Anda vagando en las redes la información de que el Gobierno de Veracruz se propone aplicar con todo rigor el Reglamento de Tránsito en las calles y avenidas de todo el estado, lo que implicaría la imposición de multas de alta denominación por una larga lista de faltas; faltas que cotidianamente han venido cometiendo los conductores desde hace años, sin que la autoridad vial impusiera infracciones.

Esa información parece muy a modo para crear un clima de animadversión ciudadana hacia la administración estatal, a unos días de que se celebren las elecciones para las 212 comunas que entrarán en operación el primero de enero de 2018. Tal cosa hace sospechar que esa amenaza fue hábilmente introducida en las redes por personas cercanas a los intereses de los partidos de oposición. O, si es cierta, habla de una gran ingenuidad por parte de la actual autoridad, lo que sería dar a conocer una medida tan impopular a días en que la administración pasará su primer examen ciudadano, que eso y no otra cosa será la elección del domingo 4 de junio.

Aparte de si fue una pifia oficial o una jugada electoral de la oposición, el Reglamento de Tránsito del Estado de Veracruz, que tarde o temprano será aplicado efectivamente a todos los conductores, choferes, pasajeros y peatones que infrinjan alguna o algunas de sus reglas, será una verdadera molestia, en efecto.

No obstante, esa molestia inicial obligará a todos a conducir de una manera más civilizada y mucho menos peligrosa, aunque es cierto que inicialmente también va a obligar a muchos a pagar onerosas multas por sus excesos en la velocidad o por estacionarse en lugares indebidos, o por no traer en regla su licencia de conducir o su tarjeta de circulación o su calcomanía de la verificación.

La tolerancia cero en la vialidad que se avecina conllevará muchos pleitos, muchas discusiones, muchas acusaciones de ciudadanos… porque en Veracruz y en todo México -al igual que pasa con los presos de nuestras cárceles- nadie es culpable, cuando algún oficial de Tránsito pretende imponer una multa por alguna infracción.

En esta ciudad las cosas serán peores por un elemento adicional de nuestra idiosincrasia citadina, por un fenómeno que conocen perfectamente todos los agentes de vialidad: en Xalapa cualquiera atrás de un volante, es influyente.

Como acá están asentados los poderes gubernamentales y como la ciudad es chica, aunque haya crecido tanto, cualquier habitante tiene un vecino, un primo, un amigo, un compadre que es cercano por las mismas razones a un funcionario poderoso (antes, cuando se nos tomaba en cuenta, los periodistas teníamos cierta influencia y se atendían nuestras recomendaciones, pero eso fue en la prehistoria, cuando había una relación entre el Gobierno y la prensa, hoy desvanecida para bien o para mal, según). Así que hay la larga tradición de que, ante una multa de las autoridades viales, el interesado acudía al conocido famoso, que mediante una oportuna llamada esfumaba la infracción.

Pero el Reglamento de Tránsito es bueno, porque su debida aplicación salva vidas, y eso es más valioso que cualquier billete del que tengamos que desprendernos porque nos pasamos un alto o porque íbamos usando el celular mientras manejábamos.

Verdad también que en un principio será un programa esencialmente recaudatorio, que le caerá de perlas a una administración postrada por la inopia en que la dejó la corrupción devastadora del fidel-duartismo.

Pero lo cierto, lo cierto, es que la debida aplicación del Reglamento, la tolerancia cero, evita accidentes y salva vidas.

Eso, no tiene precio.

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