El año pasado platiqué con Leticia Valenzuela sobre el proceso de creación y montaje de su monólogo Los sueños de la lluvia, obra que nació de un suceso real: tras incendiarse, un basurero fue lotificado y vendido, obviamente, a personas de escasos recursos. El siniestro dio pie a una asociación de mujeres organizadas para procurarse mejores condiciones de vida. Estos acontecimientos constituyen la materia prima de la que se valió Leticia para escribir la obra y llevarla a escena bajo la dirección de Enrique González.

Esta semana, el monólogo volverá a ser presentado en Xalapa, la temporada será del martes 6 al sábado 10 de junio en el Centro Recreativo Xalapeño, todas las funciones serán a las 19:00 horas.
Para quienes no lo hayan visto, recupero algunos fragmentos de aquella conversación.

Los sueños de la lluvia

Esta es una obra basada en un grupo de mujeres de Minatitlán que vivían en el basurero. El gobierno lotificó el basurero municipal y vendió los lotes, claro, baratísimos y estas señoras vivían allí, imagínate en qué condiciones. Hace muchos años hubo un incendio y corrieron peligro de muerte ellas y sus hijos, a raíz de eso decidieron que no tenían por qué vivir así, entonces empezaron a organizarse y lograron que se sacara el basurero de ahí y que les dieran esos terrenos.

A partir de esa organización empezaron a hacer acciones de beneficio común: una hortaliza comunitaria, una casa de salud, gallineros; se organizaron en cooperativa para vender antojitos y poco a poco la organización fue creciendo y sosteniéndose, claro, no sin ataques porque el gobierno no perdona que le ganen.

Cuando me contaron esta historia dije ay, qué bonito sería ponerla en teatro porque se me hacen muy interesantes los alcances que puede tener una organización así. Ellas se llaman Promotoras de Salud de Minatitlán pero han extendido su organización hacia la defensa territorial en contra de los gasoductos, han hecho un programa de vivienda bien interesante donde todas participan en la construcción de las casas de todas, entonces, lo que me interesa de esta organización es su carácter antisistémico. Van por todo y, bajita la mano, tienen incidencia en la vida de la Iglesia, de la familia, del consumo, de la producción, de la vivienda y, sin presumir ni nada, ahí están esas señoras y me parece una organización digna de que se conozca, de que se difunda su trabajo y, además, es una historia humana muy interesante.

Me tardé mucho tiempo en hacer la obra, después, la asociación civil FASOL me dio una beca y dije vamos a ponerla. Le pedí ayuda Enrique González, del grupo Chicantana, con quien yo ya había trabajado hace muchos años y resultó que él quería abordar justamente ese tema y quería, también, hacer una puesta en escena diferente a lo que comúnmente hacemos y el resultado es este monólogo.

Nos llamamos Dos en la montaña porque los dos vivimos en el cerro, somos vecinos. Fue muy rico trabajar con Enrique porque fue una relación de trabajo muy tersa, muy fluida. Yo escribí el texto y él hizo algunas aportaciones entonces desde el principio estábamos en el mismo canal de propuesta y después, cuando pasamos al escenario, procuramos que fluyera mucho y que tuviera el mismo nivel de propuesta y de compromiso y, con la expresividad de todas las herramientas con las que cuento como actriz y las aportaciones de Enrique, hicimos un trabajo que a nosotros nos gusta mucho.

La obra se llama Los sueños de la lluvia y esto es porque la lluvia siempre ha estado presente allí, es un lugar donde llueve mucho, y porque la lluvia era un problema para ellas y después se volvió su aliada en varias experiencias que tuvieron entonces ellas quieren ser como la lluvia que crece y hace crecer, justamente eso es lo interesante.

Es una puesta muy sencilla, el escenario está prácticamente vacío, sólo tenemos un tapete que decoró mi esposo, Salvador López, que delimita ciertos espacios y tiene que ver con la historia que se cuenta, y una actriz que va haciendo varios personajes. Eso es lo que tiene el monólogo, es una sola persona en el escenario pero son muchas las presencias que evoca, que conjura; de lo que se trata es de que un solo cuerpo pueda multiplicarse en una serie de presencias, de acciones, de posibilidades y que el público esté dispuesto a entrar a esa convención y a poner su parte para crear eso que no se ve pero que puede crearse dentro de su cabeza y de su corazón (…)

Utilizamos muy poca música, solo un requinto jarocho, y la imagen que utilizamos en el cartel es la de un trabajo que hacen ellas, entre muchos, que las chilenas llaman arpillas, son unos bordados con volumen en donde ellas cuentan, como a manera de retablo, su proceso.

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