De muchos lados le sale la música a Alejandra Paniagua: a veces brota a borbotones de sus ojos, a veces está enredada entre las cuerdas y sus yemas, a veces, es una de las visiones de su voz. Siempre es un hallazgo inesperado, félido que acecha el momento del descuido para pegar el salto y tomar posesión de los rincones más hondos de su alma.
Alejandra se busca, y muchas veces se encuentra, en un lenguaje hecho de retazos de música clásica, son jarocho, jazz, pop y otros ingredientes que fue colectando entre la formación académica y el canto popular. Con ese bagaje ha ido construyendo una visión del mundo que comenzó entre pinceles, espátulas, lienzos y un piano casi virginal que siempre guardó silencio. Sea ella quien nos narre la historia de una niña que comenzó mirando los colores de la música y ahora tiene la certeza de que, el actual, «es tiempo de vibrar».

Any Colour I Like

Yo soy de aquí de Xalapa, empecé a cantar casi desde que empecé a hablar, hace poco mi mamá me enseñó un casete de cuando yo tenía tres años y ya estaba cantando.
Yo vengo de familia de artistas por el lado de mi padre, mi papá es Emanuel Paniagua, artista plástico. Mi familia paterna es de Guatemala, su padre, mi abuelo (fallecido hace un año) Raúl Paniagua de León, era maestro de piano en el Conservatorio de aquí [Facultad de Música, UV] y su padre, mi bisabuelo, Raúl Paniagua, fue un pianista muy famoso en Guatemala, fue un niño prodigio, a los seis años ya daba conciertos. Hizo una gran carrera de músico, tocó para el ballet de San Francisco, California, también vivió en Nueva York, en los años 40, fue músico de Irving Berlín, Irving Berlín no era músico entonces él le traducía.
Yo me acuerdo que desde chiquita entraba al estudio de mi papá a verlo trabajar, él tenía un buen equipo de sonido y siempre estaba escuchando música, el recuerdo más claro que tengo es The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd. Fui haciendo una cinestesia desde chiquita con los colores, la materia y el sonido, tengo imágenes muy grabadas de esa música con la pintura, con lo material. Esos son los primeros recuerdos que tengo con la música.

Yo nunca escuché tocar a mi abuelo, yo vivo con mi papá y con mi abuela y en casa tenemos el piano que mi abuela le regaló pero jamás lo escuchamos tocar, jamás dio conciertos ni audiciones, sin embargo fue uno de los mejores maestros de piano de la Facultad, dio piano de carrera y piano complementario. Un par de veces intentó darme clases pero yo me resistí porque no sentía que el piano era lo mío, yo siempre fui más cuerda y canto, pero sí me enseñó a escuchar, él era casi virtuoso de eso entonces yo aprendí, primero, a escuchar, a absorber.

Ariles de aquel que zarpa / no pude tener el corno / y me quedé con el arpa

En la primaria y la secundaria siempre estuve en actividades artísticas y canté en coros, y como a los 12 años entré a la Orquesta Infantil y Juvenil del DIF. Empecé con flauta dulce, después tenía que elegir un instrumento para tocar en la orquesta y yo no sé por qué razón se me hacía muy atractivo el corno francés. Yo quería tocar el corno francés pero mi papá no quería, entre muchas cosas me decía es muy complicado, no la vas a armar. Él siempre tuvo una idea de lo que yo podía llegar a hacer en la música entonces fue delineándome un poco, me dijo ¿por qué no intentas con el arpa?, en esta orquesta no hay nadie que toque el arpa, tú puedes ser la primera, siempre con esa visión de que yo podía brillar.
Empecé casi a la fuerza, no me llamaba tanto porque yo sí quería tocar el corno. Empecé a tomar clases con la exarpista de la Sinfónica [de Xalapa] Britta Shiffer. Estuve con ella como dos años pero llegó un momento en que me hartó la rigidez de lo clásico, tienes que conservar la postura y si no tienes la yema en esta precisa posición, no sale. No podía con esa cosa tan rígida y ella misma nos recomendó, a mí y a mi papá, que me pasara al apara jarocha. Mi arpa era jarocha, la compramos en un pueblito que se llama Cerrillos de Díaz, en el municipio de Alto Lucero, y nos fuimos empapando del folclor. En escuela siempre estuve en clases de ballet folclórico pero siempre tuve una distancia con el folclor, yo era más de rock, pop y estas cosas.
Tomé clases con el maestro José Luis Arauz, exarpista del Tlen Huicani, con él descubrí una parte más empírica y más de improvisación en el arpa.

Encuentro de dos mundos

Como te decía, siempre canté pero a los 14 años me empezó a interesar más y tomé clases particulares de canto clásico con el maestro Eduardo Mora Rosas, él me preparó para entrar a canto clásico a la Facultad [de Música] pero no quedé por dos lugares entonces entré al Instituto Superior [de Música] a tomar un diplomado en canto con Ana Luisa Méndez. No lo terminé porque no era precisamente el canto clásico lo que yo estaba buscando.
Al mismo tiempo estaba en canto clásico y en arpa jarocha, todavía no podía conectar ambos mundos pero yo sabía que en algún momento quería sacar algo de las dos cosas.
Me gustaba mucho más cantar que tocar, pasaba más tiempo descubriendo cosas de mi voz que tocando, no me gustaba sentarme tantas horas a estudiar entonces avancé más en canto que en arpa.

La comedia y la tragedia

La Calandria. Son Jarocho: Arancha Peláez Cházaro, Raymundo Pavón Lozano y Alejandra Paniagua (Foto: DHQ Fotografía
La Calandria. Son Jarocho: Arancha Peláez Cházaro, Raymundo Pavón Lozano y Alejandra Paniagua (Foto: DHQ Fotografía

Toda la primaria y dos años de secundaria estuve en una escuela privada muy rígida y bastante fea. En tercero de secundaria me cambié a la Xallitic y ahí fue donde descubrí el son jarocho más tradicional, la verdadera raíz. Hasta ese momento yo había concebido el arpa como un show de virtuosismo y cuando descubrí este lado del son, más poético, más de campo, con historia, más auténtico, sí cuajó en mí. Intenté meterme al taller de son que tenía Laura Rebolloso pero me dijo que en su taller no había arpa.
Ahí conocí a mi mejor amiga, Arancha Peláez, yo siempre toqué el arpa y ahora ella toca la leona y es versadora y hasta ahora hemos logrado cuajar esas dos cosas, el arpa y el son tradicional, y ya tenemos un grupo de son jarocho que se llama La Calandria.
Como no pude entrar al taller de son jarocho, entré al taller de teatro. A mí me apasiona el teatro, yo que sería ser actriz, tomé unos cursos de iniciación para entrar a la Facultad de Teatro pero  finalmente no entré.
Más o menos a esa edad, mi papá me enseñó a tocar guitarra pero la toco empíricamente, no he profundizado, me clavo más en el arpa.

 

SEGUNDA PARTE: Los años maravillosos

TERCERA PARTE: Tiempo de vibrar


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