Casi como regla general, en cualquier parte del mundo, los artistas suelen tener una percepción de la realidad mucho más lógica y cercana que la clase política. Por ello, sus posiciones ideológicas -ajenas a la depredación económica como propósito-, resultan un espacio para una crítica reflexiva, pero sobre todo, para explicar de mejor manera lo que la sociedad está padeciendo.
En Estados Unidos, por ejemplo, la supuestamente frívola y material sociedad de Hollywood, se ha convertido en un lastre para el actual gobierno de Donald Trump. La crítica descarnada en eventos públicos y programas de televisión ha sacado de sus casillas al tornasolado mandatario y ha puesto en contexto los riesgos que representa la política norteamericana, lo mismo para sus ciudadanos que para el resto del mundo.
Muchos artistas mexicanos también se han convertido en activistas de peso completo. Lo mismo con su trabajo en películas –la trilogía de Luis Estrada es un extraordinario ensayo social sobre la situación de corrupción y violencia del México contemporáneo-, que con campañas en redes sociales y con posicionamientos políticos antes impensables.
En antaño, los artistas estaban al servicio del poder, en muchos sentidos. La recompensa era compartir los privilegios, y en la forma más transparente, obtener apoyos y patrocinios para realizar su trabajo. Hoy, la mayoría representa esa conciencia crítica nacional que busca modificar el estado de las cosas, despertar del marasmo a una masa social aletargada.
Bueno, pues resulta que a principios de mes se hizo entrega de los premios “Ariel” a lo mejor del cine mexicano -el equivalente a los Óscares, pues, pero en versión tenochca-. Tal vez hubiera sido una noche sin pena ni gloria, si no fuera porque ahí se escucharon los discursos más poderosos que ningún otro actor político ha sido capaz de articular en estos días.
Rescato particularmente el texto de Adrián Ladrón, premiado como mejor actor, quien haciendo honor a su apellido, se robó la noche. Modificarle una coma sería mancillarle, así que cito textualmente:
“Tenemos mucho trabajo que hacer, para defender el derecho de seguir aquí. Este país está desapareciendo, desaparecen las personas, las familias, las creencias, pero no el abuso de poder, la corrupción y los privilegios de unos cuantos. Desaparece el dinero destinado a la cultura, la educación y la salud, pero no los bonos ni los altos sueldos de los funcionarios públicos”.
“Este país quiere ser libre, pero no sabe cómo y no sabe cómo asumir esa responsabilidad. Todos en este país sabemos la cantidad de delitos y abusos que vivimos a diario, pero lo que no alcanzamos a ver es que estos abusos ocurren sólo porque nosotros los permitirnos”, dijo Ladrón, galardonado como Mejor Actor de la Cinematografía Mexicana por su participación en La 4ª Compañía, durante su discurso de agradecimiento por el premio.
Por su fuerza y contenido es necesario que lo sigamos repitiendo, tal vez hasta el cansancio, hasta que México detenga su propia desaparición forzada.
La reflexión lleva no sólo a mirar lastimosamente al resto del país, sino particularmente a lo que sucede en Veracruz. Todos los días –como ayer domingo, o el viernes pasado o la semana anterior- leemos como los jóvenes mueren víctimas de la violencia, las familias se fracturan y la sociedad ha tenido que transitar de la indignación por la impunidad a la zozobra provocada por una delincuencia incontrolable.
También leemos como los comercios –grandes y pequeños- cierran por la violencia, por el cobro de derecho de piso, por el riesgo de ser asaltados y lastimados, y en el menos lamentable de los casos, porque la parálisis económica hace que no haya dinero ni para lo básico. Somos casi el único estado del país que no genera empleo, mientras un grupúsculo de políticos sigue peleando insaciablemente los despojos en que han convertido a Veracruz.
Es cierto. Cada día estamos desapareciendo física y emocionalmente. Ha desaparecido el gobierno y sus instituciones, y con él, ha arrastrado a medios de comunicación, a organizaciones sociales, a la cultura y al deporte; a todo lo que nos distingue como sociedad. También han desaparecido el respeto, la paz, la solidaridad –no importa lo que pase, mientras no nos pase a nosotros-, la crítica y el enojo que nos saque a las calles a protestar. Como sucede en México, Veracruz también está desapareciendo.
Ya no necesitamos reflejarnos en otras crisis para explicar nuestra desaparición forzada. No estamos colombianizados ni tenemos los rasgos de violencia de los países en guerra. Tampoco estamos replicando el populismo social de Venezuela o la pobreza social y económica de algunos países de África.
Nosotros hemos logrado convertirnos en todo eso al mismo tiempo, lo que nos señala como un referente mundial de lo que nunca debe suceder a una sociedad contemporánea: desaparecer en lugar de evolucionar.
La del estribo…
- En seis meses, Veracruz pasó a ocupar el primer lugar de secuestros en el país. Y en esta cifra, resulta que Xalapa es la ciudad con más secuestros denunciados. El número de robos a casas y comercios es escandaloso. Algo muy podrido ocurre en la ciudad. La violencia incontrolable es resultado de la delincuencia y la impunidad, y no de la transparencia que presume el Gobernador.
- Destinó el gobierno federal 34 mil millones de pesos a la burocracia sólo por llegar a tiempo de su trabajo. No había forma de justificar la productividad. Eso explica la percepción de la gente: todos odian a los burócratas porque en realidad quisieran ser como ellos. El “tlacuache” Garizurieta será eterno.