Desde hace varios años, cada día, muchas personas desaparecen en Veracruz. La mayoría de ellas son jóvenes, padres o madres de familia, hijas e hijos, hermanos que dejan una huella profunda en su familia. A pesar de que sobre ellas se han escrito muchas historias –algunas para honrar su recuerdo, otras para sembrar la perversa duda sobre la responsabilidad de su ausencia-, para las autoridades siguen siendo cifras ocultas en una carpeta de investigación.
Durante los últimos años, una de cada cuatro desapariciones en México se registró en territorio veracruzano, según ha documentado la Procuraduría General de la República (PGR). Entre 2014 y 2016, la Procu registró la desaparición de más de 350 personas en Veracruz; entre las víctimas hay de todo, no se responde a un patrón: lo mismo ha sucedido con comerciantes, agentes de viajes, amas casa, estudiantes, policías y marinos, profesores, ingenieros o taxistas.
De todas estas personas menos del 5% han sido localizadas, casi la mitad de ellas sin vida. Además cerca del 40% de las víctimas ni siquiera son buscados por la Fiscalía Especializada de Búsqueda de Personas Desaparecidas (Fiscalía).
En estos días, no hay movimiento social más organizado, más doliente, que el de los colectivos que buscan con ahínco saber qué sucedió con sus familiares; y aunque muchos reconocen la posibilidad de que no los encuentren con vida, no cesan en su lucha por llegar a la verdad, sea cual fuere. Sus vidas se trastocan no sólo por el dolor, sino porque hacen de la búsqueda su nuevo modo de vida, que no de subsistencia.
Lo que pasa en Veracruz ya es noticia en el mundo. Desde estaba nos refieren con compasión. Desde sus “miradas ausentes” el periodista Sergio Ortiz Borbolla, resume las múltiples tragedias que se esconden tras una sola desaparición:
“Los familiares que quedan detrás de una persona desaparecida enfrentan serias dificultades materiales y deben asumir una serie de cambios en su forma de vida, incluyendo realizar nuevas actividades, tomar otros empleos para poder sostenerse, o dejar sus empleos y otras actividades económicas para poder dedicarse a la búsqueda de su familiar. En muchas ocasiones incluso se ven forzadas a cambiar de lugar de residencia por miedo a represalias provenientes de los perpetradores de la desaparición.”
Y si la ausencia es una tragedia descarnada, la omisión y la indolencia de la autoridad es verdaderamente criminal. En estos días, Veracruz lucha no sólo por saber dónde están todos ellos, sino porque la Fiscalía recupere la dignidad y el trato humano, extraviamos por la incapacidad e inexperiencia de sus responsables.
Pero la respuesta ha sido un grito que no puede callarse, que refleja el valor y el coraje de muchas familias que no descansarán hasta encontrar –sin importar cuál haya sido su destino- a su hijo, hermano o padre. Y el valor porque la venganza de los responsables está siempre ahí, acechante. Para estos nuevos activistas, los obstáculos de las investigaciones los han tenido que ir sorteando porque los mueve más el amor –o el dolor- que el miedo.
Más por protagonismo que por eficacia, en marzo pasado el fiscal Jorge Winckler dijo que Veracruz es la fosa clandestina más grande del país, pues durante muchos años con la complacencia de gobiernos priistas que “botaron” cuerpos de desaparecidos a lo largo y ancho del territorio, en tanto se ocultaban las desapariciones de personas.
Pero el hallazgo no fue mérito de la Fiscalía. El colectivo El Solecito, compuesto por más de 100 madres de desaparecidos, ha descubierto el mayor cementerio clandestino de México con los restos de al menos 250 personas. Sin embargo, se cuentan cientos más a lo largo del estado.
Ante la falta de respuesta de las autoridades policiales y judiciales de Veracruz, más de un centenar de madres de desaparecidos se unieron, tomaron cursos de antropología forense, recaudaron fondos, compraron herramientas, contrataron a cavadores y se pusieron a trabajar para encontrar los restos de sus hijos. El resultado es el hallazgo del mayor cementerio clandestino jamás encontrado en México, en las Colinas de Santa Fe.
Hasta ahora, para el gobierno estatal, el tema de los desaparecidos ha navegado entre la política y la justicia. A dos días de iniciar su administración, el mandatario estatal entregó la medalla Ruiz Cortines a familiares de desaparecidos, con la promesa de integrar una Comisión de Búsqueda.
Entonces dijo una frase que lo perseguirá a lo largo de su efímero gobierno: “Una sociedad no puede vivir tranquila si hay un desaparecido. No podemos ser fríos e indiferentes, será una tarea prioritaria en mi gobierno”.
Las del estribo…
- Lo que ha pasado en el Instituto Veracruzano de las Mujeres refleja fielmente lo que pasa en este gobierno: se creó una gran agencia de colocación para el pago de favores, nombrando a funcionarios sin perfil ni experiencia. Por estar en todo, termina no estando en nada.
- En la búsqueda de su proyecto personal de gobernar la ciudad de México, la dirigente nacional del PRD Alejandra Barrales ha decidido dar la última palada al ataúd de un perredismo tribal y decadente. Vendrá este fin de semana a pasear a Xalapa sólo a escuchar rechiflas.