Entre clases frustradas, un par de baquetas que tenían que valerse de pilas de cuadernos para dar sentido a su existencia, participaciones en ceremonias religiosas, el teatro, la ingeniería y el encuentro con el jazz, Abraham Díaz fue descubriendo que nació para la música y a ella debía entregarse. JazzUV le dio las herramientas teóricas y técnicas, Renato Domínguez lo lanzó al agua, Aleph Castañeda le dio la confianza y con todo eso, fue labrando una trayectoria que se ha consolidado en su grupo actual, Abraham Díaz & Tétragon. De todo esto platicamos hace unos días.

Desde la iglesia a mi choza

Todos me conocen como Abraham Díaz pero en realidad es mi segundo nombre y mi segundo apellido, había confusiones con mis nombres y dije bueno, voy a usar un solo nombre y un apellido porque es un lío.
Nací en la ciudad de Oaxaca, soy el menor de tres hermanos. Mi papá es contador, mi mamá trabajó toda la vida en el banco, ahí se conocieron y ese fue siempre su contexto. Mi hermana mayor es maestra en educación especial, mi hermano es ingeniero en electrónica, es chistoso porque nadie se dedica a lo mismo en mi familia, excepto mis papás, entonces yo crecí en ese ambiente de cosas muy diferentes, yo soy el menor pero mi hermano, que es el de enmedio, me lleva ocho años, entonces, realmente son hermanos mayores que te cuidan, no son hermanos mayores con los que creces, tanto en cuestión de los gustos y de las épocas.
En mi casa, en términos musicales, había de todo, no era que todo mundo fuera un fan empedernido de la música, ni que hubiera mucha música en la casa todo el tiempo, más bien cada quien tenía gustos muy diferentes, de repente escuchaba la música de mi hermana, que le tocó toda la cuestión del grunge, del rock y toda esa época y esa moda de los 80, a mi hermano le tocó todo lo de los 90. Yo escuchaba todo eso y además, la música de Oaxaca que permea un montón de cosas. Me cuenta mi mamá que me encantaban las calendas, que le gritaba que me llevara y teníamos que salir de la casa a perseguir la calenda porque me encantaba estar en la pachanga.
A los seis años, mi mamá me mandó a clases con un amigo suyo que daba clases de guitarra, no fue tanto un gusto mío sino que me porté medio mal y me mandó para que ya no anduviera tan desocupado. Eran clases de música tradicional oaxaqueña pero para mí La Llorona, La Sandunga, Naila y todas esas, eran canciones que existían, muchísimos años después me enteré que eran canciones oaxaqueñas y que eran súper populares.
Además de todo ese rompecabezas, también estaba la música de la iglesia cristiana, iba cada domingo y había música diferente. Ahora es más constante, pero antes tocaban una polca y de ahí algo como góspel, se cantaban himnos, tocaban de todo. Ahora me doy cuenta de que estaba padre porque escuchaba muchos estilos y muchas cosas que ni sabía qué eran, por ejemplo, en el Festival JazzUV del año pasado, Luther Allison se puso a cantar y yo me sabía esas canciones, resulta que son himnos que vienen de la tradición de las iglesias afroamericanas, de la iglesias bautistas y todo eso, vinieron de allá, se hicieron traducciones y yo las conocía.
Mi tío Óscar Javier Martínez, Oxama, es productor de programas de radio de jazz, cuando iba a su casa escuchaba jazz pero yo era un niño y él no me decía escucha esto, fíjate en esto ni nada de eso, yo no le ponía tanta atención pero sí recuerdo que había algunos discos que me gustaban bastante, recuerdo uno que se llamaba Escuela de bufones, de Cipriano Isabel Tercero, hasta la fecha todavía me acuerdo de las letras y hace poco me lo volvió a poner y está increíble, está súper bien tocado. También me acuerdo que me encantaba la música de Fito Páez y también escuchaba Qué Payasos y esos grupos mexicanos.
Dejé las clases de guitarra porque nos fuimos a vivir a Tampico algunos años y ahí fue otro cambio musical, conocí un montón de música del norte, al principio no me gustaba y yo creo que por una cuestión nostálgica, ahora me gusta un montón.
Crecí con una mezcla de un montón de gustos, creo que eso estuvo padre y al final, yo creo que todo eso se va quedando ahí guardado.

Entre candilejas

Cuando volvimos a Oaxaca, entré a un centro cultural llamado La Casa de los Teatros, me clavé mucho y yo pensaba que iba a estudiar teatro y me iba a dedicar a eso pero estaba muy chavito y mi mamá me dijo oye, este ambiente del teatro está como muy denso, porque me tenía que salir de la escuela para dar función, para ir a los ensayos, a veces me la pasaba todo el día metido en los ensayos y me encantaba, hasta la fecha me encanta el teatro y esa es una de las razones por las que me gusta tanto Xalapa, porque hay teatro de súper buena calidad, asisto lo más que puedo.
Yo tenía 12 o 13 años y ya estaba actuando y montando obras regularmente y mi mamá dijo no, es demasiado, hasta aquí.

Ya todo lo llenas tú…

La cuestión de la batería empezó en la iglesia, un día dijeron los chavos que tocaban en el grupo de la iglesia que iban a abrir clases, dijeron inscríbanse a lo que quieran y quien quiera
Yo creo que siempre había tenido esa inclinación hacia la batería porque en la iglesia, los niños andábamos husmeando los instrumentos, yo quería tocar la batería pero no lo hacía porque mi mamá es muy estricta y me decía cuidadito rompes o tocas algo porque ya vas a ver cómo te va. Había niños que se subían a dar tamborazos y yo nada más veía y tenía esa curiosidad, entonces, cuando abrieron las clases dije de aquí soy. Mi mamá me compró mis baquetas, fui a la primera clase y ya no hubo más clases (risas), el muchacho dijo que no nos podía seguir dando clases. Esas fueron mis grandes lecciones de batería en la iglesia, pero creo que la historia de mi vida musical ha sido la insistencia a hacer lo que quiero, entonces yo decía ya tengo las baquetas y quiero aprender, ahora aprendo.
En esa época tenía como 15 años, me clavé, dije el teatro ya pasó y como ya tenía las baquetas, dije ahora me clavo con esto. Hacía pilas con mis cuadernos y mis libros para pegarles, escuchaba canciones e intentaba imitar lo que sonaba. Óscar tenía una batería le había comprado a no sé quién, que a su vez se la había comprado a no sé quién, yo lo escuché una vez tocar en su casa pero de ahí ya no la volvió a usar y desapareció la batería, la tenía no sé quién, o sea, era una batería había pasado por no sé cuántas manos.
Cuando Óscar vio que sí quería tocar, me la llevó a mi casa y acabé destrozándola, son baterías muy baratas que terminan por romperse con el uso, pero esa fue mi primera batería. Cuando la tuve, me la pasaba todo el tiempo imitando lo que escuchaba en los discos, intentaba descifrar, decía ¿cómo le hacen para coordinar este golpe con este?, porque ni siquiera entendía cómo funcionaba, digamos que toda esa época fue súper autodidacta, ya ni me acuerdo si avancé o no, yo creo que sí (risas), un poquito, pero sí.

¿Cuántos ojos me van a mirar?, la alegría de todas mis horas…

Yo acompañaba a mi mamá a los ensayos del coro de la iglesia y me quedaba atrás con mis baquetitas, ellos ensayaban y yo estaba en mi mundo pero yo creo que el director pensó que quería entrar y estaba haciendo méritos y me preguntó si quería entrar a acompañar al coro y yo dije sí, perfecto.
Ahí empecé, en una reunión de esas que no son tan populares y solo llegan tres o cuatro, pero como crecí en ese ambiente en el que nos enseñaban que no importaba cuántos ni quienes estaban sino lo que hacíamos, no me importaba. Creo que ese también fue un buen aprendizaje, el hecho de que ejecutar un instrumento en la iglesia no tiene que ver contigo, ni la gente te va a ver a ti, porque en realidad no te van a ver a ti, la gente va a lo que va, los que saben a lo que van, y los que no, tampoco van a verte, sirves como un medio de algo más allá y además es toda una experiencia, yo creo que esa forma de ver la música me fue formando.
Esa fue mi introducción a la batería, de ahí empecé a tomar clases en una academia que hicieron en otra iglesia a la que iba mi tío. Ahí fueron mis primeras lecciones pero yo venía de aprender solo, como podía y me costaba un poco porque no entendía, yo estaba medio espantado con las cuestiones del pentagrama porque cuando estaba en segundo año de primaria, no se me olvida, me enfermé y justo esa semana llegó un maestro de música a la escuela y les dejó de tarea escribir en el pentagrama la escala de do a do, hacia arriba y luego hacia abajo, malísimo el tipo, esa fue la gran clase de música que dio.
Cuando llegué, a la siguiente semana, el tipo me trató súper mal porque no había hecho la tarea y terminé en la dirección. Para mí, que siempre había sido un niño tranquilo y bien portado, fue súper traumático que me mandaran a la dirección por algo que, además, ni siquiera había hecho. Entonces dije no, la música ya olvídala, y el hecho reencontrarme con esa cuestión teórica siete o ocho años después, fue muy complicado, supongo en el subconsciente estaba el asunto con ese tipo horrible.
Me costó bastante pero con esa misma idea de ya estoy aquí y ahora vamos a ver qué onda, me fui esforzando y fui avanzando. Empecé a mejorar y en la iglesia me pasaron a una reunión a la que iba más gente, pero para mí era lo mismo porque no me afectaba tanto cuánta gente hubiera sino que yo lo quería hacer. Lo hacía por convicción pero, evidentemente, yo decía qué padre, algo bueno está sucediendo, después pasé a tocar en las reuniones a las que iba toda la gente a la iglesia.
Esa fue la primera vez en la que me tocó experimentar la cuestión de tocar con un grupo, de estar sacando canciones cada semana, de tocar ritmos diferentes, porque en la escuela llevaba un método pero iba a la iglesia y tenía que tocar cosas que nunca había tocado y entre inventarle y estudiarle y escuchar, fui avanzando.
Luego estuve con otro grupo, también de una iglesia, que era de músicos muy buenos. Ensayábamos los sábados por la noche para la reunión del domingo, montábamos repertorio pero ellos ya hacían arreglos, era todo un reto porque cada semana montábamos cosas nuevas, aunque fueran las mismas canciones, terminábamos teniendo varias versiones de cada canción porque la onda era montar todo un set completo, creo que de 30 minutos, no me acuerdo bien. Me sirvió mucho, y todavía me sirve ahora, el hecho de ensayar una sola vez e ir a tocar al día siguiente, fue una súper escuela.

Ya no busques otros senderos

Para ese entonces ya me iba acercando a los 18 y tenía que decidir qué iba a estudiar, era -o soy, no sé- muy hábil con las matemáticas, mi hermano acababa de terminar la carrera de ingeniería electrónica y todo mundo pensaba que yo también iba a ser ingeniero y la verdad es que me gusta, me parece un trabajo fascinante y me interesa mucho. Había pensado estudiar ingeniería mecánica o algo así porque según yo eso era lo mío pero la prepa me empezó a frustrar un montón porque como yo venía de esta forma de hacer las cosas con mucho esfuerzo, con trabajo constante y todo eso, y como estaba en música y en la prepa al mismo tiempo, me desvelaba un montón y era un esfuerzo enorme estar estudiando las dos cosas, y de repente, no revisaban la tarea que hacía y la que medio me daba tiempo de hacer, esa era la que revisaban de «pe» a «pa» y no sentía que mis esfuerzos se vieran reflejados, eso me frustraba mucho, pensé en salirme de la escuela y acabar la prepa abierta y dije a ver si no se enojan mis papás, pero como me habían visto muy serio en la música y en los estudios, no hubo problema y me metí a una prepa abierta para terminar.
Yo estaba en la disyuntiva, además súper opuesta: estudiar música o estudiar ingeniería, pero cuando terminé la prepa dije realmente la ingeniería me gusta, tengo facilidad y habilidad para esas cosas, pero no soy como mi hermano que para él es su vida y que duerme y se despierta y puede seguir con eso, a mí me gusta, lo puedo hacer, pero no veo la hora de acabar para seguir con lo otro y creo que la habilidad, para lo que sea, no es lo único que debe haber sino que de haber vocación, entonces, en un ejercicio de sinceridad me di cuenta de que no era lo que quería, que no tenía esa vocación. Hablé con mi hermano y me dijo mira, a la gente le va bien o mal en cualquier carrera que elija, el problema es cuando no eligen bien pero si tú crees que la música es tu vocación, échale todas las ganas, yo creo que vas a poder hacerlo bien. Eso fue algo que me hizo estar tranquilo.

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: La señal es el jazz
TERCERA PARTE: Mariposa de mil soules

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