El mes pasado, la Xalli Big Band invitó, por tercera ocasión, a Maritza Montero, una de esas portentosas cantantes cubanas que nos hacen sentir galantes con su trova fascinante. Su trayectoria en agrupaciones como la Orquesta Sonoridad, la orquesta del Cabaret Tropicana, de la que fue solista durante dos décadas, la Orquesta Aragón, Adalberto Álvarez y su Son, Leyendas.COM y Buena Vista Social Club le permiten el manejo de todos los ritmos bailables de la isla, sin embargo se declara intérprete de boleros, especialmente de ese estilo tan cercano al jazz que denominan feeling.
Como buena cubana, Maritza traía la música por dentro, desde que era muy niña empezó a brotar de manera espontánea y poco a poco fue convirtiéndose apoderándose de ella hasta tomar totalmente su cuerpo, su alma y su corazón.
Además de una gran cantante, Maritza es un bello ser humano que me regaló una hora de su vida para compartir, con todos ustedes, un poco de lo mucho que tiene dentro.
Qué culpa tengo yo de este sabor
Yo nací en el año 56, en La Habana, soy la más pequeña de seis hermanos. No vengo de una de músicos profesionales pero sí recuerdo que mi padre tocaba violín, de afición, y en la casa, a veces, cuando estábamos oyendo música o el domingo en la tarde, él se ponía a tocar y a cantar, sobre todo este género de la rumba, el guaguancó, esas cosas tocaba. Recuerdo que en mi casa había un radio de esos grandes de madera y él lo oía y tocaba. Mi mamá cantaba muy bien y cuando lavaba, cuando estaba cocinando y haciendo los quehaceres de la casa cantaba canciones, que ya ni se escuchan, de la trova tradicional. Oí eso de muy pequeña.
No sé por qué desde pequeña tuve un acercamiento al arte, me cuentan que era muy simpática y hacía reír mucho a la gente y desde muy chiquitita ya cantaba en los lugares. Así fueron mis primeros pasos
Cuando llego a la primaria, fíjate que muchas veces fui castigada (risas) porque en lo que nos decían «aquí tranquilos», yo formaba la fiesta en ese momento. Estaba yo como en sexto grado, 65, 66, no tengo la certeza pero recuerdo que empieza un género que hizo Pello el Afrokán, el Mozambique, entonces yo también bailaba el Mozambique y cantaba. Había un grupo muy emblemático de la música cubana que se llamaba Los Zafiros, yo cantaba como Ignacio, la voz prima de ese grupo.
Así fue mi formación pero cuando llegué a la secundaria, empecé a participar más seriamente en los festivales estudiantiles y obtuve varios premios como participante, igual que en lo que aquí llaman la preparatoria, allá lo llamamos preuniversitario.
En Cuba ofrecían becas para estudiar en la Unión Soviética y yo, de atrevida, sin saber nada de música me aventé y fui a pedir una, me la dieron pero era para un conservatorio y había que saber música entonces, claro, no pude y cambié esa beca por otra para estudiar ingeniería.
Creer en los sueños
«Es preciso soñar, pero con la condición
de creer en nuestros sueños. De examinar
con atención la vida real, de confrontar
nuestra observación con nuestros sueños,
y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía»
(V.I. Lenin)
Me fui para la Unión Soviética a estudiar ingeniería, a la república de Ucrania, estuve ahí desde el año 76 al 82. Ahí también participé y recorrí casi todas las repúblicas de la Unión Soviética cantando en los festivales, pero allá se hacían con más organización y tenían un poco más de importancia. Formamos un grupo, yo era la cantante, eran como seis o siete chicos y lo que nos importaba era terminar las pruebas con una buena nota (risas) para que el instituto nos pagara el viaje al otro instituto a cantar, y ahí, por supuesto, siempre defendiendo la música cubana.
En el grupo había un flautista ruso y los demás eran cubanos, Giraldo en la tumbadora, Orestes en la guitarra, Ana María Fernández, que es como mi hermana, cantando conmigo, Daniel y Rigoberto (que estudiaban en el Instituto Militar), Hermes Aurelio Sánchez, que más nunca supe de él pero era el que nos componía y nos hacía las traducciones de la música cubana, ¡imagínate los boleros cubanos en ruso! No recuerdo a los otros.
Éramos muy jóvenes y la pasábamos muy bien, estuvimos en Moldavia, Riga, Letonia, Uzbekistán, Tayikistán, Moscú, bueno, para qué decirte, recorrí casi todas las repúblicas de la Unión Soviética.
Filín
A principios de la revolución, o quizá un poquito antes, empieza a surgir un movimiento del bolero pero cantado con ese feeling que hacen los cubanos, yo oía mucho esas canciones y mi vida profesional la marcó mucho Omara Portuondo, Elena Burke, Moraima Secada, Ela Calvo, esas mujeres que cantaban boleros pero con un toque diferente, con un toque de feeling que es, realmente, lo que me gusta hacer a mí, aunque he tenido que incursionar en otros géneros.
Había una casa en San Lázaro 20 donde yo fui muchas veces a descargar y a cantar con un guitarrista muy bueno que se llama Lázaro Cárdenas. Ahí se cantaba puro feeling, cuando eres joven eres como una esponjita, se te va pegando todo y se me pegó esa forma de decir, más que decir, de cantar, de mover emociones, cualquier emoción. Y ahí seguí.
En la Unión Soviética me gradué de Ingeniera Polígrafa, creo que aquí le dicen artes gráficas, me especialicé en todo lo que tiene que ver con el libro pero en la parte económica, no en la parte tecnológica. Las becas eran gratis, lo único que te pedía el Estado es que, cuando terminaras, hicieras un servicio social gratuito donde hiciera falta. Regresé a Cuba, como te dije, en el 82 y me ubicaron en un instituto poligráfico enorme que se llama Alfredo López. Cuando estaba en la oficina, oía una voz cantando y decía ¿quién será? A veces yo también me ponía a cantar y un día nos encontramos. Él ahora es un amigo muy preciado, se llama Tino Carbajal, cuando nos encontramos me dijo:
-¿Tú eres la que canta?
-Sí
-Ah, mira, yo te quiero llevar a una brigada artística del Sindicato de Trabajadores
Y ahí comencé, como aficionada trabajadora, a cantar en diferentes actividades.
(CONTINUARÁ)
SEGUNDA PARTE: Lo que me tiene extasiada
TERCERA PARTE: Me sobra mucho, pero mucho corazón
VER TAMBIÉN: Conversación con Maritza Montero │ Avance
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