Si usted piensa visitar el Cofre de Perote tras la nevada, tendrá que pasar varios retenes.

La nieve no solo trae emoción y felicidad para muchas personas de Xalapa y sus alrededores, también aporta a la economía de las localidades que se encuentran ubicadas en las faldas del Cofre de Perote.

Fue el jueves 25 de enero cuando cayó la primera nevada del 2018 en el Nauhcampatépetl (montaña cuadrada), por esa razón decidimos ir el viernes 26 a documentar lo que sucedía en la octava montaña más alta de México. Nunca había pasado por tantos retenes para llegar a algún lugar: desde Los Pescados y hasta la entrada de la reserva natural se tienen que transitar por varios destacamientos. Los encargados de custodiarlos son niños pequeños; chapeados, algunos con mocos en la nariz, con las manos sucias de jugar en la tierra. Ellos no tienen Xbox, Ipad o cualquier tecnología de ese tipo que los entretenga. Buscan cualquier ofrenda que, desde tierras mas bajas, los turistas puedan obsequiarles. Con una cuerda o varias chamarras amarradas estos chavales te detienen para abordar tu automóvil diciendo “regálame algo, regálame algo, comida, juguetes o dinero.”

Conforme íbamos subiendo los cuatro mil 200 metros que tiene esta montaña, me fui dando cuenta que la nieve es más que un fenómeno natural para las personas de zona. Ya que desde el más pequeño de la casa hasta el más grande aprovechan esta condición climatológica para poder obtener un ingreso extra. Durante el trayecto observé varios puestos de comida que en ocasiones anteriores que he ido a esta reserva natural no estaban. Me detuve a ver qué vendían.

Fue ahí donde conocí a Lorena Martínez. Ama de casa, una señora que toda su vida ha trabajado con sus manos, se nota que son de campo y que lavan ropa y trastes y cargan leña. Mientras preparaba unas gorditas con manteca en un comal me dijo: “la nieve nos mejora la economía, porque que en El Conejo casi no hay trabajo, y gracia a ella sube mucho turista al que le podemos vender algunas cosas y sacar un poco más de dinero.” Le pedí cuatro gorditas. Mientras las hacía me contaba que vendían picadas, quesadillas, arroz con leche, café, cacalas y elotes. Ya con el estómago lleno, continuamos con nuestro viaje hacia La Peña.

Llegó un momento en el que el carro se resbalaba mucho por el hielo en las piedras. Fue ahí donde Jazz Maldonado y yo decidimos dejar el vehículo estacionado y subir caminando. Al bajarnos en verdad que nos golpeó el frío que hacía, ése que pocas veces he sentido en mi vida, que hasta las manos te duelen, la piel se te quema y no puedes ni moverte. Aun así continuamos con nuestro viaje a pie.

Mientras intentábamos llegar a lo más alto nos encontramos con varias personas que también hicieron el viaje para disfrutar de la nieve, pero también observé que había señores que transportaban a personas en sus caballos. Abel Naranjo, un hombre de aproximadamente 30 años, de gorra, guantes de trabajo y una chamarra muy ligera para el frío que hacia fue al primero que entrevisté. Me dijo que se dedicaba al campo y que vive en El Conejo: “nos venimos a dar unas vueltas por acá para ganarnos unos pesos, ya que la vida esta dura.”

Desde donde vive hasta La Peña son 11 kilómetros, recorrido que puedes hacer a caballo por 500 pesos, distancia en la que él camina, mientras el cliente va montado en la bestia. Este señor que se dedica a la siembra de papa como la mayoría de las personas que viven en la zona me dijo que “el que caiga nieve es una tradición, también nos ayuda, porque la gente viene y gracias a eso, podemos sacar unos pesos extras.”

Más adelante, rodeado de árboles majestuosos, charlé con Remigio. Al principio no quería platicar conmigo pero, entrados en confianza y después de un par de chistes, me comentó: “para nosotros significa un poco de trabajo, ya que nos dedicamos al campo y ahorita no es temporada de siembra, y esto es llevar unos pesos extras a la familia.” Los caballeros mencionaron que dependiendo de la distancia cobraban desde 100 hasta 200 pesos, sin abusar de los turistas.

Luego de entrevistarlos y seguir caminando por un par de metros, pensé: ¿11 kilómetros? Yo no llevo ni uno y ya no puedo más. La altura y el frío dificultaban el avanzar, aunque para estos señores, parecía que era un día normal. El frío en aumento –pesar de que llevábamos chamarra, guantes, sudadera y gorro– calaba cada vez que avanzábamos hacia la punta de la montaña.

Ya de regreso, elementos de Protección Civil me dijeron que el jueves 25 de enero visitaron el parque alrededor de 45 carros, y el viernes, habían subido 141 vehículos hasta las 13:00 horas. De vuelta a casa los retenes aún seguían y pedían la misma cuota, juguetes, comida, ropa o dinero. Para todas las personas que tengan pensado ir en busca de nieve, les recomiendo que lleven bien preparado el peaje, pues nunca está de más ayudar a estar personas.