los padres, de los papás. Tanto en la búsqueda como en cualquier diligencia o reunión con la autoridad, como en las marchas y manifestaciones sociales, son las mujeres, las madres, esposas, hijas, abuelas, quienes están, y sólo en muy pocos casos están los hombres, los papás, los abuelos.

Pero no sólo eso, sino que al conocer los casos o las historia de familia un poco más, uno se puede dar cuenta que esa ausencia venía desde antes, desde antes de la desaparición. Muchos de los desaparecidos, tiene también a sus padres desaparecidos, si bien no propiamente desaparecidos, sí lo han sido porque no estuvieron ahí nunca en sus vidas. Padres alcohólicos, padres que se fueron, padres maltratadores, etc.

La ausencia de los papás es una verdadera tragedia social. Este jueves 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer. No hay nada que festejar, y hay mucho que hacer desde los hombres, desde nuestras masculinidades. Los gobiernos y las políticas públicas tienen que hacer algo ya, urgente, para atacar el problema de padres ausentes, de padres desobligados e irresponsables, de padres violentos, y promover paternidades no sólo diferentes, sino presentes.

Quizá el problema sea todavía más complejo cuando pensamos que como sociedad estamos esperando a un caudillo, a una Presidente que nos venga a resolver todos los problemas y a cambiar a México, a cambiarnos a nosotros mismos. No recitamos un Presidente que venga a suplantar la figura de nuestro propio padre ausente, necesitamos miles de profesores Merlí que vengan a mostrarnos de que somos padres ausentes, y que debemos revisar nuestra presencia en la vida de nuestros hijos.

No se necesita una religión para eso, ni un gobierno paternal de derecha o paternalista de izquierda (ambos pueden ser igualmente autoritarios), se necesita revisar esta tragedia de hijos sin padres, de hijos que tienen un vació, y ese vacío que es de ellos, es también un problema de toda la comunidad, un vacío de amor y de responsabilidad.

Esto resulta en una gran paradoja, vivimos en una sociedad autoritaria (también en comunidades y familias autoritarias) por el poder ejercido por hombres (y también mujeres) autoritarios, y al mismo tiempo tenemos la ausencia de padres y paternidades, y la falta de autoridades responsables, y de padres responsables, amorosos, presentes.