La lucha sin cuartel que libran los partidos políticos y sus abanderados ha venido enrareciendo el clima político a unos días de las elecciones, lo mismo en Veracruz que en el Estado de México, entidades que junto con Coahuila y Nayarit tendrán votaciones el domingo 4 de junio.
Hasta hoy hemos atestiguado como en la disputa se valen de todo: filtraciones, acusaciones, guerra sucia en redes sociales y videos en medios de comunicación impresos y electrónicos que se prestan a ello, juicios sumarios, calumnias y, desde luego, la manipulación de encuestas.
Ante la falta de argumentos y propuestas de desarrollo viables y de fórmulas para resolver o al menos atenuar los grandes problemas de los estados o municipios a los que aspiran gobernar, el recurso más a la mano de los abanderados y sus equipos es exhibir los pecados de los rivales, sus fortunas bien o mal habidas, su vida privada y todo aquello que sirva para hacerlos tropezar. Se busca, pues, concitar el apoyo del electorado con base en las debilidades de los otros y no a través de las fortalezas propias. Que se elija al menos malo, no al mejor, es la consigna.
A este ambiente de crispación debemos sumarle que los resultados que se obtengan ponen el piso para el arranque de las precampañas y arreglos de cara a las elecciones federales y locales del próximo año. Así como el presidente Enrique Peña Nieto y el PRI se juegan el todo por el todo en la elección del Estado de México, en Veracruz el mandatario Miguel Ángel Yunes Linares se juega el proyecto de hacer ganar a uno de sus hijos, que busca la alcaldía de Veracruz, como hacer candidato a otro, ¿o al mismo?, para la elección de gobernador del 2018.
De ahí el elevado tono de confrontación que han alcanzado las campañas, donde el enemigo a vencer tanto para Peña como para Yunes, es el partido Morena y su líder Andrés Manuel López Obrador. Por eso ante el crecimiento de las preferencias ciudadanas hacia ellos, la obstinación de eliminarlo de la lucha sucesoria y descarrilar a su partido se incrementa, lo que explica el atosigante pleito que Yunes se ha echado a cuestas en contra del tabasqueño. Se puede entender el amor filial que mueve al gobernador veracruzano en esta nueva guerra, pero no se explica que se haya vuelto, paradójicamente, en el principal promotor del tabasqueño.
Sin embargo, ese afán derogatorio, que ha sido catalogada por diversas voces, lo mismo de actores políticos, analistas y destacados intelectuales, como un grave error de estrategia y sobre todo una forma censurable de intentar eliminar a un opositor político, representa –según todos los indicios- la manifestación de impulsos y resortes de un autoritarismo que creíamos superado y que en mucho ha ayudado a incrementar la imagen y popularidad de López Obrador al victimizarlo.
Más allá de la retórica virulenta, de los linchamientos verbales, del ánimo de revancha, de los proyectos familiares, es mucho lo que está en juego en el futuro inmediato de México y de Veracruz. Es responsabilidad de todos, pero especialmente de quienes gobiernan, evitar que se aliente más el clima de confrontación.
Cuando el golpeteo, la desinformación, la denostación del otro, el rumor, el libelo y la manipulación se vuelven lo cotidiano, estamos frente a un empobrecimiento de la política. Y esto aplica para todos los actores, dirigentes y candidatos, igual para López Obrador y sus seguidores que para Yunes y los suyos, como para los priistas, con Peña al frente, que se aferran al poder en el Estado de México, o los panistas y perredistas que andan desatados ante los comicios del domingo y por la sucesión presidencial en puerta. Todos deberían hacer un alto y reivindicar la política por encima de las guerras de exterminio del rival.
Que sea el debate de las ideas y no la cólera, los huevazos o actos de provocación, lo que marque la competencia política. De la violencia verbal a la violencia política, a la violencia física, solo hay un paso. Cerrémosle la puerta.
Las fobias nublan el entendimiento, degradan la inteligencia y en absoluto son las mejores consejeras para gobernar y hacer política.
La experiencia y la sabiduría popular nos enseñan que siempre el que se enoja pierde.