La belleza y la complejidad de la creación, emergen de la respuesta del creador que la revela ante los demás, partiendo de la nada. La poderosa fuerza creativa surge del ser, valiéndose del espíritu, del deseo, transformado en voluntad. Es tal como el hombre se vale de su pensamiento, manos y herramientas, elementos de fuerza conjugados para elaborar hermosas creaciones.
La creación espectacular, del poder del espíritu, a través del pensamiento, transforma el orden en que interviene en las complejas formas de la vida.
Simetría y belleza, sonoridad y acústica, proyección y dimensión, son imprescindibles para que se produzcan todas las formas del arte en la música. Su pureza, radica en la intangibilidad de la misma, partiendo de lo tangible a lo abstracto.
La creación requiere de un cultivo paciente, en un universo de distintos elementos evocadores que abocan el desarrollo de la grandeza. El placer y la satisfacción de la manifestación del arte, que pocos poseen, porque ello, es de permanencia continua, que comienza a gestarse desde la más tierna infancia, implicando en la persona de semejante virtud, un continuum de recursos que poco a poco sensibilizan el alma.
Y es así como Ricardo Herrera Cruz inició el gusto y la atracción por la laudería, al lado de su padre, médico de profesión, con fuerte inclinación en la apreciación y ejecución de las artes plásticas; cuando un día empezó a crear sus propios instrumentos de manera autodidacta. El Maestro Ricardo Herrera a sus 12 años de edad, le asistía en su diseño y producción, para luego hacer música con ellos. Y ese encuentro con el diseño y la construcción de elementos, que dieran forma a los aparatos sonoros de donde emergen los sonidos que se integran a las emociones del ser humano, motivando los pensamientos e impulsando la voluntad del ser, fue para él un suceso definitivo que liberó la virtud y despertaron la vívida inquietud que ha dominado toda su vida. En un instante su corazón fue alcanzado, y decidió con toda su fuerza, con total entereza, sin asomo de duda, que debería de dedicarse a la exploración de las virtudes de los instrumentos de cuerda frotada.
Herrera Cruz cursó informática en la Universidad Veracruzana, tomando en el último semestre la decisión de dedicarse al estudio de la laudería. Motivado por muchas dudas y una gran búsqueda de respuestas en la elaboración de los instrumentos, ingresó al Instituto Stradivari en Cremona, Italia. Ya en el Instituto, a Herrera no le fue sencillo encontrar las respuestas al universo de dudas que le provocaba su imaginación, pero la enseñanza en el Stradivari generó la luz que fue dada por el encuentro con los conocimientos profundos que desarrollaron su capacidad, creatividad y habilidad para crear y encontrarse a sí mismo, motivando la búsqueda constante, permanente del perfeccionamiento de la elaboración de los instrumentos ad arco. Estas simientes técnicas, desarrolladas desde los primeros días al lado de su padre, se fortalecieron con la técnica adquirida en el Instituto, en donde se conjugaron la tradición, habilidades, experiencias y secretos ancestrales, buscando encontrar el mejor sonido durante el desarrollo y elaboración del instrumento, estudio en que se va acrecentando y adquiriendo las destrezas transmitidas de un bagaje de conocimientos del pasado, que dieron fuerza, sonoridad, color y luz a los instrumentos de cuerda pulsada.
Herrera Cruz tiene en su oficio la práctica de la laudería clásica, que comprende; el violín, la viola, el violonchelo y ocasionalmente por su poca incidencia, el contrabajo. Instrumentos que son construidos con partes de madera de abeto o arce europeo, madera labrada, plegada, uniendo sus estructuras con colágeno animal llamado cola. Esta cola es un pegamento poderoso, pero sobre todo otorga la oportunidad de la involución, siendo reversible.
Las herramientas, materiales y técnicas de la laudería clásica han permanecido casi inalteradas desde el siglo XVI. Y es así que los barnices siguen siendo hechos de resinas naturales usadas en siglos pasados, formulación prácticamente personal y mitificada en la laudería, dependiendo del grado de éxito, fracaso o pretensión del artesano. El reconocimiento y admiración de los barnices de los antiguos grandes maestros, es legítimo por su comprobada belleza y resistencia al tiempo transcurrido.
En la elaboración de las piezas musicales, se utiliza para la cara frontal del instrumento el abeto (abies picea) o arce (acer pseudoplatanus) europeo, para la elaboración del fondo, aros, mango y puente. Para el diapasón y las cejillas se utiliza madera de ébano. Para los contra-aros y los taquillos del instrumento se utiliza madera de abeto, álamo, sauce o cualquier otra madera ligera y fina. Las clavijas o cordal pueden elaborarse con maderas de ébano, palo santo o boj. En el extremo del clavijero se esculpe la escultura en espiral.
En el proceso de selección de las maderas especialmente en el abeto y el arce, se deben de tener consideraciones sobre como la madera debe de ser cortada y tratada antes de empezar a utilizarla en la elaboración del instrumento musical.
En el origen de la madera, los árboles más propicios son los situados en las zonas de abrigo de media montaña, y a la hora de elegir, es preferible la parte del árbol que ha estado orientada hacia el sur, siendo aconsejable que no sean partes demasiado cercanas a la raíz ni a la copa, ni muy cerca del duramen del tronco. El árbol debe de ser talado en el momento más preciso del año. El momento de la tala del árbol juega un papel crucial en el posterior comportamiento de la madera. El árbol debe de ser cortado principalmente en las lunas menguantes de invierno.
El mejor abeto para la construcción de violines, la viola y el chelo, procede de Suiza y del Tirol, Austria, algunas zonas del norte de Italia y del Haut Jura francés. Los árboles son seleccionados cuidadosamente por especialistas que son capaces de apreciar las cualidades sonoras de la madera antes de abatir el árbol. Los mejores árboles crecen en valles protegidos del viento y a una altitud de entre 1000 y 1500 mts. Estas condiciones; de clima, altitud y orientación, influyen en el crecimiento del árbol y por lo tanto en sus vetas. Las vetas han de ser bien rectas y con espaciamiento de un milímetro aproximadamente. En el proceso de elaboración de los instrumentos de registro más grave, la distancia entre las vetas será un tanto mayor, ya que la madera de vetado más ancho favorece más a las vibraciones lentas, que producen sonidos graves. Para un chelo la veta puede alcanzar los 2 milímetros de separación.
Así en espiral ascendente, entre maderas, vetas, cuerdas, cerdas, barnices, arcos, herramientas y la espiritualidad de crear; es como Herrera Cruz elabora y restaura los instrumentos.
Algunas piezas pueden ser cambiadas a través de lo largo de la vida del instrumento, nos dice; como las clavijas, el diapasón, el cordal, el puente, el botón y cejillas. En el mantenimiento del instrumento, el luthier se ocupa de que los instrumentos se conserven en óptimas condiciones funcionales físicas y sonoras y preservados del desgaste. Se pueden realizar pequeñas correcciones, que van desde el barniz que protege a la madera, limpieza e inspección general de las partes, así como en el caso de fracturas o separaciones accidentales, las cuales son causadas por falla estructural o factores climáticos adversos.
El ajuste acústico, para el rendimiento sonoro, esta relacionado con las características propias del instrumento, dependiendo de sus condiciones de montaje, de las partes accesorias como el puente, y una pieza al interior del instrumento, denominada alma, que por sus condiciones permite ser desplazada, ubicándole en una posición conveniente para el rendimiento de proyección del sonido. Esta pieza llamada alma es un cilindro de madera de sección transversal, que puede ser manipulada e introducida o extraída a través de las perforaciones en forma de “efe, colocándose en el lado derecho de la tapa frontal a la altura del puente, conecta al interior a ambas tapas; la anterior y la posterior. Esta pieza se coloca unos milímetros detrás del pie correspondiente a las cuerdas agudas.
Mediante el desplazamiento mínimo de esta pieza, se balancea la carga cualitativa de la presión de las cuerdas sobre el puente, y en consecuencia el lado izquierdo y el derecho del puente, por ende: la voz del instrumento.
El juicio de movimiento de esta pieza, se realiza a consenso con el músico, y la búsqueda del óptimo sonoro va evaluado a oído. Llevado a éxito este ajuste, el instrumento se presenta de sensación dócil en manos del interprete, lo que facilita la ejecución.
Los instrumentos construidos apropiadamente, duran siglos y seguirán siendo parte del poco “Arte Utilitario”, comenta el luthier Ricardo Herrera Cruz.
El sonido es producido por ondas que ingresan al cerebro a través del oído, en un complejo mecanismo que al interactuar con los cambios de presión provocados en el aire, nuestro cerebro los percibe en forma de sonidos, debido a que estas ondas oscilan en un medio elástico que les permite ser escuchado en diversas intensidades, duración y timbre, lo que va dando color y musicalidad, que emerge de las maderas de los instrumentos, de su proporción de vetados y de la dinámica, capacidad y virtuosismo del ejecutante.
Así la expresión musical se halla vinculada al universo, ya que los sonidos emitidos por el instrumento dependen desde su origen, de la condición astronómica y climatológica en que se desarrollan los árboles de maderas que entregan su existencia a la virtud de la música, que como lo mencionó Nietzsche: “es el arte más vital del hombre.”
A la ejecución del arte de la laudería le acompaña el noúmeno, sujeto a la voluntad y a lo contemplativo o a la manera del pensamiento de Schopenhauer “El arte considera la verdadera esencia del mundo” que es el hombre mismo, porque el arte nos coloca en presencia de lo no individual, partiendo de lo individual, haciendo intuitivas la fusión de las ideas, de las constantes que presiden el mundo, mostrándolas en expresiones tangibles de la voluntad, para comunicar.
Siendo así, que la voluntad creadora del arte, permite la comunicación en sus múltiples interpretaciones, porque la voluntad transforma y evoluciona.
Y, es así, con creatividad, con voluntad, como Ricardo Herrera Cruz, el Luthier, realiza su obra de arte, siendo un referente internacional.