Hace algunos años, en un taller impartido por funcionarios de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), nos platicaban la experiencia de un programa alimentario en regiones con un alto nivel de pobreza y marginación en Argentina.

El gobierno se había planteado mejorar el peso y la talla de alumnos de quinto y sexto grado, con el propósito de prepararlos para iniciar la educación secundaria. El programa aparentemente había sido un éxito, ya que se había alcanzado la cobertura deseada y los alumnos tomaban en la escuela una dieta complementaria establecida por nutriólogos.

Sin embargo, al paso de algunos meses, los profesores se dieron cuenta que algo no estaba bien. Los alumnos, a pesar de la alimentación, no estaban alcanzando el peso y la talla prevista; en muchos de los casos, mostraban síntomas de pérdida de peso y su crecimiento era marginal. ¿Qué había fallado?

Cuando los responsables del programa realizaron la investigación correspondiente, se dieron cuenta de que los niños estaban comiendo menos que antes. En sus casas, muchos padres habían decidido alimentar mejor a los más pequeños, confiando en que en la escuela los mayores recibirían la alimentación del programa, aún cuando esta fuera sólo complementaria. De esta forma, el resultado fue exactamente el contrario.

Como no podían intervenir en la decisión de los padres respecto de la alimentación de sus hijos, el programa tuvo que modificarse para que los estudiantes obtuvieran una alimentación completa durante su estancia en la escuela. Al final, el programa logró su objetivo.

Toda esta historia viene a cuento por la irresponsable forma en que se operan los programas sociales alimentarios en nuestro país; y una vergonzosa prueba de ello fue la distribución de leche en descomposición en más de 200 escuelas del municipio de Zongolica. Los niños veracruzanos no sólo no cuentan con un programa que garantice una alimentación eficiente, sino que son blanco de una política populista que consiste en sólo en repartir despensas y desayunos fríos, sin siquiera vigilar que sean aptos para su consumo.

Y así, mientras en Argentina se dedican a investigar por qué no se logran los objetivos planteados por un programa social, en Veracruz no somos capaces siquiera de explicar porqué se está distribuyendo leche en mal estado a miles de los niños más pobres de la entidad.

Según la crónica de algunos medios, las autoridades del DIF Municipal de Zongolica tuvieron que retirar la leche agria de más de 200 escuelas en las que se había distribuido. Padres de familia y maestros confirmaron el olor nauseabundo y el estado de descomposición de la leche que no permitía siquiera que pudiera hervirse. El resultado: niños sin alimentación y en riego de contraer enfermedades, proveedores y funcionarios sin responsabilidad alguna, y millones de pesos tirados a la basura por la negligencia y complicidad de las autoridades. Esto es cualquier otro país hubiera sido un escándalo.

Repartir despensas no es un programa social, es una práctica discriminatoria. Esta ha sido una política recurrente de gobiernos de todos los colores y de partidos políticos y candidatos durante las campañas políticas. La despensa es un verdadero insulto a la dignidad y no representa un apoyo alimentario a quien las recibe –como se nos quiere hacer creer-, ya que los productos son de ínfima calidad. Es una forma ruin de anclarlos en la pobreza.

Pero lo de Zongolica no fue el único caso. También la semana anterior, autoridades municipales de Minatitlán denunciaron la entrega de despensas por parte del gobierno estatal –específicamente del programa “Veracruz inicia Contigo”-, con productos en mal estado. En redes sociales compartieron un video donde se muestran las despensas entregadas en apoyo a familias que resultaron afectadas por las bajas temperaturas de los últimos días. El gobierno estatal asegura que las entregó sin caducar.

Las despensas son la expresión del fracaso de cualquier política pública. No se evalúa, no se cuenta con una población objetivo, no se mide el impacto en el desarrollo individual de las personas. Basta decir que ya se reparten 700 mil despensas –sin saber cómo ni a quién- para presumir una política absurda e ignorante, que generalmente sólo representa un gran negocio para el responsable.

En la cadena de corrupción se encuentran los proveedores que venden productos a precios como si fueran de importación, funcionarios que cobran comisiones por cada compra, autoridades que suelen “ordeñar” las despensas para que lleguen con lo mínimo indispensable a las personas, y hasta los padres de familia, donde la cultura patriarcal justifica que los alimentos destinados a la población vulnerable terminen en las cantinas a cambio de cerveza.

La entrega de despensas en Veracruz seguirá siendo un acto de ¡mala leche!

La del estribo…

  1. Esta semana concluyen las pre campañas de los candidatos a Gobernador. Seguramente los números no arrojarán cambios significativos en la intención del voto de los veracruzanos. Eso es normal, los ínclitos aspirantes a gobernarnos no entusiasman ni a un niño en día de reyes, en medio de un estado sumido en la pobreza y la violencia. A ese paso, el abstencionismo será un aliado estratégico.
  2. Ahí va la gasolina pian pianito. La semana pasada rebasó los 17 pesos al menos en las estaciones de Xalapa; esta semana ya anda raspando los 20 centavos por encima de esa cantidad. Más que las campañas, más que el voto duro, el precio de la gasolina será un factor determinante en el ánimo de los electores. A menos claro, que semanas antes haya un súbito e inexplicable descenso.