Cualquiera diría al verme: piel morena, castaña, caderas anchas, labios gruesos, nariz afilada.
Ni muy sin igual ni tan especial: Más común que corriente, si bien va.
He tenido las ideas más largas que las piernas y admito que mi única constante es la variable.
Que me sobran defectos, me faltan virtudes, que no suelo callarme cuando debo
pero otorgo silencio por respeto.
He llorado por hombres, he visto a hombres llorar por mí.
He sido herida y he sido también la daga que hiere:
el ciclo de la vida.
He sido la chica a quien nadie mira y también la que camina
robándose miradas.
He sido la torpeza hecha mujer: la que se cae en alcantarillas, la que pierde las llaves,
la que nunca está a tiempo, y la que de tan impuntual, ha sido justa y precisa.
Y de tanto no ser, he sido y reincido en cataclismo. Y yo que bien sé, soy más tormenta que mujer:
Llovizna ligera, vendaval, la gota que derrama el vaso, la cruz en el calvario, la piedrita en el zapato.
Y es que un ciclón se forma en el mar…Y una mujer que viene del mar no llora, sólo regresa al agua las gotas que alguna vez tomó prestadas.
Soy mujer de agua porque fluyo,
Porque no soy mar en calma y sí río inquieto,
Manantial que brota: soy la sed que provoca el agua con sal.
Esas mil mujeres en una: la tormenta en la cama,
El tormento en el alma.
La calma si amerita,
La piel canela.
La tinta.