La figura de los candidatos independientes surgió en México como una de tantas vías que se han ensayado para ciudadanizar la política, hacer efectivos derechos políticos consagrados en las leyes y atender aunque sea de manera tangencial la creciente demanda de la gente para que los representantes populares rindan cuentas. Se creyó que al abrir la posibilidad de que un ciudadano busque acceder a cargos de elección sin pasar por las maquinarias de los partidos lo alejaría de las prácticas tradicionales que invariablemente sujetan a un político a los intereses de gobiernos o dirigencias partidistas para acercarlo al ideal de responder sin cortapisas al elector.

Sin embargo, como sabemos son los partidos políticos a través de sus representaciones en las cámaras los que confeccionan y deciden si se modifican o no las leyes electorales, por lo que al incorporar a las candidaturas independientes al marco normativo lo hicieron estableciendo un conjunto de requisitos y trabas que desalienta a cualquiera el intentar esta vía para competir electoralmente.

En el caso de la elección presidencial, el simple requisito de recabar las firmas de mínimo el 1% de la lista nominal, lo que equivale a 866 mil 593 personas, las cuales deben estar distribuidas en al menos 17 entidades del país, revela el tamaño del reto de quien aspire a ser candidato independiente. Lo cual se hace aún más complejo si consideramos que fuera de las estructuras partidistas y sin contar con financiamiento público, los valientes que se animen a transitar ese empedrado camino están en franca desventaja. Cómo hacerle para reunir en menos de 120 días los apoyos requeridos, y peor aun cuando no pueden hacer actos anticipados de campaña y la recolección de firmas deben llevarla a cabo con recursos privados. Tarea hercúlea que solo puede lograrse si detrás del aspirante está una organización partidista o ente gubernamental que lo respalde o capitales lícitos o ilícitos dispuestos a hacer el gasto, lo que pone en evidencia que la “independencia” del abanderado, salvo honrosas excepciones que habría que buscar con lupa, no es tal.

O cree usted que los 36 aspirantes que han solicitado su registro como candidatos independientes a la Presidencia son románticos demócratas que han decidido echar su cuarto a espadas para sacrificarse por la patria. Desde luego que no. La verdad pura y dura es que o se alistan a participar financiados subrepticiamente por partidos o el gobierno como parte de la estrategia de dividir el voto o su participación obedece a rupturas intrapartidistas, como en el caso de Margarita Zavala.

El caso es que ni Jaime Rodríguez El Bronco, Armando Ríos Pitter, Pedro Ferriz de Con o algún otro personaje de la  larga lista de nombres, a cual más conocidos solo en su casa, están en condiciones reales de alcanzar por sí, con sus amigos y conocidos, la altísima vara que la ley les señala para concretar su aspiración; quizá la excepción sería de la esposa del ex presidente Calderón pero ahí es más que evidente que parte de la estructura blanquiazul, reacia a las decisiones y enjuagues de Ricardo Anaya, la ayudará en este cometido.

Estamos en consecuencia frente a una más de las simulaciones a las que somos tan afectos en nuestro país. Si lo políticamente correcto es ciudadanizar la política, pues hagámoslo, pero que no se cumpla.

Pero aun en la hipótesis de que lograran reunir las firmas requeridas y el INE avalara su registro, ¿se imagina usted la boleta electoral que habría? Casi un cuadernillo donde tendríamos que elegir el próximo 1 de julio del 2018 de entre al menos 40 opciones, los abanderados de las coaliciones y los independientes. Menudo lío.

Con todo, lo más grave es la dispersión del voto que ello supone y que haría que quien resulte elegido como Presidente de la República lo sea con porcentajes del 30 por ciento o menos del electorado, y si a ello sumamos la fragmentación en la elección legislativa que conlleva, nos pondría frente a un escenario en el que se dinamitaría la posibilidad de concretar acuerdos o construir mayorías necesarias para gobernar.

Si de por sí el horno ya no está para bollos, las negociaciones y arreglos para formar alianzas que permitan gobernar al Ejecutivo en este escenario saldrían extremadamente caras. No solo no se ciudadanizaría la política sino que el incentivo para corromperla más –que ya es decir mucho- estaría al alcance de la mano.

Así que vaya pensando bien si quiere dar su apoyo a los aspirantes “independientes” y si lo suyo es hacerle el juego a quienes se relamen los bigotes aplicando la máxima de “divide y vencerás”.

Sobre advertencia no hay engaño.

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