Una sola persona desaparecida bastaría para causar una alarma social en cualquier país, pero no en México. Una sola niña, niño, mujer u hombre, que desaparezca sería suficiente para que todas las fuerzas del orden se movilicen en otro país, pero no en México.

Cuando a mi familia o amigos les cuento que en México hay más de 30 mil desaparecidos y que en Veracruz más de 3 mil, de acuerdo a cifras oficiales, simplemente creen que les estoy haciendo una broma.

En los últimos años he trabajado con cientos de familiares de víctimas de desaparición, es decir, con las víctimas indirectas. Con hermanas, hijos, abuelas, y sobre todo madres de jóvenes desaparecidos y desaparecidas. Esa experiencia ha cambiado toda mi percepción de lo que es mi país, de lo que significa un gobierno, de lo que quiere decir ser humano, ser persona, y me ha cambiado a mí. Como padre no puedo llegar a conmensurar el sufrimiento de un duelo nunca completado, de estar en un limbo por no tener la certeza de dónde está mi hijo, el hijo de ellos que podría ser y debería ser el hijo de cualquier de nosotros.

Y si un servidor público, un empleado del gobierno, participó o cometió la desaparición de un ciudadano, el espanto, la sorpresa, la indignación y el dolor son inconmensurablemente mayores.

El 26 de septiembre se cumplen tres años de la desaparición de 43 jóvenes en Ayotzinapa, Guerrero. En enero de 2016, desaparecieron 5 jóvenes en Tierra Blanca, Ver. Pero no son solamente esos casos, son miles más, miles.

El sistema de justicia de nuestro país ha respondido a esta emergencia como normalmente se investiga cualquier delito, y el resultado es que no hay resultados, no hay sentencias y menos hay la respuesta que quieren los familiares: que les digan dónde están.

Lo paradójico de esta situación es que todos intuimos, e incluso los mismos familiares, que están muertos, que no los van a encontrar vivos. Pero los cuerpos no están, y no se sabe qué pasó. Ese vacío, ese abismo en la nada, es la gran incógnita y el gran reto para el gobierno que algún día tendrá que dar una respuesta, y para las familias que algún día tendrán que resignificar esa ausencia, ese vacío.

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos, CNDH, sacó una Recomendación General y emitió un Informe Especial en el que solicita al Congreso de la Unión expedir a la brevedad la Ley General para Prevenir y Sancionar los Delitos en materia de Desaparición de Personas.

Igualmente los organismos internacionales de Derechos Humanos, en particular la ONU, el Comité para las Desapariciones Forzadas, y la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, han expresado al gobierno mexicano su preocupación por la situación de los desaparecidos en México. Igualmente lo ha hecho la Unión Europea.

El 26 de abril de este año, el Senado de la República aprobó el Dictamen de la Ley General de Desaparición Forzada de Personas y Desaparición Cometida por Particulares, mismo que se encuentra en estudio en la Cámara de Diputados.

Sin embargo, este proyecto de ley es todavía insuficiente y no llega a conceptualizar el fenómeno de la desaparición forzada con base a los tratados internacionales ni a lo que verdaderamente es una violación a la dignidad de la persona humana, porque no cumple con los principios de garantizar verdad, justicia, memoria, reparación integral del daño y medidas de no repetición.

En el Dictamen se mezclan conceptos, bajo el argumento de “buscar” a todas las personas desaparecidas, no se hace la distinción directa de la práctica de la Desaparición Forzada que realizan servidores públicos de los tres niveles de gobierno. El proyecto tampoco crea un registro que responda a la naturaleza y especificidad de la desaparición forzada.

La Minuta que se pasó a la Cámara de Diputados y que estaría por votarse en este periodo legislativo, no incluye perseguir a los responsables intelectuales de cometer desapariciones forzadas, por lo que se niega establecer la responsabilidad de los superiores jerárquicos como lo mandata la Convención Internacional contra la Desaparición Forzada en su Artículo 6.

Igualmente se queda corta en las atribuciones de las instancias de búsqueda inmediata y permanente de las víctimas de desaparición forzada, así como el acceso a todos los lugares de probable detención de las víctimas incluidos campos militares y lugares clandestinos. La Minuta crea una Comisión Nacional, pero que no posee atribuciones ni herramientas necesarias para hacer la búsqueda adecuada en campo.

Las organizaciones de la sociedad civil propusieron crear el Instituto Autónomo de Ciencias Forenses, pero le Minuta solamente crea una figura llamada Banco Nacional de Datos Forenses, cuya función será acumular bases de datos oficiales, siendo que en el contexto de un verdadero nuevo sistema de justicia penal acusatorio y adversarial, los servicios periciales deberían ser completamente autónomos.

De los casos de desaparecidos que hay en Veracruz, la gran mayoría no están clasificados como desaparición forzada por el simple hecho de que en años anteriores no existía el tipo penal en el Código Penal, pero en las carpetas de investigación se mencionaba la participación de policías municipales o estatales, esos casos deben ser reclasificados, pero la Minuta que se encuentra en discusión con los diputados no incluye esa reclasificación, lo cual seguirá dejando a todos los casos que no son investigados como desapariciones forzadas sin la posibilidad de exigir que se clasifiquen adecuadamente al momento de entrada en vigor de la Ley.

Otro de los aspecto que considero que deben estar incluidos en la Ley es el tema de la reparación integral. Recordemos que la Ley General de Víctimas hace referencia a que es necesaria una sentencia firme o la determinación del Ministerio Público que no puede ejercer la acción penal. Pero en la gran mayoría de los casos de desaparecidos esas dos condiciones va ser muy difícil que se cumplan. Por ello, las víctimas indirectas de desaparición tienen derecho a reclamar en un momento dado la reparación integral cuando después de cierto tiempo el Estado no les ha procurado y brindado justicia.

Soy un convencido de la ley como instrumento de consensos y de coordinación de acciones, y desde luego creo que es necesario que se apruebe ya la Ley General en materia de desapariciones, pero estoy consciente también que en México cada ley que se aprueba implica creación de instituciones burocráticas y autárquicas, como ha sucedido con la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, CEAV, que está ahogada en papeleos, burocratismos y servidores púbicos flojos y mediocres.

Al escribir este artículo, tengo enfrente en mi pensamiento las caras y rostros de las madres, padres, hijas, hermanas que he conocido en estos años y que se han vuelto parte de mi historia también. No sé cómo decirles que no pierdan la esperanza, pero que tampoco confíen mucho en una ley que no les va a regresar a sus hijos o hermanos, y que si acaso servirá para que puedan defenderse mejor. No sé cómo decirles que algún día deben enfocarse a buscar paz en sus corazones, no que dejen de buscarlos, pero que ese largo duelo inacabado e inconcluso, sirva para resignificar sus vidas y reconstruir parte de una sociedad rota.

Dedico este artículo a los integrantes de los colectivos de familiares de desaparecidos de Veracruz, junto con este poema que escribí hace dos años, una noche que quise yo mismo resignificar mi propia sorpresa y espanto.

Mueve el tiempo todo espacio

a la orilla de una ola que rompe

y desaparece en la arena despacio

impronta que al instante desvanece.

 

El viento empuja y barre casi

una luz que desmaya cada momento

entre el mar y la costa milenaria

ignorante de la vida y su circunstancia.

 

Ese mar que se va y no se agota

que se queda y no abandona

como presencia sincrónica

testigo de la luz y de la noche.

 

Acaricia el oleaje la piel de la playa

pide perdón a la arena que abandona

queda el duelo de la sombra

que no espera olvidar

su presencia pasajera de viento y olas.

 

Al morir el día se alivia poco a poco

el recuerdo del abrazo del mar y nubes

nace la noche con fuerza

en millones de estrellas que los recuerdan.

 

Un atardecer de duelo

una noche de esperanza

respira ahora el olor de las olas

que tocan una llovizna de tristeza.

 

Olas que imagino nuevamente

en la piel de la playa

la arena respira ahora la sal de sus besos

y el olor de su boca

como diciendo adiós

en una caricia de paz.

 

Brisa y oleaje que se huelen ya

en la forma de siluetas

como manchas negras

en la cortina de la noche

como múcuras de luz

sobre la piel del mar.

 

Y sigo en la orilla tratando de entender

cada ola, que pide perdón por irse

y que baña el cuerpo de esta playa

como duelo infinito de todos los que se van

Y de todos los que ya no han de volver.

 

El mar no lo sabe

nadie lo sabe

sólo este viento, esta nube, esta luna

testigos de cada partida

mudos testimonios del tiempo.

 

Mueve el tiempo todo espacio

a la orilla de una ola que rompe

y desaparece en la arena despacio

impronta que al instante desvanece.

 

Boca.Ver, mayo 2015