Los hay de todos los tamaños y conformaciones. Y también tienen su personalidad propia: algunos se exhiben plenamente como retándote a que metas tus llantas en ellos; otros, se embozan en la sombra de los árboles o en la oscuridad de la noche, y caes en ellos sin preparación alguna, sin que puedas prevenir a tu columna o a tus retinas en peligro (un fuerte golpe en el coche te puede dejar tuerto o ciego, me dice el eminente oftalmólogo Luis Álvarez Frutis).

Hay otros más que no parecen ser lo que son y esconden su verdadera naturaleza: unos se ven imponentes y son unos míseros hoyitos que la suspensión ni toma en cuenta (a menos que traigas un vehículo marca Jeep, que son verdaderos portentos en contra de la comodidad viajera). Al contrario, hay otros que son la hipocresía hecha socavón, porque de plano ningún conductor se imagina que en esa superficie de apariencia amable se encuentra todo un prodigio maligno de la naturaleza.

Son los baches de Xalapa, que permanecen en nuestras calles contra toda la lógica y los esfuerzos del área del Ayuntamiento encargada de taparlos.

Casi todos vienen de la estirpe de la corrupción, porque hacer mal las cosas para tener que estarlas arreglando permanentemente, es un negocio que emana de la quintaesencia del fraude constructivo.

Dije casi todos… porque también, hay que reconocerlo, algunos son debidos a las veleidades del subsuelo, que en estas regiones es capaz de modificar su estructura y temperamento sin decir agua va, y es que precisamente las aguas que corren en Xalapa por debajo de nuestros pies son de cuidado y de efectos alarmantes, cuando no trágicos.

Hay baches que llegaron para quedarse entre nosotros por siempre. Recuerdo el que está a la entrada de la SEV: formidable, omnipotente, majestuoso. Se ubica justo en medio del arroyo porque sabe que a los lados siempre habrá coches estacionados, ahí donde no cabe ni un alfiler. Lo ves, te vas acercando a él y, como el gorrión de José Emilio Pacheco, te das cuenta de que no podrás alzar tu libertad amenazada. Si te va bien, emerges con el estómago descompuesto, la espalda dolorida y el coraje enhiesto, aunque con la suspensión más o menos ilesa. Pero hay otra probabilidad: las llantas delanteras quedan con un chipote lateral que te obliga a comprar nuevas cuando todavía hubieran podido dar un servicio de varios miles de kilómetros.

En ese rubro de los baches perennes hay que mencionar los del acceso a la Central de Abastos, los adoquinados del Fraccionamiento Las Ánimas, los de la avenida Ruiz Cortines…

Tal vez una solución ante la imposibilidad de quitarlos sea que los aceptemos como tales en nuestra realidad cotidiana. Podríamos hasta ponerles nombre de algunos conspicuos ciudadanos, que agradecerían el gesto: Bache del Cronista Emérito de la Ciudad Pepe Zaydén, Bache del Pollotón del Negro Santiago… en una de ésas, hasta nos hacen el favor de tomar en cuenta la petición reiterada de muchos intelectuales mexicanos y al bache más bonito se le impone el nombre de nuestro mejor escritor xalapeño: don Sergio Galindo, una verdadera gloria de nuestras letras.

Y junto con el nombre, a esos baches impertérritos se les podría poner algún adorno, para que destaquen también por la estética: tal vez unas jardineras con tiestos multicolores a éste, o un juego de luces que le dé mayor profundidad a aquél, aunque sea visual solamente, por favor.

Bueno, muchas cosas se pueden hacer con los baches… ¡hasta taparlos, señor alcalde!

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