(Sucedió en una sastrería, aquí en Jalapa, zona centro, por Los Lagos del Dique).

Es una mañana extrañamente silenciosa y nadie pasa por la calle. Es enero de 2013 y el sol no calienta en lunes. ¿Será que abrí temprano el negocio? Arnold (Arnulfo, el ayudante) no ha llegado y doña Alicia, tampoco; ¿andará recogiendo el dinero de la tanda?. No se ha aparecido el General, y con lo que necesito cierres, botones y pellón. ¡Qué raro se siente estar solo! Creo que hasta oigo lo que pienso.

Ya es media mañana y no han venido los amigos; ni Don Sebastián (78 años), debe andar muy orondo paseando en Plaza Crystal con Juanita (60 años, su novia). El maestro Margarito está de vacaciones y no le ha hablado ni a Arnold. Ha de querer descansar y estará acostado mirando películas del Santo o Blue Demon; todavía es temprano para que beba una copita de vodka. Ya no prepara clases, dice que lo sabe todo de sus materias, por eso usa el mismo cuaderno de dictado y el mismo libro cada semestre. El lic. Manolo (jubilado) dijo por teléfono que no circula esta semana. Quién sabe, puede que estén  juntos poniendo la chambrana en la casa de Las Trancas y afinando el paladar. Ya se verá mañana, a ver si no vienen adecuadamente ‘crustáceos’.

Se oyen ruidos de tijeras aquí junto; doña Alicia ya debe estar cortando el pelo. Lo que siento es que no ha traído la cafetera y con las ganas que tengo de ese buen café que nos dejó Fidel en su campaña para gobernador. Bueno, también dejó muchos puentes mal hechos que no solucionan el tráfico y eso sí una gran deuda para el Estado. Pero es del PRI y yo soy piista o panista de corazón, de los que confían, de los que le creen a López Dóriga, a los de TV Azteca, a los de Tercer Grado, a Pepe Cárdenas, a Ferriz de Con y a sus encuestas; creo que más vale malo por conocido que bueno por conocer. Los cambios me asustan, que tal y llega López Obrador y expropia mi sastrería sin nombre; ¡ni Dios lo quiera y la virgen de Juquilita me proteja!

Pero no hay mal que por bien no venga, así puedo adelantarle al traje del licenciado, si, aquel que antes de ser diputado usaba telas del país y ahora debo ser cuidadoso al trazar y cortar porque ya me trae telas inglesas o italianas suavecitas. Cómo se ve que gana bien, representándonos, aunque después de la campaña no le volvamos a ver la cara. Bueno, con este lic., ni antes.

Así que mientras trazo y corto es mi oportunidad de oír a solas Radio Perote y al Patrón, que estas difusoras sí tocan música de la que más me gusta.

Por fin llegó Arnold. Sonriente, saludó y se puso a trabajar. No tarda en poner su música. Si hasta le encargó a Felipau (Felipe, el nevero) “el hombre de las nieves”, un mueble de madera rústico para colocar un CD y la tele. Por cierto, ya va siendo hora de que aparezcan por aquí Felipau y el Lic. ‘siete pesos’ (porque siempre que se trata de cooperar para el pomo o refrescos, él lo hace con 7 pesos) y puede que Manolo y Felipe, maestros de la Peluquería del Parque.

Llegó don Sebastián y luego, luego empezó a hablar de su amor. Ni duda cabe, el hombre está enamorado. No hace mucho recordó de cuando conoció a Juanita y se acordó, también, de mis años mozos. Se le olvidó decir muchas cosas de mi vida. También soy del siglo pasado y tengo muchas historias que contar. Cuando lo pienso, ya no sé bien de dónde soy, si de aquel pueblo pesquero, de esbeltas palmeras, fuertes vientos y chilares verdes, o de Coatepec, pueblo que huele a café al que llegué muy joven a aprender los gajes del noble oficio de sastre que me enseñó don Amando, después de iniciarme en el gustoso arte de la copita. Poco a poco fui aprendiendo a disfrutar del sonido de la tela que se corta y a dibujar con la tiza un pantalón, un chaleco, un saco mientras platico y bebo un buen brandy.

Todavía no terminaba mi infancia cuando tuvimos que emigrar. Salí entonces de mi pueblo y no volví a sentir la brisa del mar. No salí de un pueblo triste, dejé un pueblo alegre, por donde no pasa el tren. Durante el viaje, recuerdo que hablé poco y miré mucho, mucho mar a un lado de la carretera.

Hasta ahora escucho a don Sebastián que sigue recitándome un nuevo poema para Juanita. Quizá no lo entiendo cuando habla del amor. Pienso que el amor tiene su edad y sus tiempos, pero el maestro Bau (Bautista) dice que no hay edad ni tiempo para enamorarse, que es una oportunidad para vivir, sentir, arriesgarse. Por cierto, tampoco ha llegado. Ya pasó a preguntar por él, el señor alto y barbón. Debe estar en el delfinario con Fito y ese señor serio de la moto que también pasa a preguntar, buscándolo.

El maestro Bau dice que es romano de Italia y que se llama Guglielmo. No sé qué hacen ahí; quizá por la buena botana. Tal vez quieran ver a Laurita, o estará con Tere, bebiendo bebidas que hacen daño.

Atardece y tengo hambre. Rafa, no ha venido ni ha hablado. Bueno mi celular ya no funciona muy bien, a veces suena, a veces no y se descarga muy rápido. A ver cuándo me regalan otro.

Cuando hay mucho trabajo, extraño a los muchos estorbantes que he tenido; unos mejores que otros y alguno que otro, golondrino como ‘Migue’ que combina dos oficios tan opuestos: taxista y sastre. Regresa siempre que se aburre del volante y de escuchar tantas historias de pasajeros y entonces se pone a cortar y a cocer algunos pantalones que nunca termina, excepto los suyos.

Dicen que tengo buena memoria y debe ser verdad porque recuerdo muchas cosas de mi vida, que ya les contaré, y no se me olvidan las medidas de mis clientes. Gracias a Dios, desde que estaba en la calle Mata, nunca me ha faltado el trabajo, ni la fama: tanto que hasta un gobernador me mandó traer para que le cosiera y no fui. No pude ir, no me hizo falta. Desde entonces llegaban muchas composturas y se amontonaba tanta ropa que no podía entregarla a tiempo, prometiéndola siempre para el día siguiente y por eso me dicen, desde aquellos años, “El hombre del mañana”, porque siempre les digo a mis clientes: “para mañana está”. Lo que sé de cierto es que me llamo Luis, soy dueño de una sastrería-bar y a todos mis amigos les consta que es de “Clase mundial”. Salud…

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