La semana pasada hubo en Xalapa un interesante evento de la Confederación Nacional de Trabajadores Universitarios, que congrega a decenas de sindicatos de personal académico y administrativo de las universidades públicas del país, y es liderado por el ingeniero Enrique Levet Gorozpe, Secretario General de la Fesapauv.

[Ajá, para los perspicaces, el ingeniero Levet es familiar cercano mío, como es evidente, pero eso no tendría por qué me impedirme que me refiera a algo que considero ha venido haciendo de manera positiva; como si fuera pecado hablar bien de los consanguíneos].

Bien: fueron días de intenso trabajo a un lado de las ceremonias oficiales, a las que asistieron las máximas autoridades del estado: la académica, la rectora Sara Ladrón de Guevara, y la política, el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares.

Hubo conferencias magistrales, hubo reuniones y juntas, hubo grilla académica -como debe de ser-, pero sobre todo permaneció en el ambiente de la Confederación la consigna de seguir luchando con todo el esfuerzo en favor de conservar, mejorar y acrecentar la educación pública en nuestro país, con énfasis en la de nivel superior.

Es un hecho que las universidades públicas han sufrido un embate en contra desde que se asentó el neoliberalismo en México, allá a principios de los 80 del siglo pasado, porque quienes preconizan esta ¿ideología? están a favor de una educación elitista de calidad, sólo para las clases económicamente pudientes, con el fin de asegurar la preeminencia del capital sobre los intereses de la masa social.

En el afán de replicar el modelo gringo de universidades carísimas que sólo pueden pagar los privilegiados, desde hace más de 30 años ha habido una notable tendencia en los gobiernos federales que se han sucedido (sin importar el partido del que provienen) que busca reducir drásticamente el presupuesto asignado a las instituciones de educación superior que emanan del Estado, y redirigir los dineros públicos hacia canonjías en favor de las universidades y tecnológicos privados.

No lo han logrado, ciertamente, porque el sindicalismo universitario ha dado una batalla histórica desde hace 35 años. A fuerza de una combativa y permanente acción, las agrupaciones adheridas a la Contu han conseguido año con año que no pasen los recortes presupuestales que persistentemente se han propuesto al Congreso de la Unión para cada ejercicio fiscal.

Si no fuera por eso, la educación superior pública ya hubiera desaparecido, y universidades autónomas como la Nacional, la Metropolitana, la Veracruzana o la de Guadalajara estarían convertidas en colegios exclusivos para formar los cuadros de las clases dirigentes, con cuotas elevadas, una estricta disciplina y una ideología conservadora.

Gracias a los sindicalistas universitarios, muchos jóvenes de escasos recursos han tenido acceso a la educación superior y con ello a una mejor calidad de vida para ellos y sus familias.

La defensa heroica contra las reducciones presupuestales se ha dado en todos los frentes posibles, y en la pasada reunión nacional los sindicatos y agrupaciones adheridos reafirmaron su convicción de seguir luchando en favor de la educación nacional laica, gratuita y universal… desde el kínder hasta los posgrados.

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