Por: Edgar Carmona Blanco
Tuvieron que pasar 35 largos años para realizar la secuela de este gran clásico de la ciencia ficción y todos los fans de esta película de culto correspondiente al año 1982, me tendrán que perdonar porque esta segunda parte está mejor que su antecesora.
Simple y sencillamente BR 2049 despliega una impresionante estética audiovisual propia del género. El responsable de esta auténtica belleza cinematográfica es el cineasta Denis Villenueve (Sicario, La llegada), quien demuestra una destreza subliminal como contador de historias entramadas y que logra conectar o ligar íntimamente con lo sucedido en la primera entrega.
En la trama actual, han transcurrido 30 años y esta vez un nuevo detective (Ryan Gosling) se encarga de exterminar a los modelos antiguos de replicantes (los de ahora son más avanzados y modernos). Dicha misión lo lleva a descubrir una serie de acontecimientos que le despertarán curiosidad, cuando deberá investigar y resolver un caso que le va generando problemas y más preguntas que respuestas y es aquí donde entra la esencia apoteótica del filme: ¿hasta dónde llega nuestra obsesión y necesidad por descubrir nuestro verdadero origen?
Algo semejante ocurre precisamente con el solitario personaje de Gosling (en una excelente interpretación), quien emprende una peligrosa jornada de autodescubrimiento basada en su interés por llegar al fondo de la verdad.
Poco a poco, el relato se va tornando intrigante y hasta cierto punto emocionante, ya que las logradas secuencias de acción y los efectos especiales están al servicio de su discurso narrativo; dando paso a una atmosfera poética, envolvente y cautivante para el espectador.
Aunado a esto, está la muy importante reaparición del personaje de Harrison Ford, quien regresa a repetir el papel de Deckard, el original Blade Runner ya retirado y que vive oculto en el anonimato.
Gracias a él, la saga todavía adquiere más fervor y su valiosa intervención es clave para el desenlace de este filme ampulosamente existencialista, futurista y que aborda de nueva cuenta el eterno tema de la relación entre el creador y su creación.
A esta génesis le sigue un fatal y trágico final en donde los desconectados de toda sociedad sin importar el tiempo y espacio, terminan pensando y sintiendo que muchas veces el amor implica convertirse en extraños.