Como muchos lo hemos advertido, el asunto de las manifestaciones de todo tipo en contra del alza de 14 al 20 por ciento a las gasolinas, decretada por el presidente Enrique Peña Nieto el pasado 27 de diciembre y que entró en vigor el primer día de este año; un año con un inicio azaroso como pocos.

Recuerdo un comienzo tan complicado solamente el 1º de enero de 1994, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional del Sub Marcos saltó a la fama mundial con acciones guerrilleras más mediáticas que efectivas, militarmente hablando, al tomar algunas regiones del Estado de Chiapas.

Hoy estamos asistiendo a un levantamiento popular también, pero de características muy diferentes: no es una lucha reivindicadora de injusticias sociales, sino una respuesta creciente frente a una acción de Gobierno que ha resultado sumamente impopular.

Sumamente impopular, y muy mal manejada desde la perspectiva de la comunicación gubernamental, porque se nota a leguas que los encargados de sustentar la buena imagen y la información de la Presidencia de la República no leyeron el librito, el manual de primeras letras que indica qué medidas se deben tomar cuando hay que dar a conocer públicamente una decisión que va a disgustar a la masa ciudadana.

Fue una verdadera lástima ver a funcionarios del gabinete y al presidente del partido en el gobierno balbucear declaraciones que lo único que hicieron fue revelarlos como unos ignorantes ante este tema. Con sus salidas a la prensa, el Secretario de Hacienda, el de Economía, el líder del PRI -el propio Presidente-, solamente consiguieron hacer rabiar más a la opinión pública, cansada de tantas pifias y tantos errores del peñismo en todos estos años.

Y a eso hay que agregar el nombramiento tan mal aceptado por el respetable de un personaje que ya había tenido que abandonar el gabinete por su falta de simpatía ante el pueblo, Luis Videgaray, que regresó como Secretario de Relaciones Exteriores para terminar de sepultar la poca simpatía de que aún gozaba su amigo el Presidente.

Pareciera que están haciendo hasta lo imposible porque su partido pierda la presidencia para el próximo sexenio, como lo hizo Javier Duarte en su momento y en Veracruz con su desastrosa gubernatura.

Hay una especie de maldición inevitable, que hace que cuando el poderoso empieza a caer cometa los peores errores y ponga así las condiciones para su derrota total.

Recuerdo como ejemplo lo que me contó en Managua un comandante sandinista allá por 1979, cuando acababan de ganar la Revolución. Él me afirmaba que al movimiento sandinista lo había hecho ganar el propio Anastasio Somoza, el dictador que fue finalmente derrotado.

—Resulta —me explicaba el guerrillero Tomás Borge, un hombre serio, poeta y muy amigo de Julio Cortázar, según me confió el propio autor de Rayuela— que en marzo del 79 llegamos con nuestras columnas del sur y del occidente hasta la misma capital. Iban camiones llenos de armas que nos habían dado los cubanos, y desde ellos arengábamos al pueblo a que las tomara para que se enfrentara al ejército somocista. ¡Y nadie salió de sus casas! A tal grado que tuvimos que regresarnos a la sierra, porque sin el apoyo popular era imposible que derrotáramos al bien pertrechado ejercito del dictador. Bueno, pues nos rehicimos y en junio volvimos a la capital, pero esta vez Somoza ordenó que la aviación saliera a bombardearnos en las calles de Managua. Y resulta que las bombas empezaron a caer en las casas de la población, así que todos salieron desesperado a pedir un fusil para combatir al dictador que los estaba matando despiadadamente.

¿Sera pues que Peña Nieto ha ordenado ahora que nos salgan a bombardear con alzas de precios y con declaraciones tontas que sólo despiertan enojo?

Cuidado, que esto está creciendo… y va a crecer más.

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