La del 2 de octubre de 1968, no fue la primera ni la última acción represiva contra estudiantes mexicanos. El 30 de diciembre de 1960, en Chilpancingo, Guerrero, el movimiento estudiantil que se oponía al gobierno tiránico del general Raúl Caballero Aburto, fue enfrentado por el ejército federal, el saldo fue una veintena de estudiantes muertos y docenas de heridos. El 10 de junio de 1971, en el Casco de Santo Tomás de la Ciudad de México, murieron alrededor de 120 estudiantes y otros tantos fueron heridos en una acción perpetrada por el grupo paramilitar denominado Los Halcones. El 12 de diciembre del 2011, también en Chilpancingo, un enfrentamiento entre estudiantes normalistas y policías federales y estatales, dejó un saldo de dos estudiantes muertos. Entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre del 2014, en la cadena de acontecimientos de Iguala, hubo nueve personas fallecidas, 27 heridas y 43 estudiantes desaparecidos. La madrugada del 5 de junio de 2015, aquí en Xalapa, un grupo de alrededor de 10 hombres encapuchados y armados con armas de fuego, palos y machetes, irrumpió en el domicilio de un estudiante en el que se realizaba una celebración, ocho jóvenes fueron brutalmente golpeados y algunos heridos con armas blancas.
Todos estos casos, los responsables han sido arropados por un manto de impunidad. La Masacre del 2 de octubre del 68 se ha convertido en símbolo de las luchas estudiantiles del país, su impacto fue tan fuerte que muchos escritores expresaron su indignación y su protesta mediante el arma que poseen, la palabra. En memoria de todos los estudiantes caídos, violentados y desaparecidos del país, en esta entrega publico algunos de los poemas que se escribieron tras la noche de Tlatelolco.
Memorial de Tlatelolco
Rosario Castellanos
La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar en crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
para que nadie viera la mano que empuñaba
el arma, sino solo su efecto de relámpago.
Y a esa luz, breve y lívida, ¿quién? ¿Quién es el que mata?
¿Quiénes son los que agonizan, lo que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?
¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo.
Y en la televisión, en la radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un
minuto de silencio en el banquete.
(Pues prosiguió el banquete.)
No busques lo que no hay: huellas, cadáveres,
que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa:
a la Decoradora de Excrementos.
No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
Ay, la violencia pide oscuridad
porque la oscuridad engendra el sueño
y podemos dormir soñando que soñamos.
Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangra con sangre.
Y si la llamo mía traiciono a todos.
Recuerdo, recordamos.
Esta es nuestra manera de ayudar que amanezca
sobre tantas coincidencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordemos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.
Tlatelolco: 2 de octubre de 1968
Óscar Oliva
El comandante responsable soy yo. No se decretará
el estado de sitio: México es un país donde la
libertad impera y seguirá imperando.
Conferencia de prensa del general
Marcelino García Barragán, secretario
de la Defensa Nacional, a unas horas
de producirse la matanza en la Plaza
de las Tres Culturas, Tlatelolco.
Los helicópteros han lanzado luces,
ojos abiertos suspendidos en el aire.
Siguiéndolos, yo les doy mi caída.
¿Qué es ese fragor, ese ruido de muchas aguas?
El avance de los soldados es delatado
por el golpeteo de los tacones de sus botas.
Soy uno de los primeros en caer.
EL espejo de piedra
José Carlos Becerra
Detrás de la iglesia de Santiago-Tlatelolco,
los cuchillos de jade hallaron su visaje ceremonial en boca de las
[ametralladoras.
Detrás de la iglesia de Santiago-Tlatelolco, Nuño de Guzmán oró
[ante Hitzilopochtli
y le ofreció el sacrificio.
Detrás de la iglesia de Santiago-Tlatelolco, descubrieron aterra-
[dos que otra vez existía ese país,
aquel que ellos creyeron sepultado
bajo jade y las plumas y los estípites y los palacios de Adamo
[Boari y los desayunos en Sanborn´s,
de su oportuna y mestiza retórica.
Detrás de la iglesia de Santiago-Tlateloloco, treinta años de paz
[más otros treinta años de paz,
más todo el acero y el cemento empleados en construir la esce-
[nografía para las fiestas del fantasmagórico país,
más todos los discursos,
salieron por boca de las ametralladoras.
Lava extendiéndose para borrar lo que iba tocando, lo que iba
[haciendo suyo,
para traerlo a la piedra del ídolo nuevamente.
¿Pero lo trajo de nuevo a la piedra del ídolo?
¿Pero tantos y tantos muertos por la lava de otros treinta años
[de paz,
terminarán en la paz digestiva de Huitzilopochtli.
Se llevaron los muertos quién sabe adónde.
Llenaron de estudiantes las cárceles de la ciudad.
Pero al jade y a las plumas y al estofado de los estípites y a
[los nuevos palacios que ya no construyó Boari, y a los des-
[ayunos en Sanborn´s,
Se les rompió por fin el discurso.
Y cuando intenten recoger esos fragmentos de ruido para con-
[templarse,
encontrarán en ellos solamente
a los muertos hablándoles.
A treinta años de paz –como otros treinta años de paz-,
más todo el acero y cemento empleados en inventar la sombra
[de un país,
más a todos los discursos y los planes de negocios dulcemente
[empapados
por el olor de los desayunos en Sanborn´s,
se les rompió, de pronto, el espejo.
Se apostaron como siempre detrás de una iglesia,
poco importa si laica o religiosa,
y otras «Noches» y otras «Matanzas»,
vinieron en ayuda de ellos.
En la Plaza de las Tres Culturas,
el «Cacique gordo de Zempoala» y don Nuño de Guzmán y el
[anciano general perfectamente empolvado,
descubrieron que en realidad eran uno solo, porque secretamente
[siempre
desearon parecerse a Limantour.
Después de haber desayunado juntos en Sanborn´s,
el «Cacique gordo de Zempoala» y don Nuño de Guzmán y el
[anciano general perfectamente empolvado,
en la Plaza de las Tres Culturas, escucharon
-ya uno de los últimos conciertos-
el vals Dios nunca muere.
Tlatelolco 68
Jaime Sabines
1
Nadie sabe el número exacto de los muertos,
ni siquiera los asesinos,
ni siquiera el criminal.
(Ciertamente, ya llegó la historia
este hombre pequeño por todas partes,
incapaz de todo menos del rencor).
Tlatelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero esto fue peor,
aquí han matado al pueblo:
no eran obreros parapetados en la huelga,
eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre,
todos barridos, certeramente acribillados
por la metralla del Orden y la Justicia Social.
A los tres días, el ejército era la víctima de los
desalmados,
y el pueblo se aprestaba jubiloso
a celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.
2
El crimen está allí,
cubierto de hojas de periódicos,
con televisores, con radios, con banderas olímpicas.
El aire denso, inmóvil,
el terror, la ignominia.
Alrededor las voces, el tránsito, la vida.
Y el crimen estaba allí.
3
Habría que lavar no sólo el piso: la memoria.
Habría que quitarles los ojos a los que vimos,
asesinar también a los deudos,
que nadie llore, que no haya más testigos.
Pero la sangre echa raíces
y crece como un árbol en el tiempo.
La sangre en el cemento, en las paredes,
en una enredadera: nos salpica,
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.
Las bocas de los muertos nos escupen
una perpetua sangre quieta.
4
Confiaremos en la mala memoria de la gente,
ordenaremos los restos,
perdonaremos a los sobrevivientes,
daremos libertad a los encarcelados,
seremos generosos, magnánimos y prudentes.
Nos han metido las ideas exóticas como una lavativa,
pero instauramos la paz,
consolidamos las instituciones;
los comerciantes están con nosotros,
los banqueros, los políticos auténticamente mexicanos,
los colegios particulares,
las personas respetables.
Hemos destruido la conjura,
aumentamos nuestro poder:
ya no nos caeremos de la cama
porque tendremos dulces sueños.
Tenemos Secretarios de Estado capaces
de transformar la mierda en esencias aromáticas,
diputados y senadores alquimistas,
líderes inefables, chulísimos,
un tropel de putos espirituales
enarbolando nuestra bandera gallardamente.
Aquí no ha pasado nada.
Comienza nuestro reino.
5
En las planchas de la Delegación están los cadáveres.
Semidesnudos, fríos, agujerados,
algunos con el rostro de un muerto.
Afuera, la gente se amontona, se impacienta,
espera no encontrar el suyo:
«Vaya usted a buscar a otra parte».
6
La juventud es el tema
dentro de la Revolución.
El Gobierno apadrina a los héroes.
El peso mexicano está firme
y el desarrollo del país es ascendente.
Siguen las tiras cómicas y los bandidos en la televisión.
Hemos demostrado al mundo que somos capaces,
respetuosos, hospitalarios, sensibles
(¡Qué Olimpiada maravillosa!),
y ahora vamos a seguir con el «Metro»
porque el progreso no puede detenerse.
Las mujeres, de rosa,
los hombres, de azul cielo,
desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa
que construye la patria de nuestros sueños.
México: Olimpiada de 1968
Octavio Paz
La limpidez
(quizá valga la pena
escribirlo sobre la limpieza
de esta hoja)
no es límpida:
es una rabia
(amarilla y negra
acumulación de bilis en español)
extendida sobre la página.
¿Por qué?
La vergüenza es ira
vuelta contra uno mismo:
si
una nación entera se avergüenza
es león que se agazapa
para saltar.
(Los empleados
municipales lavan la sangre
en la Plaza de los Sacrificios).
Mira ahora,
manchada
antes de haber dicho algo
que valga la pena,
la limpidez.
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