Calle, espada desnuda,
boya en el cielo inmensa y amarilla,
tan redonda la luna, como flota
viene navegando
en el azul del firmamento
y en el silencio lento
un trovador lleno de estrellas…
(Luiza. Antonio Carlos Jobim)

Gal Costa interpreta Se todos fossem iguais a você montada sobre una alfombra mágica: Herbie Hancock en el piano, Oscar Castro Neves y Paulo Jobim en las guitarras, Ron Carter en el contrabajo, Alex Acuña en las percusiones y Harvey Mason en la batería. Y esa voz sensual y portentosa, y la vital inventiva del piano de Hancock, y la infalible solvencia de la sección rítmica son poseídos por un swing que se apodera de la noche. Cuando terminan, los aplausos invaden la sala hasta que no cabe uno solo más. Entonces entra Tom Jobim, se queda a solas con el piano y con unas cuantas notas silencia al auditorio. Y canta Luiza como nadie más podrá cantarla, y canta Luiza con una intimidad que sobrecoge, y canta Luiza con la honda saudade de una voz que parece despedirse, una voz que acaso sabe que le queda poco tiempo para decirle al mundo cosas al oído, para seguir ejerciendo su vocación de gaviota y caracola, de espuma de mar, de redonda lua que navega en el silencio lento.

Y después el público estalla en pirotecnia como si intuyera que esos vítores son postreros, como si estuviera consciente de que esa noche de 1993 en la que el Free Jazz Festival de Sao Pablo le organizó un homenaje, sería la última que pisaría un escenario el compositor que llevo la voz de Brasil al mundo entero.

Herbie Hancock fue el director musical de esa lluvia de estrellas de la música brasileña y el jazz: Joe Henderson, Shirley Horn, Gal Costa, Oscar Castro Neves, Jon Hendricks, Ron Carter, Gonzalo Rubalcaba, Harvey Mason, Alex Acuña y Paulo, hijo de homenajeado, elevaron la música de Jobim a lugares a los que pocas veces tenemos acceso.

Y también estaban, esa noche, Ravel, Debusy, la música popular brasileña, el cool jazz de los años 50 y todas las músicas que fueron tocando a Antonio Carlos desde la infancia, desde que llegó a su casa un piano viejo, medio arrugado y cano, que se convirtió en su juguete más preciado.

Y también estaba, esa noche, el encuentro con Vinicius, el poetinha vagabundo junto al que habría de construir, él, que había abandonado la carrera de arquitectura, inéditos sonidos para darle al mundo o a la vida o a quien fuera otra forma de decir la sensualidad, el amor por los otros, por la naturaleza, por las garotas que caminan por la playas de Ipanema, por la paz, en fin, por la vida buena.

A los 20 años, Jobim decidió abandonar la carrera de arquitectura para ganarse la vida tocando en centro nocturnos y estudios de grabación. «Mi madre reclamaba que los músicos de la noche terminan pobres, borrachos y en la calle. Pero mi padrastro me apoyó y pude seguir», recordaba. Con los años, su talento lo llevó a crear la bossa nova junto con Vinicius de Moraes y Joao Gilberto; a componer, por solicitud del gobierno de su país, una sinfonía dedicada a Brasilia, misma que presentó en Carnegie Hall de Nueva York; a musicalizar el drama de Vinicius de Moraes Orfeo da Conceição, que tras ser llevado a escena teatral, pasó a la pantalla grande con el nombre de Orfeo negro, película que ganó la Palma de Oro del Festival Internacional de Cine de Cannes en 1959 y los premios Oscar y Globo de Oro a la mejor película en lengua extranjera, ambos en 1960; a ser convocado por Frank Sinatra para grabar un dueto que pervive en la memoria musical del planeta; a componer para el cine, viajar por todo el mundo, recibir premios y homenajes, convertirse en mito pese a que su modestia lo llevara a declarar: «Lo mío fue un accidente, una casualidad, yo no lo hice, no es mérito mío».

Antonio Carlos Jobim nació en Tijuca, en el norte de Rio de Janeiro, el 25 de enero de 1927, hoy lo recuerdo porque la semana pasada cumplió 90 años, recuerdo también que un día después de su cumpleaños 87, el 26 de enero de 2014, perdimos una de nuestras grande voces, la de José Emilio Pacheco. Mi nostalgia y mi voluntad los reúnen en una canción de Tom: Se todos fossem iguais a você, / que maravilha viver. Y en un soneto de José Emilio que nos informa que ambos están despiertos.

Presencia

¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía,
estas pocas palabras con que el día,
dejó cenizas de su sombra fiera?

¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía
que vuelva a ser de pronto primavera.

No quedará el trabajo, ni la pena
de creer y de amar. El tiempo abierto,
semejante a los mares y al desierto,

ha de borrar de la confusa arena
todo lo que me salva o encadena.
Más si alguien vive yo estaré despierto.


https://www.youtube.com/watch?v=CN0I_Wqn27w&t=2768s

 

 

CONTACTO EN FACEBOOK        CONTACTO EN G+        CONTACTO EN TWITTER