Este fin de semana revisando papeles viejos, me encontré con el borrador de una extensa charla que tuve hace años con un político preso en el Reclusorio Norte de la Ciudad de México.
En ella me cuenta el infierno que vivió meses antes de ir a prisión. Como la considero de actualidad, doy a conocer la primera parte de esa charla.
“Cuando eres parte del poder político nunca piensas en la cárcel. Tampoco piensas en ella cuando cometes un ilícito porque sabes que tus amigos (a los que diste parte del botín) te protegerán. Y también te protegerá ese gran cuate que está arriba de todos y que es Presidente de la República.
“Sólo cuando éste deja el poder y su sucesor no te toma en cuenta para alguna dependencia te incomodas. Pero leve; nada que te quite el sueño.
“Pero cuando ves que las acusaciones en tu contra comienzan a salir poco a poco, como las cucarachas, y que columnistas a los que les mataste el hambre sacan a relucir documentos comprometedores que les dio alguno de tus múltiples enemigos, es cuando te empiezas a preocupar.
“Y más te preocupas cuando quieres pedirle ayuda a tu amigo el ex presidente, pero su secretario particular (ese que te abría la puerta de su despacho en Los Pinos), te dice en tono glacial que el señor no está y no estará para ti en lo que le resta de vida.
“Es ahí cuando sientes un vacío muy carajo en el estómago y te entra una ansiedad que te cuesta trabajo disimular.
“Es entonces que recurres a un buen bufete de abogados que te vuelven el alma al cuerpo: ‘Tranquilo, no te preocupes; los cargos por los que te acusan no son considerados graves’. Pero uno, mosqueado como anda quiere asegurarse: ‘¿Desviar 800 millones de pesos no es un delito grave?’ ‘No hombre, tu tranquilo. Aunque en efecto los hubieras desviado o robado (que demostraremos que no es tu caso) no pasa nada. Pero por sí o por no vamos a tramitarte un amparo’.
“Y es ahí donde empiezas a soltar parte del dinero que habías desviado para asegurar tu futuro. Dinero que comienza a evaporarse cuando tienes que pagar, con religiosa puntualidad, los emolumentos por cientos de miles de pesos de esos abogados.
“Tu tranquilo, no pasa nada.
“Pero las acusaciones crecen a la par que se multiplica tu imagen en los diarios donde eres señalado como el ladrón del sexenio. Tus hijos son materia de escarnio en la escuela y tu esposa ya no quiere ir ni al salón de belleza por lo mismo.
“El ambiente en tu casa se llega a hacer tan espeso que sientes que te ahogas. Buscas el consuelo de la amante pero cuando llegas a donde se supone que vive, te das cuenta horrorizado que vendió el depa que le regalaste y se largó sabrá Dios dónde.
“Es cuando te sientes verdaderamente solo. Y más cuando te congelan tus cuentas bancarias y comienzan a seguirte unos sujetos que se turnan las 24 horas para vigilar tus pasos.
“Es entonces que la ansiedad combinada con el miedo y una opresión muy cabrona en el pecho, no te dejan dormir ni te dejan comer, pero te invitan a beber. Y te vas a tu cava a beberte las botellas que pensabas degustar con quienes fueron tus amigos. (Ah, porque para ese momento ya nadie te contesta el teléfono).
“Pero por más que bebes no te embriagas y eso te ocasiona más angustia e irritación. De malhumorado te conviertes en irascible. Y para acabarla de fregar, la angustia se transforma en un miedo aterrador a casi todo.
“Un día estaba como autómata viendo la televisión cuando tocaron a la puerta y el corazón casi se me salió del pecho. Creí que era la policía y corrí a esconderme bajo la escalera.
“Pero no era la poli; eran mis abogados.
“Antes atentos y amables, esa vez me comunicaron fríamente que no podían seguirme defendiendo porque ‘no había condiciones para ello’.
“Fue una manera muy diplomática de decirme que se iban porque no les había pagado. De nada valió explicarles algo que ya sabían: que mis cuentas estaban congeladas.
“No lo entendieron así y se marcharon no sin antes hacerme firmar unos pagarés por sus servicios.
“Apenas se fueron, un dolor agudo que se hizo insoportable me taladró el pecho y me desvanecí.
“Sufrí un pre infarto”.
Mañana la segunda y última parte: La cárcel y sus consecuencias