En la iglesia católica, como en cualquier institución humana hay grupos, sectas, cofradías, asociaciones de seres humanos, hombre y mujeres, que coinciden en una forma de pensar, en una práctica de vida o de ejercer la ideología de este milenario organismo religioso.

Como en toda institución humana, en la iglesia hay también intrigas palaciegas, intereses, deseos malsanos de avasallamiento, de ponerle el pie al otro, de truncarle su carrera, de quedar bien con el de mayor jerarquía, de querer escalar a costa de todo, con tal de tener los beneficios que da el poder.

En la arquidiócesis de Xalapa, para no ir lejos, un grupo de clérigos se empoderó desde hace muchos años, logrando grandes prebendas y beneficios. Los cercanos a esa cofradía, nos cuenta una fuente, tenían las mejores posiciones en la Curia arzobispal –la oficina administrativa del arzobispo-, las mejores parroquias –entiéndase las más pudientes- y las mejores posibilidades para hacer estudios en el extranjero, concretamente en Roma, donde el cófrade mayor o líder del grupo, había tejido muy buenas relaciones.

Claro, hay curas y muchos, dedicados a su feligresía, atentos a las necesidades de su gente, cumpliendo auténticamente la misión que emerge de las enseñanzas de su fundador. Pero bueno, los hay quienes están, como dijo el Papa en la ya célebre entrevista que dio a El País madrileño a finales del mes de enero, “en una iglesia anestesiada por la mundanidad” y a esos nos referimos en este texto.

La reflexión emerge de un hecho concreto que quizá para el lector no imbuido en estos temas podría pasar desapercibido, pero para quienes conocen las entrañas de la iglesia católica en nuestra capital, resultó muy significativo.

El 29 de enero, en la misa dominical, el arzobispo Hipólito Reyes Larios anunció la salida del padre Rafael González Hernández de la Catedral Metropolitana. Se lo dijo a la feligresía, ya sin la presencia del cura. Ahí dijo que sería relevado por el padre Roberto Reyes Anaya, un sacerdote de reconocida solvencia moral e intelectual, quien en su carrera clerical tiene anotado el haber sido rector del Seminario Mayor de Xalapa.

A algunos feligreses les extrañó, pero bueno, como la fe es ciega, aceptaron el anuncio de su pastor Hipólito Reyes Larios.

Esa misma semana, el 1 de febrero, por la noche, en una ceremonia religiosa, el prelado titular, acompañado del obispo auxiliar, José Rafael Palma Capetillo, le dio posesión de la sede de la Iglesia Catedral.

Llamó la atención que tampoco estuvo presente el padre Rafael González Hernández, el párroco saliente y aunque el arzobispo hizo un somero agradecimiento y en el Semanario Alégrate distribuido el 12 de febrero aparecen dos renglones para agradecer “la labor pastoral que desempeñó por varios años el padre Rafael González”, de este clérigo no se dice nada más.

El sacerdote oriundo de Xico, abogado por la Universidad Gregoriana de Roma y conocedor de los pasillos del poder en la Curia papal, fue el que llevó los alegatos legales para que Rafael Guízar y Valencia fuera nombrado Santo de la Iglesia Católica y lleva el mismo procedimiento del padre Martín del Campo.

Hombre de una gran inteligencia, dicen quienes lo conocen, se ha desempeñado con gran institucionalidad, pero también con mucha astucia, para dirigir una cofradía que como escribíamos en renglones arriba, ha tenido grandes beneficios de la iglesia xalapeña. En pocas palabras, ha sabido repartirse y repartir bien el pastel del poder terrenal que representa la iglesia Católica.

“En Roma todas las oficinas vaticanas se abren con su nombre”, dice un testimonio. Su influencia es de muchos años, añaden. Su dominio del latín y del italiano, naturalmente, ha sido fundamental, para convertirse en vínculo necesario de la iglesia central con la iglesia local de Xalapa.

Alrededor de su persona se han tejido muchas leyendas que a este reportero no le constan y que omite por cuestión profesional, pero lo que sí resulta claro, según los testimonios recabados, es el poder que Rafael González Hernández ha ejercido. Por ello la pregunta: ¿por qué no estuvo en la ceremonia de su relevo en la Iglesia Catedral, cuando es normal que el saliente reciba al entrante?

Además, quienes estuvieron ahí, cuentan que el arzobispo Hipólito Reyes Larios, con su natural desparpajo dijo: “le recuerdo al nuevo párroco que su asiento es aquel y no éste”, refiriéndose a la silla catedralicia, reservada única y exclusivamente para el arzobispo, quien por ley es el titular de la Iglesia Catedral.

Los politólogos dirán que Hipólito Reyes Larios se empoderó. Que el relevo de Rafael González Hernández obedece a que el prelado no está dispuesto a compartir el poder y el don de mando que posee. Quién sabe.

La gente sonrió. Todos lo tomaron a chacoteo, pero quienes conocen el fondo del asunto sabrán por qué Hipólito Reyes Larios se refirió así al nuevo párroco y a quién le dirigió ese mensaje.

Habremos de enterarnos muy pronto el destino del padre Rafael González Hernández. Quizá nunca sabremos qué pasó exactamente esos últimos días de enero y primeros de febrero o si son simplemente parte de la leyenda diocesana los rumores de las cofradías en la iglesia de Xalapa. @luisromero85