El diccionario de la lengua española de la Real Academia dice que el miedo es la “angustia por un riesgo o daño real o imaginario” o el “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”.
El miedo suele ser una respuesta objetiva de nuestra conciencia. Está en nuestra naturaleza; sin embargo, también puede ser inducido para obtener cierto tipo de conductas de quien lo desarrolla. Hoy, ante el clima de violencia que vive el país, los mexicanos tenemos miedo, por lo que hemos modificado prácticamente todas nuestras conductas de convivencia.
La percepción de inseguridad y el miedo, explica la investigadora Imelda Valero (ENTS, UNAM) llevan a las personas a buscar espacios seguros refugiándose en sus propias casas, aislándose, encerrándose en el individualismo y en la desconfianza, en el enojo, en el resentimiento y en el deseo de venganza.
De esta forma, se establece un círculo vicioso: la violencia acaba con la vida comunitaria y cuando esto sucede, se propicia la violencia. La violencia está íntimamente ligada a la vulnerabilidad de la población.
¿Qué significa vivir con miedo? Pues es esa sensación de vivir abrumados por la inseguridad y la violencia, una realidad por la que habitantes de diversas ciudades de México han optado por cambian sus rutinas; nuestros hábitos ya no son los mismos; ya no salimos a la calle en determinadas horas, dejamos de visitar sitios específicos –particularmente los antros o ciertas lugares que impliquen riesgo-, y casi no permitimos que nuestros hijos menores salgan a jugar a la calle como antes.
Diversos estudios confirman que el 72.9% de la gente ha dejado de usar joyas por miedo a ser asaltado, el 78.1% ha prohibido a sus hijos salir por temor a que les pase algo, el 59% ha dejado de salir de noche y el 33.5% dejó de salir a caminar. Es decir, nos encontramos en una situación tan dramática que 3 de cada 10 personas prefieren no salir a caminar si quiera.
Poco a poco, en Xalapa nos hemos acostumbrado a vivir con miedo y eso no es normal. Sin embargo, a pesar de esta costumbre, no deja de sorprendernos eventos como los registrados en la ciudad el sábado pasado.
La ejecución de una persona frente al Tribunal Superior de Justicia, en la avenida más transitada de la ciudad, ante la azorada mirada de decenas de personas, sólo fue el preámbulo de otra ejecución colectiva. Por la noche, en el fraccionamiento El Tejar, nuevamente fueron arrojados cuerpos de personas mutiladas; esta vez, un total de nueve, presumiblemente integrantes de una banda delincuencial.
El discurso del mandatario estatal es equivocado, no por insistente o falto de argumentos, sino porque lo que en realidad está diciendo a los xalapeños –y a los veracruzanos en su conjunto-, es que en la ciudad hay grupos delincuenciales capaces de matar, mutilar y arrojar a la vía pública los despojos de sus víctimas, sin que nadie lo impida. Por supuesto, eso no tranquiliza a la población. Por el contrario, la pone a merced del miedo y de estos sicarios.
“No eran personas de bien”, ha justificado una vez más, repitiendo incansable el monólogo Duartista sobre el origen de la violencia. En su lógica, el gobernador Yunes asegura que conocían los riesgos de su actividad delictiva, y por lo tanto, infiere que no es necesario perder tiempo y recursos tratando de investigar lo que a la sociedad poco importa. Ellos se lo buscaron, así que bien merecen ser despojados de la justicia. Hoy que ya sabemos quiénes son, basta con entregar sus restos a sus familiares.
¿Pero y qué pasa con quienes los mataron? ¿Han sido exonerados por el hecho de que se trataba un ajuste de cuentas entre delincuentes? ¿Tienen acaso una patente de inmunidad cuando se trata de ejecutar a miembros de bandas rivales? Acaso, ¿terminaron su trabajo y ya se han ido de la ciudad?, o aquí se mantienen delinquiendo, asolando a una sociedad temerosa que ha recibido el mensaje de que son capaces de cualquier cosa.
Tal vez es algo que ignoren intencionalmente las autoridades, pero a los ciudadanos no sólo nos interesa conocer quieren eran las víctimas, sino también que pasará con sus victimarios. Saber que han sido identificados, que serán detenidos y que ninguna otra persona correrá la suerte de estos miserables, podría ser el primer paso para perder el miedo y recuperar la confianza.
Pero mientras sepamos que siguen ahí, consentidos por la autoridad como una especie de depredadores naturales de su propia especie delincuencial, nadie estará tranquilo. El Gobernador lo ha dicho: son delincuentes. Y lo que les genera recursos no es matar a los miembros de bandas rivales, sino secuestrar, extorsionar, cobrar derecho de piso. Y eso se lo hacen a la gente, no a sus contrarios.
Por eso es tan importante la justicia. No sólo para castigar lo que han hecho, sino para evitar que sigan causando más daño a la población. ¿A quién le conviene en realidad tener a la población secuestrada por el miedo?
Las del estribo:
- Las cifras no mienten. En sólo dos semanas, Veracruz se ha bañado en sangre. Tendremos el mes más violento de los últimos años. Mientras, los responsables de darnos seguridad siguen entrampados en trabajar por sus intereses políticos y económicos. La respuesta a sus acciones la tendrán antes de que vote un gallo.
- Andrés Manuel ya olió la sangre. En medio del estado de descomposición por la inseguridad, “ya sabes quién” decidió quedarse una semana más de gira en el estado. Según sus cálculos, en Veracruz podría alcanzar una victoria no sólo para gobernar la entidad sino para llevar un millón de votos a su causa. Hoy el Gobernador hace de AMLO lo que Duarte hizo de él: una víctima.