Para la mayoría de los ciudadanos el gobierno de Enrique Peña Nieto es el más corrupto en la historia de este país.  Y eso no está a discusión.

Para donde uno mire hay cloacas purulentas y malolientes. El hedor sale de los gobiernos estatales, los congresos, las alcaldías y las dependencias públicas.

Los casos de corrupción son tantos que ya no nos asombran porque no terminamos de digerir uno cuando viene otro y otro y otro.

Esta semana la Auditoría Superior de la Federación (ASF) entregó a la Cámara de Diputados su informe final de fiscalización de la Cuenta Pública 2016, con la observación de irregularidades por un total de 104 mil 241 millones de pesos en el gasto público.

Eso que la ASF llama eufemísticamente “observación de irregularidades” no es otra cosa que un atraco a la nación por más de 100 mil millones de pesos que en otros países sería un escándalo que tendría refundidos en la cárcel a los funcionarios responsables. Pero no aquí.

Año con año y en una labor de investigación digna de mejor reconocimiento, la ASF da a conocer cifras, datos y nombres de los atracadores de todos los niveles de gobierno, pero las autoridades no hacen nada. Los presuntos responsables son ahora gobernadores, diputados, senadores o alcaldes que siguen robando los recursos públicos.

Si antes estos atracos eran privativos del PRI, ahora lo son de todos los partidos políticos, pero la gente se los carga a Enrique Peña Nieto que lo único que hace es apechugar.

Todos estos actos de corrupción se han dado en medio en de un clima de violencia como nunca se había registrado en la historia reciente.

Lo anterior ha provocado un hartazgo generalizado, también sin precedentes, que no se calma con retórica discursiva y menos con descalificaciones de los candidatos a la presidencia de la República.

Ricardo Anaya que sigue yendo en segundo lugar en las encuestas, acaba de recibir un mazazo en la cabeza que lo puede tumbar de la candidatura.

El queretano es acusado por la PGR de lavar dinero por un monto de 54 millones de pesos.

Como se estila en estos casos, es difícil que vaya a la cárcel, pero el obús lanzado por la PGR pegó en la línea de flotación de su embarcación y lo puede enviar a pique.

Culpable o inocente, Ricardo huele a corrupto, olor que detestan los mexicanos por lo que es inevitable que sus bonos bajen.

José Antonio Meade sin duda el mejor candidato, carga el pesado lastre de ser abanderado de un partido por el que ya dijeron que no votarán jamás el 54 por ciento de los ciudadanos.

Andrés Manuel López Obrador es un sujeto conservador, autoritario y sectario que últimamente se ha rodeado de muchos bandidos. Pero va arriba en las encuestas.

A diferencia de sus rivales, puede darse el lujo de cometer disparate tras disparate que nadie lo va a criticar.

¿Por qué lo apoya tanto la gente?

“Porque les dice lo que quieren oír, aunque sus escuchas sospechen que no les cumplirá. Si llega a la presidencia, AMLO puede ser más corrupto y déspota que sus antecesores, pero la masa lastimada y engañada por generaciones no lo quiere ver así”.

Esto me lo dijo un analista político que agregó: “Saben que pueden llevar al poder a un dictador, pero no les importa. Ya tendrán tiempo de arrepentirse, pero no ahora”.

El analista remató con una frase rotunda: “Así de grande es el hartazgo ciudadano por el gobierno actual y a ese grado llega. A ese grado…”.

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