Sin pluralismo no hay verdadera democracia. La democracia es una forma de vida y de gobierno sustentada en la voluntad de la mayoría del pueblo. Pero el pueblo se caracteriza por la diversidad. Una sociedad democrática debe ser necesariamente una sociedad pluralista en la cual conviven, en un clima de tolerancia, diferentes grupos económicos, sociales, ideológicos y culturales.

La democracia implica reglas claras para que se despliegue la competencia política, y para que sean los ciudadanos quienes decidan quién accede al gobierno y a los puestos de representación. Pero, precisamente por ello, la democracia genera situaciones complejas, novedosas y que muchas veces impacientan al ciudadano que quiere resultados tangibles y rápidos a un amplio conjunto de demandas.

Este catálogo de aspectos y problemas inherentes a nuestra democracia no es menor: equilibrio entre poderes, controversias entre ellos, colaboración y tensión entre los distintos niveles de gobierno, agendas propias y divergentes de los diferentes actores políticos, gobiernos locales y federal que no cuentan con mayoría en sus respectivos congresos, espacios legislativos que para ser productivos deben construir acuerdos que conjuguen la voluntad de la diversidad que los habita, la existencia de otros poderes que no son gubernamentales, pero que están involucrados en el ejercicio del poder, como son los medios de comunicación masiva y las organizaciones no gubernamentales que ejercen su actividad política creando opinión, pesos y contrapesos y se convierten en interlocutores entre los poderes formales y los ciudadanos.

Como puede verse entonces son variados los retos que implica nuestra convivencia, pero solo con la plena aceptación de los valores democráticos podremos hacerles frente y encauzar las voluntades hacia un objetivo común y de la mejor manera.

La defensa de la democracia pasa, entonces, por la defensa del pluralismo en sus diferentes manifestaciones que es fuente de vitalidad para una democracia verdaderamente representativa y participativa, porque anima el fortalecimiento de la sociedad civil.

Si somos una sociedad democrática debemos esforzarnos para probar su efectividad para dirimir las diferencias de la pluralidad y la complejidad, sumar intereses, promover la energía asociativa de la ciudadanía, llegar a acuerdos en torno a los conflictos propios de la convivencia y mantener la gobernabilidad.

Una democracia consolidada en su pluralidad y eficacia es el mejor mecanismo de seguridad de nuestro futuro. Por ello debe ser un compromiso de todos los actores y fuerzas políticas impulsar la mejor forma de hacer política: el diálogo que concilia y suma, que destaca las coincidencias y hace de las diferencias razón de fortaleza.

Se ha dicho que la democracia es un sistema de diálogos. Y de los diálogos en una sociedad pluralista y democrática nace la verdad, o mejor aún, las verdades.

De ahí que el peso que tiene el valor de la tolerancia que inspira el reconocimiento del otro como persona y como fin en sí mismo y que cancela, por tanto, la posibilidad de eliminar o excluir a los demás.

En una sociedad democrática, la tolerancia es la aceptación de que cada uno de sus integrantes, así como sus intereses, merece idéntica consideración. Sin tolerancia es imposible la igualdad entre ciudadanos.

La tolerancia significa admitir que en la vida pública no hay verdades absolutas e inmutables y que las divergencias ocupan un lugar en el proceso del acuerdo. Tolerancia significa también poner freno a la proclividad por avasallar e imponer la propia voluntad de forma arbitraria. Implica, también, cultura del diálogo y hacer del debate y la negociación, los métodos para el entendimiento y el acercamiento de las posiciones. Pero implica sobre todo, desde el poder, el refrenar los ánimos de revancha y el mal entendido principio de autoridad, atemperar el ánimo derogatorio hacia quien disiente, hacer del diálogo y no del garrote o el uso de la fuerza pública el instrumento por excelencia para gobernar.

Por ello, la expresión más plena de la pluralidad se da en la tolerancia, porque ella permite que las diferencias se manifiesten con libertad y al margen de confrontaciones. Sin el valor de la tolerancia se cae en la intransigencia, el dogmatismo, la exclusión y el autoritarismo.

Pluralismo y democracia son conceptos que aparecen a nuestros ojos como nociones estrechamente vinculadas. De hecho, el uno no es posible sin la otra, es decir, que el pluralismo sólo es posible en democracia y la democracia implica necesariamente el pluralismo. Ambos conceptos van de la mano y se deben defender para crecer en un mundo de posibilidades, con argumentos y opinión. Esto es, en pocas palabras, respetar la diversidad, la transparencia y ayudar a formar criterios individuales y colectivos

Debemos reconocer, en consecuencia, que la democracia con todas sus imperfecciones y promesas incumplidas, continúa siendo la única opción política posible que garantiza la solución pacífica y muchas veces concertada de los problemas que genera la convivencia misma.

Esa es la importancia de volver a estos temas, puesto que en el escenario político actual y vistas las complejas condiciones en muchos aspectos de nuestra convivencia social, el encontrar las vías y soluciones a los problemas que nos agobian como ciudadanos nos debe llevar a replantarnos viejas preguntas y volver a conceptos clásicos, especialmente si coincidimos en la aspiración de construir una democracia moderna donde el ciudadano sea el eje rector de los esfuerzos públicos para transformar el estado de cosas.

Sin tolerancia y diálogo no hay gobernabilidad posible.

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