Cuando trabajé en el diario La Prensa de la Ciudad de México, a los reporteros que cubríamos policía se nos ordenaba, cada 9 de mayo, que buscáramos la nota de un sujeto que hubiera atacado a su madre.

Y ahí nos tenías lector buscando en las 16 delegaciones, y al jefe de corresponsales hablando a todas las corresponsalías, hasta que dábamos con el tipo que era exhibido el 10 de mayo en la contraportada del periódico con el siguiente encabezado “HIJO DESCASTADO” y un balazo muy colorido: “Ebrio despreciable tunde a su madre con la olla de los frijoles”.

Aunque parezca paradójico, en los años ochenta del siglo anterior, cuando el machismo todavía se presumía y no existían defensorías de la mujer, costaba un triunfo dar con un sujeto de esa calaña.

Sí, es verdad que las golpizas eran parte de los usos y costumbres de una sociedad indolente y por eso no se denunciaban. Pero estas agresiones eran pocas en relación a las actuales. Tan pocas, que por eso eran nota de ocho columnas en la sección policiaca.

Hoy, mi Jefe de Información de aquel entonces (saludos donde te encuentres mi querido Luis Muñiz), no tendría problemas en pedir a sus reporteros ese tipo de trabajos.

Otro punto importante: en los años ochenta se hablaba de golpes o golpizas; hoy se habla de asesinatos de mujeres. Pero lo lamentable es que a pesar de que la violencia contra las ellas es de escándalo, poco o nada se hace para erradicarla.

Ya se hizo costumbre que cada 8 de marzo veamos el rosario de estadísticas sobre las agresiones que sufren. Y escuchemos a los políticos soltar su choro paternalista e insulso donde se comprometen a apoyarlas.

Pero todo queda ahí; en estadísticas y apoyos que nunca llegan.

Veracruz, que en tiempos de Lara tenía fama de cantarle bonito a las mujeres, se ha convertido en uno de los estados con más feminicidios. Sólo en febrero se contabilizaron 24, casi uno por día. Y en lo que va del mes van seis si contamos el de este martes en Poza Rica, donde una mujer taxista fue ultimada a balazos.

Es cierto que muchos de esos feminicidios son producto de la inseguridad, pero no todos.

¿Qué hay con la violencia familiar, laboral y escolar que sufren las mujeres? ¿Qué hay con los casos de misoginia tan comunes en todos los niveles sociales? ¿Qué hay con los programas de ayuda para erradicar la violencia de género?

No deja de ser irónico que mientras más avanzamos como sociedad, más violentos somos los mexicanos y eso es patético. Y más cuando esa violencia la descargamos en alguien del sexo opuesto.

A pesar de que el machismo ya no se presume, seguimos siendo una sociedad machista. Y eso también es patético.

¿Tiene solución la violencia contra las mujeres? Sí, sí la tiene. Y no es cuestión de presupuesto ni de discursos retóricos. Es cuestión de todos como sociedad.

Quien acosa, agrede, insulta y humilla a una mujer, es como el sujeto que golpeó a su madre con la olla de los frijoles. Por el bien de todos, evitemos convertirnos en hijos descastados.

Faltarle a una mujer podrá ser un asunto de machos, pero nunca será un asunto de hombres.

bernardogup@nullhotmail.com