La imagen de un sonriente y sobrado Javier Duarte escoltado por policías en Guatemala tras su detención en un lujoso hotel de Panajachel, Departamento de Sololá, ha dado la vuelta al mundo. Por fin, luego de más de 180 días de huida cayó el ex gobernador veracruzano más repudiado y sobre el que pesa el haber desviado más de 35 mil millones de pesos del erario público, a través de una sofisticada trama de empresas fantasmas y una red de cómplices, que en teoría deben rendir también cuentas ante la justicia.

Cayó Duarte, pero las fotos y videos donde se le observa riéndose, confiado e incluso arrogante, como en sus buenos tiempos, llaman poderosamente la atención. No es la imagen de quien se sabe perdido. Por el contrario, deja la impresión de que se sabe protegido o que, como ya piensan muchos, negoció su entrega.

Lo que es un hecho es que se confirma lo que analistas, medios de comunicación y especialistas en seguridad habían señalado con insistencia por mucho tiempo: el ex gobernador se movía entre Chiapas, Belice y Guatemala, cerca del nuevo lugar de residencia de sus suegros quienes custodiaban a sus hijos. La información que se ha ido conociendo confirma que fue precisamente su familia la que llevó a las autoridades a su captura. Pero lo que es evidente es que el gobierno de Peña Nieto sabía dónde hallarlo. Hasta el padre Alejandro Solalinde, quien anticipó el horror de las fosas clandestinas que serían halladas en nuestra entidad, había dicho desde hace varios meses que el gobierno federal sabía que estaba en Chiapas, entidad en la que Duarte realizó cuantiosas inversiones y donde contaba con diversas propiedades.

Con todo y una orden de búsqueda y captura internacional y que el gobierno mexicano ofrecía una millonaria recompensa a quien proporcionara información que llevara a su ubicación, lo cierto es que hoy resulta claro que la Procuraduría General de la República y los órganos de inteligencia del gobierno siempre tuvieron ubicado al ex gobernador. ¿Por qué no había sido atrapado? ¿Había que esperar que cayera el también prófugo ex mandatario de Tamaulipas Tomás Yarrington en Italia para echarle el guante a Duarte? ¿Había que tener listas las detenciones de esos dos pájaros de cuenta para vender mejor la imagen de una Procuraduría eficiente y un gobierno inflexible y determinado a combatir la corrupción y la impunidad? ¿Por qué se determinó que este era el momento de su aprehensión?

Es obvio el componente político de ello: la proximidad de las elecciones en el Estado de México, donde el presidente Enrique Peña Nieto se juega el todo por el todo para sacar adelante a su primo Alfredo del Mazo. A Peña le urge mostrar que en el PRI no tienen cabida los políticos delincuentes y que en su gobierno la aplicación de la ley va en serio. La detención de Duarte encaja en esa pretendida voluntad justiciera de su administración y, desde luego, de su partido. Por ello la exclusiva de la detención de Duarte la tuvo Televisa y en las primeras horas de su cobertura noticiosa solo dieron machaconamente lectura a dos comunicados oficiales: el de la PGR y el del PRI. Habrá que ver si esto tiene efecto en la cerrada contienda que se vive en la tierra del Primer Mandatario.

Sin embargo, el caso aun dará mucho de qué hablar y tiene muchísima tela de donde cortar. Porque ha habido tal profusión de información y datos de la red de corrupción de Javier Duarte, que el asunto no puede ni debe quedar solo en la caída del cordobés. ¿Y su esposa y cómplice Karime Macías? ¿Y sus socios Moisés Mansur y Juan José Janeiro? ¿Y los ex  funcionarios  veracruzanos que participaron en la red de empresas fantasmas?  Porque es un hecho cierto que Duarte no se llevó todo ese dinero. Que si bien es cuantiosísimo el desvío que se le imputa hay otros beneficiarios de lo robado en Veracruz.

Baste recordar la maleta incautada por la PGR en el aeropuerto de Toluca con millones de pesos del erario veracruzano, justamente en plenas campañas presidenciales del año 2012, y que se especuló que iban destinados al equipo del entonces candidato Peña Nieto.

Ahora, ya detenido Javier Duarte, la  pregunta que flota en el ambiente es si el ex mandatario “cantará” y hará un salpicadero de antología, o si la confianza que transmite ahora que está en poder de las autoridades estriba en que negoció inmunidad para su esposa, familiares y cómplices implicados en el gran saqueo a Veracruz, a cambio de silencio sobre los beneficiarios de sus hurtos.

Lo que sí se avizora es que la captura del ex gobernador es apenas el inicio de una nueva telenovela que transmitirán Televisa y adláteres. Pronto nos informarán que se confirma que Duarte entregaba cuantiosas sumas de dinero a Andrés Manuel López Obrador, que financió la campaña de los candidatos a gobernador y a diputados locales de Morena en el 2016 en Veracruz; tema que el gobierno federal le encargó mover fuertemente al actual gobernador Miguel Ángel Yunes Linares, tarea que puntualmente ha venido cumpliendo. El mismo Yunes que ahora, no podía ser de otra manera, se cuelga la medalla de la aprehensión y se dice orgulloso del hecho, cuando hasta hace poco, cuestionado por reporteros locales sobre la huida de Duarte, decía que el tema de su captura era responsabilidad del gobierno de Peña Nieto.

De igual manera es previsible que ahora nos salgan con que no hay motivo para perseguir a su esposa y socios, porque son “testigos protegidos”. Y que el dinero, bienes, recursos y rendimientos financieros decomisados serán entregados al “pueblo de Veracruz”, sin que sepamos, como hasta ahora, dónde están el dinero y propiedades presuntamente recuperados en diciembre del año pasado por el actual gobierno veracruzano.

Pronto sabremos el curso que tomará este caso. Pero conociendo el modus operandi de nuestro sistema político no dudemos que todo quede en la captura, juicio y un enorme ruido mediático en torno al ex gobernador. Porque si Duarte, fuera de sí y dispuesto a embarrar a todos los implicados en ese mar de corrupción se decide hablar, es más probable que antes nos informen que se quitó la vida en su celda, arrepentido y desesperado por los pecados cometidos.

Ya iremos viendo los nuevos capítulos de esta historia de una infamia más cometida por políticos voraces y sin escrúpulos, donde, como siempre, el más agraviado y al que quizá nunca se le reparará el terrible daño infringido es al pueblo de Veracruz.

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