Mi colaboración de hoy es una invitación para reflexionar sobre la relación que guarda nuestra clase política con la cultura. Relación que pocas veces resulta acertada y, más bien, se presenta como casi todo lo que hacen nuestros políticos mexicanos: en el plano de lo caricaturesco.
Como saben, el pasado 25 de noviembre comenzó la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara. Ese día vi el acto inaugural de dicho evento y me llamó la atención que el presídium estuviera conformado, casi en su totalidad, por varones, muchos de ellos políticos y, por supuesto, otros eran escritores destacados como Fernando del Paso o Jorge Volpi.
Desde luego que no me sorprendió que en la mesa estuvieran Raúl Padilla López, Tonatiuh Bravo Padilla, ex rector y rector de la Universidad de Guadalajara respectivamente, o Aristóteles Sandoval, gobernador de Jalisco. La familia real que se hereda la rectoría de la máxima casa de estudios de Jalisco tenía que estar presente, cuanto más porque Raúl Padilla López es el presidente de la FIL. Lo que realmente me puso a pensar en la reflexión que quiero compartirles fue la intervención de Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, que era una de las pocas mujeres presentes en la mesa.
Carmena, a diferencia de sus compañeros, pronunció un discurso que parecía sincero, muy emotivo y con buen manejo de sus fuentes. Ella hablaba de los libros y de la lectura como alguien que realmente ha pasado por la seducción de las letras de ficción y no ficción. En el discurso de la española, la palabra literatura no sonaba a artimaña, como cuando la dicen o la publican en sus redes sociales algunos de nuestros más altos representantes políticos. Esos que cuando quieren parecer instruidos y sensibles al arte y a la cultura asisten a las ferias de libro, pero, por desgracia, solo para hacernos reír y exponer el nivel cultural de los funcionarios mexicanos frente al mundo.
No, Carmena está muy lejos, para bien, de los ridículos que hacen nuestros políticos mexicanos cuando se acercan al mundo de las letras, como Vicente Fox diciendo Borgues en vez de Borges o Enrique Peña Nieto, quien no fue capaz de mencionar ni siquiera el título de tres libros leídos en toda su vida.
En su participación, la alcaldesa de Madrid dijo que la FIL es un homenaje a los libros, esos «dinamismos de transmisiones que hacen verdaderamente que las vidas de las personas puedan ser diferentes. Los libros nos conmueven, nos estremecen, nos aleccionan, nos enseñan. Los libros son un elemento sin el cual no podemos vivir». Pero no quiero detenerme en el contenido del discurso de Manuela Carmena en la inauguración de la FIL, sino en su actitud, en esa confianza, empatía y soltura que tuvo en su actuación y que son resultado de que conoce el ámbito de la cultura, por lo que se siente cómoda y se da el lujo de ser emotiva.
La alcaldesa de Madrid recordó que los estudiantes de su generación tenían que conseguir los libros de manera clandestina, pues eran tiempos del franquismo, pero que gracias a las ediciones mexicanas y argentinas ella y sus contemporáneos pudieron conocer lo que estaba sucediendo en el resto del mundo.
De tal modo que esos recuerdos, el manejo de los contenidos en su discurso y el hecho de que ella misma es autora de una obra, apuntan a que Carmena realmente ha tenido contacto con los libros y por eso se puede parar en un escenario como la FIL sin hacer el ridículo sino, por lo contrario, emocionar a su auditorio; ¿pero qué pasa con nuestros políticos mexicanos?
Si bien en esta edición de la inauguración de la FIL nadie cayó en los grotescos que sabe hacer nuestro presidente de la República y que tanto nos divierten, no podemos olvidar a los Fox, los Peña Nieto o los eventos políticos de varios partidos, en los que la parte artística o cultural, si es que la hay, es descuidada en grado sumo y muchas veces ignorada por los políticos, quienes solo se acercan a los artistas en el momento de las fotos.
Siempre me he preguntado por qué si para escuchar a un político debemos esperar muchos minutos, pues nunca llegan a tiempo a los eventos que son convocados, no nos ofrecen algún evento de calidad mientras aparecen para hacer productiva la espera. Tal vez porque buena parte de la clase política de nuestro país considera que el arte y la cultura son los primeros rubros en los que se pueden hacer recortes presupuestales sin que eso signifique un costo electoral.
Quizás me estoy aventurando demasiado, pero me cabe la duda si esa facilidad con que se recortan los presupuesto para el arte y la cultura en nuestro país no será producto de un pueblo permisivo, con sus artistas, periodistas e intelectuales que se paran frente a los gobernantes con la mano extendida, pero con muy pocas ganas de exigir de los representantes un verdadero ejercicio en materia de arte, ciencia y cultura.