«Vas a enamorarte, y ya no se te va a quitar nunca.

Aunque pase el tiempo. Aunque madures.

Aunque todo termine.

Aunque ya no se llame igual.»

Karla Montero

 

Voy a volverme a enamorar. Y hablo entonces del amor por ciudades, de mis pasos recorriendo las calles del DF, de mis recuerdos en Madrid o del sueño guajiro y ojalá no tan lejano de Barcelona y París. Hablo de los días soleados pero con frío, de las tardes leyendo un libro cuando el monólogo interno se convierte en eterno diálogo con uno de mis autores favoritos, la catarsis que ocurre cuando el libro me lee.

Hablo de las charlas con mi abuelo mientras sopeo la galleta en el café –sin dos de azúcar, por supuesto- y soy impertinente y me río fuerte: también las apariencias se cansan de ser guardadas siempre. Quiero decir, me hacen feliz las palabras soeces, sorber los restos de sopa, hacer ruido con la pajilla, andar en calzones por la vida.

Hablo de mi madre cuando me acaricia el cabello y su entrañable habilidad para sanar desde una rodilla raspada hasta un corazón roto. Pienso sin remedio -como todo gran amor cuando se aproxima- en mis razones para abrir los ojos cada mañana (ninguna supera los diez años): Israel, María Fernanda y Regina. Mis sobrinos. Mis amaneceres. Mi reír contigo y junto a ti tres veces.

Volveré a enamorarme y ya no se me va a quitar nunca, claro está: ¿Cómo evitarlo si pienso en aquella fiesta de diciembre cuando me embriagué con 2 amigos? En el mezcal y las copas de más, en el vino, Karen Souza y el jazz. En los pasillos de la facultad, en la clase de las diez, los garabatos en la última página de una libreta con rayas, las nimiedades, los viajes de improviso y las carreteras en donde aprendí que el trayecto también es hogar.

Es el retorno a lo sencillo sin que por ello pierda su complejidad. Se trata de saber decirle «sí» al domingo, a los ratos a solas, al «mesa para uno, por favor», a sonreírle de cerca y con dentadura perfecta a la felicidad. Se trata de asentirle al vestido floreado, a las faldas cortas, al poder de un lápiz labial, a Cat Stevens, Los Beatles y los Rolling Stones. A lo sano que resulta el hedonismo y a la sabiduría del ego en pequeñas dosis (cuando es sabiduría y no estupidez).

Voy a volverme a enamorar. No sé cuándo y no sé cómo y hablo también del amor propio pero te lo digo ya: Sí, voy a volverme a enamorar.