Los profetas

Cuando los profetas pretendían hacer un bien a la humanidad, en realidad nos estaban haciendo un mal muy grande, porque perdimos la fe en nosotros mismos. Y en ese proceso estamos, intentando recuperarla. No creemos en nada o creemos en poco, y vivimos más bien esperanzados ante la incertidumbre de confiar en nosotros mismos. Tenemos ilusiones y no objetivos, tenemos sueños y no certezas. El deseo del hombre es lo material, pero, no se encuentra así mismo para alcanzar el sentido humano.

Bergoglio, un hombre de fe y esperanza. Que la fe es la esperanza misma. Al igual que otros papas, representantes del Supremo en la tierra. Así nos lo han contado. Visitan pueblos y elevan su palabra en la Plaza de San Pedro, en la búsqueda de Dios, que es una de las esperanzas del hombre durante su existencia.

Y se busca ahí, en donde poco ha estado. En la pobreza, en la miseria. En esos pueblos desesperanzados, olvidados,  reciben la imagen y la palabra de Dios, representada en el Pontífice, con la ilusión de ser acogidos por el embajador del Supremo.

Dios que los tiene olvidados y en manos de falsos libertadores que se convirtieron en sus verdugos.

El Creador observa a Bergoglio, y lo ilumina con actos de bondad. Pone en sus palabras, aliento, que son bálsamo para el alma, palabras que van mitigando el peso de la carga moral a las sociedades.

El Papa no espera las promesas divinas, que son en diferido en el tiempo, por los siglos de los siglos. Francisco, el hijo de Regina María Sívori, alienta a la reflexión de tantas atrocidades que nos lastiman. Las palabras de Jorge Mario Bergoglio son una esperanza tangible, para quienes desconfían de sí mismos. Y esto es un acto de fe.

Perder la confianza en sí mismo, es perder la voluntad. Tomemos el camino de la resurrección. Alcemos la voz, protestemos y protestémonos, que surja ese llamado fuerte, que emana del alma desesperada, y tomados de la mano de la libertad y la justicia, cesen las lamentaciones y se conviertan en acciones fluidas, activas, enérgicas, que pongan orden en las áreas gubernamentales, que permanecen estáticas y en retroceso constante, que no solventan ni alivian los conflictos sociales. Y se estereotipan en acciones inmanentes con graves daños al mismo individuo que las provoca y a la sociedad toda. Pretender justificar que seres humanos se enfrentan violentamente por intereses de grupos, que intentan preservar su área de acción y de influencia, es no tener  capacidad y visión de Estado, de que esto surge por las necesidades socio-económicas de un pueblo. Por el contrario cuando hombres y mujeres se les atienden en las necesidades primigenias, se mueven con ilusión y esperanza, dejando de lado los hechos de las exigencias vitales que les atormentan, violentando su interior, volviéndose agresivos con su entorno, con su yo externo que les ha sido adverso.

Hay una pérdida inexcusable, en la que se tiene como sociedad que reflexionar y actuar, que es la pérdida de la moral y la voluntad de esta sociedad, de condescender lo que se esta permitiendo, marcando en lo profundo la condición del ser. Produciendo al interior de las sociedades, desolación y desamparo.

¿Que no sabemos qué es lo qué nos pasa? Pues ¡eso es lo que nos pasa! Parafraseando al filósofo y ensayista José Ortega y Gasset. Que no sabemos, que no entendemos, que no nos queremos dar cuenta, o nos damos cuenta y no queremos. Y esta es la dificultad, del pensar, del sentir, lo que se elige, y se reelige en los procesos electorales a hombres sin capacidades para la gobernanza.

Hay que advertir y someter a la consciencia, las emociones, los pensamientos y las decisiones a un fiel de la balanza, que no permita el sometimiento a la incongruencia, porque se es entonces más débil, más vulnerable.

Septiembre 1847-2017

De Niños Héroes y Adalides

No puede haber niños héroes en un país en donde a los jóvenes no se les da la oportunidad del conocimiento, no puede haber héroes en un Estado en que a los adultos mayores se les denuesta y no se establecen oportunidades para el desarrollo, y en donde se alienta el concepto de que son población decadente.

A los jóvenes se les miente, se les utiliza, se les ilusiona, a las personas mayores se les margina.

Un país en que se denuesta la riqueza de la experiencia y somete el pensamiento febril, entusiasta y lleno de belleza de la juventud, es un pueblo condenado a la miseria. A la miseria moral, a la miseria social, económica y humana.

¿ Y quienes condenan a ese pueblo?

Nosotros mismos. Por seguir permitiendo que los mismos que han estado en el poder, sean los que continúen en el poder. Ellos o sus descendientes. Cambiantes de un lado para otro, de partidos, de colores, para alcanzar sus objetivos y continuar abrevando de los humus del poder. Ya sin ideologías, sin estatutos que rigen a los activos electorales.

Los demás, sobre todo la juventud, que son la juventud de las familias que desean la oportunidad de desarrollo, se tienen que someter a los escrutinios burocráticos tendenciosos, para poder “escalar” en la ignominiosas estructuras de un Estado irreflexivo que no alcanza a tener la capacidad de la organización del Estado como Estado. Que nos hunde cada vez más en la miseria, generando efectos graves de descomposición social, como lo estamos observando, sintiendo, padeciendo, viviendo.

Se sucede en seguida de la transgresión violenta, la muestra de repulsa después de los hechos. Dice el párroco de Madrid, Santiago Martín. Después de los atentados terroristas en Barcelona. “Y esto esta muy bien”, menciona, y agrega; pero hay que hacer algo más: “No puede ser que solamente estemos rezando”.  “Esto es lo primero”, dijo; fundamental. Pero no puede ser que sea lo único que hagamos. “Menos lágrimas y más a hacer cosas”.  Y esto nos sucede en Veracruz.