En 1994, Alí Chumacero publicó su tercer, Páramo de sueños, fue el último, nunca más volvió a publicar pero nunca dejó de escribir poesía, el 30 de septiembre de 2010, el poeta nayarita le concedió una entrevista a José Ángel Leyva en la que dijo: «Conservo algunas carpetas con poemas inéditos porque son poemas que no me convencen. Tengo dudas sobre darlos a conocer o no. Allí quedarán para que después de muerto alguien valore si deben o no aparecer. Claro, tardará mucho tiempo, porque ese día aún está lejos». Irónicamente, murió 22 días después, el 22 de octubre.

Los poemarios Imágenes desterradas (1948) Palabras en reposo (1956) y Páramo de sueños (1994) conforman el pleno de la obra publicada de Chumacero, después se alejó de las editoriales porque, según reveló en la misma entrevista: «Nadie me leía y continué escribiendo más lentamente, rompiendo y tirando muchos poemas que no me dejaban satisfecho. No puedo decir que abandoné la poesía, sólo me alejé un poco de la escritura poética. Sentí que la gente no entendía mi obra, que me exigía una poesía directa, realista, sobre las experiencias personales, y eso a mí no me interesa. No me gusta la poesía confesional. No quiero decir que no tenga derecho a existir ese tipo de poesía, sólo que a mí no me gusta la poesía que nombra de manera directa, personal, la realidad».

En su prólogo a la antología que preparó para la serie Material de Lectura, de la UNAM, José Emilio Pacheco afirma que Chumacero «consideró que la poesía acaso puede ser perdonable como una enfermedad de juventud, pero que hay algo profundamente ridículo en seguir escribiéndola después de los cuarenta años.

«Esta decisión es lamentable desde el punto de vista del lector pues a uno le hubiera gustado seguir leyendo toda la vida nuevos poemas de Alí Chumacero. Sin embargo, con ella no nos privó de su poesía de madurez ya que Chumacero fue un poeta cabal desde su primera composición publicada en 1940 (‹Poema de amorosa raíz›). Su aprendizaje en el silencio fue también su aprendizaje del silencio. En dieciocho años hizo lo que tenía que hacer, dijo cuanto tenía que decir, y desde entonces limitó su actividad poética a la no menos difícil e inventiva de lector».

Cierro este breve repaso de los cinco escritores fallecidos en el depredador 2010 con El responso del peregrino, poema (contenido en Palabras en reposo) del que Pacheco, en el mismo texto afirma: «es un canto epitalámico, cruzado desde el principio por ecos de oraciones fúnebres, en que antigenéricamente se predice para la pareja no el porvenir de los cuentos de hadas sino la dificultad irremontable de la convivencia humana y el final ‹despeño de la esperanza›».

Responso del peregrino

Alí Chumacero

I

Yo, pecador, a orillas de tus ojos
miro nacer la tempestad.

Sumiso dardo, voz en la espesura,
incrédulo desciendo al manantial de gracia;
en tu solar olvida el corazón
su falso testimonio, la serpiente
de luz y aciago fallecer, relámpago vencido
en la límpida zona de laúdes
que a mi maldad despliega tu ternura.
Elegida entre todas las mujeres,
al ángelus te anuncias pastora de esplendores
y la alondra de Heráclito se agosta
cuando a tu piel acerca su denuedo.

Oh, cítara del alma, armónica al pesar,
al luto hermana: aíslas en tu efigie
el vértigo camino de Damasco
y sobre el aire dejas la orla del perdón,
como si ungida de piedad sintieras
el aura de mi paso desolado.

María te designo, paloma que insinúa
páramos amorosos y esperanzas,
reina de erguidas arpas y de soberbios nardos;
te miro y el silencio atónito presiente
pudor y languidez, la corona de mirto
llevada a la ribera donde mis pies reposan,
donde te nombro y en la voz flameas
como viento imprevisto que incendiara
la melodía de tu nombre y fuese,
sílaba a sílaba, erigiendo en olas
el muro de mi salvación.

Hablo y en la palabra permaneces.
No turbo, si te invoco,
el tranquilo fluir de tu mirada;
bajo la insomne nave tornas el cuerpo emblema
del ser incomparable, la obediencia fugaz
al eco de tu infancia milagrosa,
cuando, juntas las manos sobre el pecho,
limpia de infamia y destrucción
de ti ascendía al mundo la imagen del laurel.

Petrificada estrella, temerosa
frente a la virgen tempestad.

II

Aunque a cuchillo caigan nuestros hijos
e impávida del rostro airado baje a ellos
la furia del escarnio; aunque la ira
en signo de expiación señale el fiel de la balanza
y encima de su voz suspenda
el filo de la espada incandescente,
prolonga de tu barro mi linaje
—contrita descendencia secuestrada
en la fúnebre Pathmos, isla mía—
mientras mi lengua en su aflicción te nombra
la primogénita del alma.

Ofensa y bienestar serán la compañía
de nuestro persistir sentados a la mesa,
plática y plática en los labios niños.

Más un día el murmullo cederá
al arcángel que todo inmoviliza;
un hálito de sueño llenará las alcobas
y cerca del café la espumeante sábana
dirá con su oleaje: «Aquí reposa
en paz quien bien moría».

(Bajo la inerme noche, nada
dominará el turbio fragor
de las beatas, como acordes:
«Ruega por él, ruega por él. . .»)

En ti mis ojos dejarán su mundo,
a tu llorar confiados:
llamas, ceniza, música y un mar embravecido
al fin recobrarán su aureola,
y con tu mano arrojarás la tierra,
polvo eres triunfal sobre el despojo ciego,
júbilo ni penumbra, mudo frente al amor.

Óleo en los labios, llevarás mi angustia
como a Edipo su báculo filial lo conducía
por la invencible noche;
hermosa cruzarás mi derrotado himno
y no podré invocarte, no podré
ni contemplar el duelo de tu rostro,
purísima y transida, arca, paloma, lápida y laurel.

Regresarás a casa y, si alguien te pregunta,
nada responderás: sólo tus ojos
reflejarán la tempestad.

III

Ruega por mí y mi impía estirpe, ruega
a la hora solemne de la hora
el día de estupor en Josafat,
cuando el juicio de Dios levante su dominio
sobre el gélido valle y lo ilumine
de soledad y mármoles aullantes.

Tiempo de recordar las noches y los días
la distensión del alma: todo petrificado
en su orfandad, cordero fidelísimo
e inmóvil en su cima, transcurriendo
por un inerte imperio de sollozos,
lejos de vanidad de vanidades.

Acaso entonces alce la nostalgia
horror y olvidos, porque acaso
el reino de la dicha sólo sea
tocar, oír, oler, gustar y ver
el despeño de la esperanza.

Sola, comprenderás mi fe desvanecida,
el pavor de mirar siempre el vacío
y gemirás amarga cuando sientas que eres
cristiana sepultura de mi desolación.
Fiesta de Pascua, en el desierto inmenso
añorarás la tempestad.

 

VER TAMBIÉN:
 Carlos Montemayor, poeta chino de la dinastía Tang │ El depredador 2010 / I
José Saramago, habitante de la memoria │ El depredador 2010 / II
Carlos Monsiváis, la palabra fundacional │ El depredador 2010 / III
Germán contra Dehesa │ El depredador 2010 / IV
Montemayor, Saramago, Monsiváis, Dehesa y Chumacero, esas ausencias

CONTACTO EN FACEBOOK        CONTACTO EN G+        CONTACTO EN TWITTER