Que difícil es escribir con el luto en la garganta. Una vez más México ha sido tocado por la tragedia y el abismo se ha abierto a nuestros pies.
Hoy nos debe mover la razón, el sentido común y la solidaridad. A lo largo del día, la información sobre un nuevo sismo de 7.1 grados Richter fue infinita, incontenible; millones de mexicanos nos mantuvimos frente al televisor viendo una vez más como la gente se organiza para enfrentar la tragedia. Los edificios colapsados, una vez más, se convirtieron en imágenes que no olvidaremos jamás, como no olvidamos aquél septiembre de 1985. Así de caprichoso es el destino.
Por eso, en este momento no hay más prioridad que el rescate de las víctimas y trabajar para que las personas puedan recuperar sus vidas. Así lo debemos hacer en Chiapas, Oaxaca, Puebla, Morelos y la ciudad de México. Nuestro país ha sido sacudido por la naturaleza y esperamos que suceda algo parecido a lo que pasó hace 32 años, cuando la solidaridad y la organización colectiva fueron construyendo una sociedad distinta.
No insistiré en los datos que ya conocemos. En las horas del miércoles, sabremos del destino de muchas de las personas que podrían haber estado al interior de los 38 inmuebles colapsados, incluida la escuela Rébsamen, la cual seguramente se convertirá en el símbolo de esta tragedia. Miles más lo han perdido todo.
Hoy es el tiempo de la sociedad, no de la política. Si el gobierno federal y los gobiernos de Chiapas y Oaxaca pensaban que con algunas economías, con pequeñas transferencias presupuestales y la solidaridad de la gente podrían salvar la contingencia del sismo del jueves pasado, pero hoy la situación ha cambiado. Las prioridades del presupuesto de los gobiernos debe ser otra, justo en este momento en que se elabora el paquete económico 2018.
No hay mucho que pensar. No sirve la democracia cuando se privilegian las elecciones en lugar de atender lo que es una emergencia nacional.
Por ello, que se olviden los partidos de la gran tajada de 25.4 mil millones de pesos que pensaban gastarse en 2018, que según el propio Instituto Nacional Electoral (INE) es el presupuesto más alto que el país destinará a financiar la política en toda su historia. De los 25 mil 45 millones de pesos, 18 mil 256 millones serían para el gasto operativo del Instituto, y 6 mil 788 millones para el financiamiento a los partidos políticos y candidatos independientes.
¿Qué pretenden? ¿Realizar sus campañas políticas sobre los escombros que nos han dejado los sismos? ¿Van a derrochar miles de millones de pesos mientras miles seguramente seguirán viviendo el albergues? ¿Es ético gastar en propaganda electoral cuando habrá miles de personas damnificadas en varios estados del país?
¿Se deben suspender las elecciones por su alto costo ante las necesidades económicas que enfrenta el país por estos sismos? Por supuesto que no; tampoco podemos debilitar nuestras instituciones y la obligación que tenemos de darnos autoridades para que gobiernen al país. No es el holocausto.
Lo que debemos replicar es lo que se hace en Estados Unidos y en Europa: hacer de las elecciones un proceso político breve y eficiente -donde el gobierno destina muy pocos recursos-, que garantice la libre participación de los ciudadanos. Es decir, realizar elecciones donde ganen los candidatos que tengan una mejor oferta y no quien haya gastado más. Hacerlo en este momento sería un agravio que el gobierno y los partidos políticos pagarían muy caro.
No es un acto de populismo. Es un acto de sentido común. ¿Para qué gastar tantos recursos en campañas políticas que nada ofrecen? ¿Para qué enriquecer a líderes de partidos políticos y candidatos, que ven en las elecciones un gran negocio político y económico?
Cada año, el Instituto Nacional Electoral gasta algo así como 11 mil millones de pesos, no importa que no se realicen elecciones federales; eso sin contar lo que gastará cada uno de los estados a través de sus propios órganos electorales donde habrá elecciones. Eso que gastan cada año sería suficiente para preparar, organizar y desarrollar el proceso electoral.
Hoy los medios digitales y electrónicos permiten hacer campañas diferentes, como lo hacen los países desarrollados; así, los apoyos tradiciones que sólo sirven para cooptar el voto en zonas rurales y en colonias pobres de las ciudades, servirían para atender a millones de damnificados en los diversos estados del país. Y que los pobres voten por conciencia y no por hambre.
El gobierno y los partidos políticos tienen ante sí la gran oportunidad de salvar el pellejo ante el juicio de la historia. Que el dinero se destine a la reconstrucción y a los damnificados, y no a las elecciones. Que se gaste lo necesario, no lo excesivo.
Mientras, a los ciudadanos nos toca apoyar en la tragedia. La solidaridad ha vuelto a tocar nuestras conciencias –con las lamentables excepciones de los sátrapas de siempre-, y es necesario que hagamos que este país cambie. Con el tiempo, esta cicatriz la podremos mostrar con orgullo o con vergüenza.
La del estribo…
- La inmundicia legislativa no tiene límites. Ahora han decidido votar una cosa en el pleno del Congreso y publicar otra en la Gaceta del Estado. Ante la evidencia hecha pública por la Iglesia católica, el espurio presidente de la Junta de Coordinación Política, sólo atinó a decir que sería “tonto” realizar una acción así. La ignorancia y la perversión política es osada.
- El PAN veracruzano se niega a discutir el dictamen que plantea la reforma para despenalizar el aborto. Sus razones son electorales ocultas tras una simulación ideológica. Mientras el PRD, su aliado y patiño, el promotor de estas reformas en la ciudad de México, optó por un vergonzoso silencio.