Tras el desenlace de la tragicomedia que resultó ser la historia de “Frida Sofía” –lo que ha obligado a medios y audiencias a plantearse seriamente el manejo de contenidos en situaciones de emergencia-, los mexicanos hemos perdido la confianza casi en todo. No creemos lo que nos dicen y empezamos a desconfiar hasta de lo que vemos, sobre todo si viene por la vía de una red social.

El anuncio que han hecho los dirigentes del Frente Ciudadano por México de donar el dinero de los partidos políticos está envuelto en el sospechosismo.

Particularmente, dudo mucho que los partidos renuncien de manera inmediata y voluntaria a lo que es su razón de ser: el dinero; y segundo, tampoco creo que los ciudadanos se vayan a ir con la finta de que los partidos no volverán a tener dinero público, como en su ambiguo mensaje han querido dar a entender los dirigentes.

Los presidentes Ricardo Anaya (PAN), Alejandra Barrales (PRD) y Dante Delgado (MC), anunciaron que presentarán una iniciativa de ley para que desaparezca la totalidad del financiamiento público que el Estado destina a los partidos políticos. Estos recursos, dijo Dante, no deben provenir de los impuestos de los mexicanos sino de las aportaciones voluntarias de “militantes y simpatizantes”. Habrá que ver cuáles.

Por su parte, Anaya dijo que el dinero de los partidos políticos debe destinarse al cien por ciento para ayudar a las personas que han sido afectadas por los recientes sismos en el país. La propuesta, dijo, es de fondo, seria, sin simulaciones y de largo alcance, lo que implicaría que siendo reforma constitucional, el financiamiento público a partidos desaparecería definitivamente.

También hubo un planteamiento que no suena mal: que a la alta burocracia del país le quiten sus privilegios: el costosísimo seguro de gastos médicos mayores, celulares, gasolina, gastos de representación. Es decir, que vivan y gasten como cualquier mortal, cosa que no les debe ofender si consideramos que ganan mucho más que la gran mayoría de los mexicanos.

Sólo para la anécdota. Este domingo por la tarde que consulté en el sitio de Youtube el mensaje grabado en video por Anaya, Barrales y Dante, tenía escasas 46 visualizaciones y ni siquiera un like. De este tamaño es el interés de los ciudadanos en lo que nos han dicho.

Hasta ahora, la reacción del resto de los partidos políticos ha sido heterogénea. Enrique Ochoa Reza del PRI fue el primero en concretar la devolución del 25% de las prerrogativas del partido; serán 258 millones de pesos que se desviarán hacia la tesorería de la Federación. Es legal, la SHCP los destinará exclusivamente a los damnificados. Carlos Puente, del partido Verde, también confirma que devolverán 85 millones de pesos de inmediato, con el mismo esquema del PRI. Andrés Manuel López Obrador, de Morena, con todo y que fue el primero en ofrecer, no ha devuelto nada, ni un centavo. Tampoco ha dicho cuándo ni cómo.

La decisión que han tomado es un punto sin regreso. En principio, deberán aclarar de qué dinero están hablando: de sus prerrogativas o sólo del dinero de las campañas electorales. Tendrán que aclarar la temporalidad: es a partir de este momento –como la ha dicho el PRI- o será a través de una reforma constitucional que les llevará una eternidad de tiempo frente a la emergencia inmediata.

Deberán decir también si esta medida es sólo para atender esta emergencia, aplicará sólo para el proceso electoral en marcha o de plano se trata de una decisión definitiva. Y tendrán que decir también quien deberá financiar toda la burocracia partidista –los miles de empleados en todo el país cuyo ingreso depende precisamente del dinero que destina el Estado a los partidos-, esa que trabaja aunque no haya elecciones.

Y si el propósito es sincero, también deberán establecer reglas claras y mecanismos muy eficientes de control sobre quien aportará de aquí en adelante el dinero a los partidos políticos: decir que lo hará la militancia es un chiste burdo y de mal gusto. Sin estas reglas, el dinero de la delincuencia organizada y de empresas fantasmas que busquen echarle Vel Rosita a sus ingresos, serán quienes determinen las candidaturas en el futuro.

Tampoco sobraría explorar la idea de que los órganos electorales funcionen sólo en los procesos electorales; que la burocracia aburguesada del INE y los OPLES estatales desaparezca para dar paso a verdaderos y reconocidos ciudadanos que sólo trabajen en la preparación, organización y desarrollo de un proceso electoral. Así dejarían de hibernar en la comodidad del presupuesto durante los años que no hay elecciones.

Los sismos de septiembre no sólo ha despertado la solidaridad, también la conciencia. Los partidos políticos y sus dirigentes se dieron cuenta –acaso ya lo sabían pero mostraban una malintencionada ignorancia-, lo que la sociedad asume desde hace varios años: no los necesitamos. Necesitamos nuestro dinero, no de los partidos políticos.

Es cierto, un sistema de partidos sin partidos no existe en ninguna parte del mundo. No podemos poner en duda que aun necesitamos de los partidos políticos para organizar nuestra democracia y legitimar a nuestros gobiernos. Lo que tampoco está en duda es que no necesitamos los que existen actualmente.

Las del estribo…

  1. Como en cada tragedia nacional, aparecen los ciudadanos y desaparecen los políticos. Algunos han actuado con prudencia y comedimiento. Otros de plano andan pensado qué hacer para no perder los privilegios que hoy los ciudadanos reclaman que desaparezcan. ¿Estaremos en el ocaso del sistema político tradicional? No lo creo, en política nunca se apuesta a la auto extinción.
  2. Televisa y algunos medios nacionales sufrieron un golpe seco a su devaluada credibilidad. Mientras en la ciudad de México se transmitió durante horas el rescate inútil de una niña ficticia, cientos de habitantes de carne y hueso de poblaciones apartadas de Oaxaca, Puebla o Morelos sobreviven a la devastación en condiciones miserables, algo que a las televisoras, ni al gobierno, les interesa mostrar.