- «Un buen fandango es ese en el que todos nos estamos escuchando, cabalgando en un mismo son. Por lo que los cantadores tendrían que estar muy atentos a lo que está pasando en ese momento para proponer algo»: Stephanie Delgado.
- «Desde el son jarocho surge lo que pienso, lo que compongo o mis improvisaciones»: S. D.
Este sábado 3 de marzo a partir de las 13:00 horas en Xallitic se realizará un «Memorial Sonoro», para apoyar a los colectivos que buscan a personas desaparecidas en la entidad. Los grupos de artistas Macuiles, Ramón Gutiérrez Trío, La Calandria, Vox Populi, Messedades, Paty Ivison, Lizarely Servín y Eloy Zúñiga pondrán su talento al servicio de las familias que buscan la construcción del «Memorial para los seres queridos desaparecidos», que será levantado entre las avenidas Xalapa y Orizaba de esta capital.
«Sabemos que en México hay más de treinta mil desaparecidos y Xalapa no está exenta de estos casos. El ‹Memorial Sonoro› será una jornada artística y cultural donde participaremos muchos artistas para exigir paz, justicia y derecho a la memoria. Deseamos que las familias tengan un lugar a donde ir para desahogar la pena que representa tener un familiar perdido» –explicó la cantadora de son jarocho Stephanie Delgado.
A propósito de este evento y para platicar sobre su experiencia, entrevisté a la joven vocalista y jaranera, quien forma parte de los grupos Ramón Gutiérrez Septeto, Andrés Flores y la Flota, así como de Bemberecua.
Además, junto a su hermano, el periodista Alberto Delgado, Stephanie dirige un interesante proyecto de rock, Aquí no mando yo, conformado, casi en su totalidad, por periodistas que encontraron en la música un espacio para librarse un poco del estrés, la presión y, tal vez, el temor que conlleva hoy en día la profesión del reportero.
En el mes de mayo, Stephanie viajará a Europa para difundir algo de nuestra música. En Madrid, Barcelona y Zúrich, la vocalista impartirá talleres de canto, zapateado, jarana y ofrecerá conciertos con músicos que están haciendo son jarocho en aquellas latitudes.
Si pienso en Stephanie interpretando los versos de algún son, enseguida se me vienen a la cabeza los adjetivos «auténtica» u «original». Platicando con ella, descubrí que esa identidad artística que la joven ha alcanzado es producto de su convicción de que no existe una división entre el ser persona y el ser artista.
«Arriba del escenario sigues siendo tú mismo, claro que ahí ofreces un espectáculo, pero eso no implica que te conviertas en alguien diferente. Me parece terrible que la industria imponga ciertos cánones de belleza, sobre todo para las mujeres, según los cuales tienes que cambiar tu ropa o tu cuerpo. Es horrible que tengamos que ceder en ese aspecto. Yo esperaría que en las músicas tradicionales pusiéramos atención a otra cosa, que lleváramos la dignidad lo más lejos posible. Claro que ya existen tantas fusiones, que no espero que todos nos vistamos con traje tradicional, pero el punto está en la libertad».
Aunque la artista originaria de Hueyapan de Ocampo, Veracruz, se asume, ante todo, como cantadora de son jarocho, también ha incursionado en el blues, rock, jazz, boleros. Pues gracias al gran interés de su hermano por la música, la vocalista estuvo expuesta desde niña a diversos géneros musicales.
«De pequeña comencé a escuchar jazz y música latinoamericana, a partir de esta última surgió mi gusto por la música tradicional de México. Oía a Mercedes Sosa, María Dolores Pradera, Chabuca Granda, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, esta nueva ola de la trova y, finalmente, llegué a la música mexicana».
A los 15 años, Stephanie vino a Xalapa para estudiar el bachillerato y descubrió que aquí muchos tocaban son, esa música que escuchaba en su pueblo y a la que –confiesa– no le había prestaba demasiada atención.
«Mi familia, como muchas otras, no estaba exenta de ese clasismo desde donde el son se ve lejano, como la música que no tiene tanto valor porque es para gente del pueblo. La dinámica del fandango en Huayapan de Ocampo, el último pueblito de los Tuxtlas, era una fiesta con tarima, músicos cantando toda la noche, pero borrachos, por lo que mis papás no nos dejaban acercarnos a eso. Menos a mí, que era mujer y la más pequeña de la familia; pero salir te sirve para apreciar lo tuyo».
Ya en la preparatoria, la joven cantante asistió a los fandangos que se organizaban en el Patio Muñoz.
«Ahí vi una posibilidad de expresión artística. Vi gente tocando son jarocho, pero un son muy distinto a lo que había conocido. Escuché a Ramón Gutiérrez, Laura Rebolloso, Wendy Cao y Tacho Utrera».
No obstante, lo que definiría el camino de Stephanie como cantante sería escuchar a Joel Cruz Castellanos, de la agrupación Los Cojolites.
«Para mí fue impresionante oír cómo cantaba él, eso me cambió la perspectiva de la música. Él fue determinante en la construcción de mi pensamiento sobre la música tradicional mexicana y mis ganas de formar parte de eso».
«Ya hace diez años tomé la decisión de tocar son jarocho. Creo que hubo una conexión natural. Toda esa música latinoamericana que yo escuché de niña se fue quedando ahí y se volvió parte de quien yo soy. En el son jarocho encontré esta raíz, este jalón hacia la tierra, lo sentí como algo muy propio, de una forma muy natural. Fue algo de la entraña. Yo pertenecía ahí de alguna forma. Desde el son jarocho surge lo que pienso, lo que compongo o mis improvisaciones».
Además de formar parte de grupos de son, de grabar como artista invitada en varias producciones discográficas, de ser una artista activa en asuntos sociales, otro de los proyectos que está emprendiendo Stephanie Delgado es una investigación sobre cantadores tradicionales.
«Estoy tratando de localizar a los cantadores de son jarocho tradicional del sur de Veracruz, por lo menos a todos los que yo pueda. En los fandangos, muchas veces, llegaba gente que se dedicaba solo a cantar, no necesariamente a improvisar, pero sí tenían una colección de versos enorme, tanto que se podían pasar un fandango entero sin repetir un solo verso y eso forma parte de nuestra oralidad. Además, muchos de ellos eran virtuosos en su instrumento, que es el canto, la voz. Lo que hacía una diferencia entre el estilo de la zona de los Tuxtlas a la zona de los llanos, por ejemplo. Diferencias que con el tiempo se han ido desvaneciendo porque ahora hay una tendencia a cantar todo muy igual, pero todavía existen cantadores o músicos que conservan esa herencia, ya sea familiar o de la región, que los diferencia».
«Considero que el cantador ha sido una figura importantísima para la preservación del son jarocho y su lírica, pues, finalmente, los cantadores eran los que difundían la poesía tradicional. Muchos la escribían o muchos eran los encargados de darle voz a los versos de otros».
¿El canto definía el camino de la música?
«Yo creo que tanto la música definía al canto como éste a la música, era un vaivén entre los dos. Obviamente sí ha habido cantadores que imponen su presencia y es imposible no seguir lo que ellos quieren, pero cuando la música tiene ciertas pautas, ciertos contratiempos, ciertas síncopas y el cantador es capaz de jugar con esa música, ahí él está proponiendo algo, creando. Para mí, los buenos cantadores tenían esa capacidad de jugar con la música, porque, finalmente, formaban parte de una estructura musical. El fandango es como una gran jam session y hay cantadores que pueden escuchar muy bien».
«Un buen fandango es ese en el que todos nos estamos escuchando, cabalgando un mismo son. Por lo que los cantadores tendrían que estar muy atentos a lo que está pasando en ese momento para proponer algo. Hay zonas en las que se cantan versos encadenados; es decir, que van a hablar de la misma temática y esto se da en función de los cantadores. Es impresionante que todo un son se cante con versos que hablan de la misma cosa, de flores, por ejemplo, de jazmines, de rosas, azucenas y pueden sostener un diálogo poético en un son que dura cuarenta y cinco minutos».