Agua de navajas, el libro de Rosalba Pérez Priego que publicó el IVEC -en su serie Voladores- a principios de este año, es el resultado de una larga peregrinación de la poeta en la cosmovisión de la cultura náhuatl en busca de su raíz indígena, tenía conciencia de sus antecedentes castizos pero poca o ninguna noticia de la parte americana de su sangre y quería saber qué clase de india es.

En su Historia de la literatura Náhuatl, Ángel María Garibay clasifica los cantos nahuas recogidos en los Anales de Cuautiltán y busca aproximarlos a los géneros de la literatura occidental. Los que podrían equivaler a nuestra lírica son los Xochicuicatl, cantos que provienen «de las celebraciones descansadas en que intentaban los poetas la efímera alegría del vivir, al dulce ambiente de la primavera, y seguían los caminos del canto y la belleza, como quien remonta el cauce de un río, anhelosos de hallar su fuente»

Los cantos del segundo grupo son, al contrario, oscuros: «La tendencia melancólica del mexicano lo induce a ver en pos y al par de las flores que se yerguen, las flores que se marchitan. Y nace el segundo modo de poema individual que es el Canto de tristeza, con que se puede traducir el término Icnocuicatl, por más que el contenido de la palabra náhuatl es muy amplio. Miseria y abandono, orfandad y desamparo, compasión y delicada amargura… todo cabe dentro del concepto y todo se manifiesta en el tornasol del canto (…).

«Icnocuicatl no es sencillamente ‹canto de orfandad›, ni ‹canto de desolación, o tristeza›. Puede acercarse al concepto de canto de meditación, ya que el sentimiento de severidad es algo que difiere de la alegría».

Pone varios ejemplos, uno de ellos, proveniente de la región de Chalco, dice:

Lloro, me aflijo cuando recuerdo:
dejaremos a las bellas flores, los bellos cantos.
Cantemos, gocemos,
todos nos vamos y desapareceremos en su casa.

Aunque no lo cita, el célebre poema de Netzahualcóyotl ejemplifica perfectamente este sentimiento de orfandad ante la fugacidad de la vida:

Como una pintura nos iremos borrando,
como una flor
hemos de secarnos
sobre la tierra,
cual ropaje de plumas
del quetzal, del zacuán,
del azulejo, iremos pereciendo.

Agua de navajas está permeado por este sentimiento de fugacidad:

¿ACASO NO ME IRÉ…?

¿Acaso no me iré…?
¿Acaso permaneceré aquí
donde abundan los cerros,
donde abundan las hojas,
donde se cultivan las flores?
¿Acaso viviré siempre aquí
en la casa de coral,
donde se filtra el tiempo
donde se filtra el agua?
¿Acaso mis huesos
[huesos de mujer-
huesos de varón]
son eternos?

MISTERIOSAMENTE, ENTRE NIEBLAS…

Misteriosamente
-entre nieblas-
nosotros los hombres
aquí, en cuero negro
donde el agua es amarga
el alimento es amargo,
se vive… se muere

Rosalba Pérez Priego (Foto, IVEC)

Agua de navajas es, también, el punto de encuentro de dos disciplinas que, paralelamente al ejercicio literario, han ocupado la vida de la autora: la filosofía y la antropología. No se trata, sin embargo, de un poemario antropologista y menos aún de una visión folclorista, es poesía del siglo XXI que, si bien es cierto que se nutre de ciertas formas, estructuras y elementos de la poética del México prehispánico, también lo es que esos elementos han estado presentes siempre en la poesía de Pérez Priego.

La brevedad y la concisión, la carencia de ornamentos excesivos y de artificios, y la reincidencia en el tema de la muerte, son constantes que definen la obra de la autora, leerla me remite, irremediablemente, a León Felipe:

Más bajo, poetas, más bajo…
hablad más bajo
no gritéis tanto
no lloréis tan alto
si para quejaros
acercáis la bocina a vuestros labios,
parecerá vuestro llanto como el de plañideras, mercenario.

Agua de navajas acaso sea la revelación de que la india que estaba buscando, siempre la habitó y ella fue solamente ha sido su amanuense. Ya estaba presente, al menos, desde su segundo libro, Y se filtró la arena (1985):

Quiero decirte
desde el vacío que me llena
que ya no hay qué hacer
aunque encuentres
un engaño en qué ocupar
tu pequeña
miserable
buena para nada
muerte cotidiana.
Nada que hacer
-o mucho-
para nada.
La vida
(inútil esfuerzo del corazón)
a pesar de todos los pretextos
sin arribo a ningún lado
-que a la muerte-
llegamos desde siempre.

Cuaderno de verano, su libro de 1997 -también publicado por el IVEC-, es el registro poético de un viaje que realizó por Europa, no obstante que se trataba de un viaje vacacional, la escritora de icnocuicatl brinca por todos lados:

ALEMANIA
[A LA VERA DEL RHIN]

Debo quitarme para siempre
esta opresión maligna que me ahoga,
dejar por este camino florido
aquellos pedazos lacerados
del músculo cordial
para que el color del campo
no se opaque con la pena

SELVA NEGRA
[LAGO TITISEN]

II
Negro el lago
negra la selva
y negro el pozo
del corazón.

III
Todo es más oscuro
en esta Selva Negra;
el árbol, los campos de trigo
y en sentimiento en el pecho.

* * *

Rosalba se internó en el ritual náhuatl que consiste en extirpar el corazón, aún latiente, con una navaja de pedernal. El agua con la que es lavada esa navaja es sagrada y en ella se sumerge la poeta, que se asume doncella que asciende la pirámide para entregarse en sacrificio.

AGUA DE NAVAJAS LAVADAS

En las aguas turbias
de la muerte
lavé la navaja
negra -pedernal-
con que arrancaste
mi corazón.

La desolación se extiende a lo largo del libro:

Como piedra negra
es la pena, como
barreno que abre
en el corazón
los caminos de la muerte.

Hay un poema dedicado a Raúl Ladrón de Guevara, escrito el día de su muerte a partir del mito del pájaro quecholli que es el espíritu del guerrero, que cuando muere, toma esta forma para dirigirse al sol.

CUANDO EL RAYO

cuando el rayo, cual ave de rapiña,
desciende sobre la presa…
cuando la víctima atada de pies
y manos es llevada hacia la muerte…
cuando ha sido ya golpeada
contra la dura roca
de la desesperanza…
cuando ya han cortado su cabeza
en la que vivieron las imágenes
alucinantes de la vida…
cuando ya se ha desangrado
y le ha sido arrancado el corazón
(nido de cantos y de amores)
entonces vuela el ave por el cielo
-cuando el sol lucha con las tinieblas-
cuando la primavera…

Pero para la poeta, la inexorabilidad de la muerte, lejos de ser una fatalidad, es una circunstancia que le permite tener un reencuentro más consciente y más pleno con la luz, esto sucede, especialmente, en la segunda parte, Los caminantes

DÍA DE LAGARTO
(CIPACTLI)

En el día de lagarto
caminamos con las manos llenas,
luminosas, llevando ramas de ocote
para encender el fuego
allá, en aquel lugar,
de esperanza y cobijo.
Llevar las manos con sol
para que en lo oscuro
se transforme en joya
dorada… día de lagarto
día de sol.

DÍA DE VIENTO
(EHECATL)

Día de viento
y ráfagas de sol,
día que abre y cierra
el cielo… y allí
-encubierto –el sol
radiante que aleja
la oscuridad del bosque
y del alma.

En Agua de navajas, la contemplación de la naturaleza, la fugacidad de la vida, la inminencia de la muerte son nutrientes de una poesía íntima, personal, a veces desgarrada, a veces calma, siempre reflexiva que nos invita a recorrer nuestros propios caminos en busca de ese que de veras somos y que muchas veces se nos esconde.

 

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