El fracaso evidente de la democracia empieza a sembrar desvaríos en la aldea latinoamericana. Está visto el ascenso social es posible, que puede llegar a gobernar cualquiera –lo que es un error y no una cualidad-, pero también es cierto que la democracia no ha podido resolver los problemas estructurales: ni la pobreza, ni el desarrollo, ni la seguridad, acaso ha alimentado la voraz corrupción que se escuda tras la legitimidad del voto.
Acostumbrados a caminar unidos en esta especie de péndulos históricos, los países de Sudamérica suelen aventurarse juntos en los procesos de integración de sus nuevos gobiernos.
Así, muchos de ellos caminaron de la mano durante las dictaduras; se emanciparon de ellas para dar paso a gobiernos de derecha que impulsaron con fervor el neoliberalismo de los ochenta y noventa. El nuevo siglo los sorprendió con una oleada de gobiernos de “izquierda” que querían dar marcha atrás al capitalismo salvaje escondido tras el integracionismo comercial y la globalización.
Pero el fracaso de los gobiernos venezolano, argentino o brasileño de este principio de siglo es evidente, y es obvio que sucedió en América Latina; sólo pensaron que tras los desastres económicos y sociales de la década neoliberal, nada funcionaría mejor que presentarse como adalides de una cierta izquierda.
Hoy el péndulo va de regreso. “El lugar común pretende aleccionarnos que lo que fracasó fue la izquierda; eso les sirve a casi todos, sobre todo a quienes buscan desprestigiar y desactivar por un largo tiempo, cualquier proyecto de izquierda verdadera”, refirió el New York Times en septiembre pasado.
Y entonces los empresarios llegaron al poder. Hace un año, el argentino Mauricio Macri rompió la tradición de partidos tradicionales y resultó el primer empresario que alcanza la presidencia de su país desde el retorno de la democracia, en 1983. Reconocido como un fenómeno social y mediático, cambió los negocios por el fútbol antes de saltar a la política. Fue presidente del Boca Juniors.
Hay más. En abril pasado, el acaudalado empresario Horacio Cartes venció en las elecciones presidenciales de Paraguay, con casi la mitad de los votos; recuperó el poder que el Partido Colorado había perdido en el último mandato. Cartes también es dueño del equipo de fútbol Libertad; votó por primera vez.
Al menos, en nuestro país no se cayó en la tentación de la manzana encantada del pejelagartismo disfrazado de izquierda. No sabemos si para bien o para mal, pero los grupos de poder político y económico cerraron el paso a lo que en otros países falló estrepitosamente. Tampoco los empresarios han intentado llegar al poder por sí mismos, sino a través de los partidos políticos con los que tienen un vínculo estrecho.
Pero el simplismo de la política tenochca –Dehesa dixit- divierte pero al mismo tiempo asusta. Resulta que hace algunas semanas, cuando todo parecía indicar que Hillary Clinton sería la próxima Presidente de los Estados Unidos, no eran pocos los sesudos analistas que daban por sentado, que en un acto a imagen y semejanza, las posibilidades de Margarita Zavala de ser Presidenta de México aumentaban considerablemente.
Incluso, como en esto nada es casual, la principal televisora del país lanzó en horario triple A, un bodrio de melodrama lleno de lugares comunes, frivolizando la política y a los políticos –lo que en la mayoría de los casos es cierto-, y presentando a una heroína capaz de salvarnos de un deshumanizado país a causa de los gobiernos de hombres. ¡Válgame Dios!
¿Pero qué creen? Que la Hillary perdió y ganó el locuaz Trump. Entonces, pues a buscar la siguiente imagen en el espejo: el empresario exitoso capaz de sacar de la jodidez a los mexicanos, a partir de la fórmula secreta del éxito económico. Total, ya pasó en Argentina y Paraguay, por tanto, los gobiernos hablarán el mismo idioma empresarial. ¡Ay nanita!
Y empezaron a saltar nombres cual chapulines en comal: Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo, capaz de ser amigo de Salinas y del Peje al mismo tiempo. Beneficiario de la privatización monopólica y hoy enfundado en una imagen de filántropo incansable. En esa lista se apuntaría también a Germán Larrea, de Grupo México; Armando Garza, de Alfa; e incluso Alberto Bailléres, de Grupo Bal.
Pero si Cartes y Macri pasaron por las canchas de fútbol, pues que ya vayan apuntando a Jorge Vergara y a Emilio Azcárraga, dos magnates dueños de los principales equipos del país, Guadalajara y América, respectivamente. De Vergara, sus intrépidos promotores han dicho que tiene unos 2.5 millones vendedores de sus productos Omnilfe; si cada uno de ellos le consigue 5 votos, seguramente sería Presidente. ¡Recontra plop!
Es una democracia tan frágil, tan proclive a la propaganda, el falso debate de que es hora de que nos gobiernen los empresarios podría volverse en nuestra peor pesadilla.
La del estribo…
Bastaron un par de muy breves reuniones para disuadir a Alberto Sosa y a Luis Ángel Bravo de sus intenciones de mantener poder e influencia en sus instituciones. ¿Cuánto aguantarán algunos medios de comunicación? ¿Cuántos cerrarán antes de que llegue Santa? ¿A cuántos no los alcanzará el perdón?