Has sembrado palabras.
Son cultivadas y en la cosecha,
Surge algún tipo de poesía.
(Flor Zavala)

Hay un verso de Flor Zavala especialmente revelador: Yace entre mis piernas una ciudad en llamas. Desde ahí, desde esa hornacina fertilizada por el humus de sus propios cataclismos y por las gotas que alguna vez tomó prestadas del mar, Flor construye un cosmos de versos funámbulos que se pasean por los alambres de la consciencia y de la ausencia con felino desafío a las leyes newtonianas.

Flor Zavala (Foto, Alex Caballero)
Flor Zavala (Foto, Alex Caballero)

Humedecencias de lluvia, de mar y de deseo, tautologías y ostinatos que construyen una rítmica que hipnotiza, recurrentes saltos al vacío, maledicencias, ronroneos y silencios, tales son los puntos cardinales de una poética encarnadamente femenina y descarnadamente viva que busca confirmarse en la otredad:

El lector, el cómplice,
quien sostiene el puente del lado opuesto.

Solo al contemplarse en ese espejo:

El poema está completo:
Has mirado el mundo a través de los dedos.

En la poesía de Zavala, la feracidad atenta contra nuestro sosiego y la sobriedad contra nuestro ajetreo, dialéctica que nos atrapa y nos mantiene cautivos, incluso, más allá del último verso. Dejo aquí una breve antología, para conocer más de esta obra, visiten el blog Tejedora de palabras.

Autorretrato

Cualquiera diría al verme: piel morena, castaña,
caderas anchas, labios gruesos, nariz afilada.
Ni muy sin igual ni tan especial:
Más común que corriente, si bien va.

He tenido las ideas más largas que las piernas
y admito que mi única constante es la variable.
Que me sobran defectos, que me faltan virtudes,
que no suelo callarme cuando debo
pero otorgo silencio por respeto.

He llorado por hombres, he visto a hombres llorar por mí.
He sido herida y he sido también la daga que hiere:
el ciclo de la vida.
He sido la chica a quien nadie mira y también la que camina
Robándose miradas.

He sido la torpeza hecha mujer:
la que se cae en alcantarillas,
la que pierde las llaves,
la que nunca está a tiempo,
y la que de tan impuntual
ha sido justa y precisa.

Y de tanto no ser,
he sido y reincido en cataclismo.
Y yo que bien sé, soy más tormenta que mujer:
Llovizna ligera, vendaval, la gota que derrama el vaso,
la cruz en el calvario, la piedrita en el zapato.
Y es que un ciclón se forma en el mar…
Y una mujer que viene del mar no llora,
Sólo regresa al agua las gotas
Que alguna vez tomó prestadas.

Soy mujer de agua porque fluyo,
Porque no soy mar en calma y sí río inquieto,
Manantial que brota: soy la sed que provoca el agua con sal.
Esas mil mujeres en una: la tormenta en la cama,
El tormento en el alma.
La calma si amerita,
La piel canela.
La tinta.

Simbiosis

La gata me mira.
Se adentra en mis pupilas
y apacigua el orgullo que la distingue.
La distingue ser esquiva.
Vuelve si lo requiere,
se va cuando lo amerita.
La gata me domestica:
se
fue
hace
tres
días.

A lo lejos, la echo de menos.
Maldigo su partida.

La intuyo en el tejado.
La gata se revuelva y volcará
su impaciencia en estragos.

Ebria de sí misma,
dueña de amor-a-heridas,
a zarpazos que la condenan a muerte
pero la devuelven/ a una séptima vida.

La gata cae del tejado.
Se acicala.
Me lame latentes las lúgubres heridas.

Le ronroneo.

Me da la espalda.

Me acicalo.
Su vanidad altiva.

La gata me mira,
me sumerjo en sus pedantes pupilas,
en esta simbiosis de no saber
quién se refleja infinita.

Gata me miro
me miró gata.
Lamí sus heridas.
Me fui hace tres días.

Intersecciones

Silencio. Guarida que me respalda.
Calla.

Asalto al vacío.
Acecho de lo no dicho.
Callo, entonces, no otorgo.

Importa poco lo que digan.

¿Qué más da?

Ningún verdadero silencio se ha roto con palabras.

Calla.
Guarda silencio y después…
olvida dónde lo habías dejado puesto.

Malabarista de palabras

Escribes.

Malabareas palabras,
Las atrapas, se caen.
Las pierdes, las rasguñas,
van de la tinta al papel.
Lloras, se vuelven a perder.

Silencio.

Has sembrado palabras.
Son cultivadas y en la cosecha,
Surge algún tipo de poesía.

Silencio.

Dos tiempos:

El lector, el cómplice,
quien sostiene el puente del lado opuesto.
El poema está completo:
Has mirado el mundo a través de los dedos.

La soledad es una puta que duerme con cualquiera

La tarde de domingo,
el llanto hecha un ovillo
porque el lado derecho de la cama está vacío.

Vacío el abismo entre mis piernas,
lo sé y lo entiendo: debo aprender a lidiar con ello.
Se calla el mundo y escucho el ruido que llevo dentro.

He dormido de más,
he despertado a medio día pensando
que me queda grande este cuerpo,
que es absurdo el tráfico en las venas,
que es ajeno el latir de mi pecho,
llega de afuera y desde lejos.

Engaño al tiempo leyendo un libro,
Hasta García Márquez escribió cien años contigo.
He visto una película
de esas tan malas que resultan ser buenas.
He preparado el almuerzo,
no saqué a pasear al perro,
el gato se acurruca en mi regazo,
ronronea y me siento a salvo por un momento.
El departamento, como siempre,
refleja el caos que llevo dentro
lo postergo y busco las llaves:
Para variar, no las encuentro.
Camino por la calle
y el día es casi perfecto.
Y tarareo esa canción de los Beatles
que me acompaña
cuando se acaba la fiesta
y resulta que todos se han ido.

Le sonrío a un desconocido,
me devuelve el gesto
y por un segundo creo ganar la batalla
que tú y yo sabemos, casi he perdido.

Pero he ido al cine, sola.
He ido a un concierto, sola.
He tomado un café, sola.
He sido casi feliz, pero sola.

Llueve y llego a casa.
Me miro al espejo y me he puesto
una falda muy corta.
Te coqueteo como quien no quiere la cosa.
Te he mirado para seducir,
se han clavado en ti dos cuchillas
que surgen sin más de mis pupilas.

Cae la noche
y sé no hace falta compañía.
Hoy me basto y me abrazo por todas aquellas veces
que alguien más eligió no hacerlo.

Huyes: caprichosa, despavorida,
ágil, descarada, desalmada.
Sé que vas de cama en cama.

Si dicen que la soledad es una puta
que duerme con cualquiera:
Yo soy el Girondo, el Bukowski, el tal Sabina
que la arropa con ternura… y se enamora de ella.

Oralidades

Tengo un recuerdo entre los dedos para tocarme como tú lo harías,
para disimular las ausencias, para justificar tus idas y venidas.
Yace entre mis piernas una ciudad en llamas,
es la chispa de tu lengua incitando el fuego que abrasa.

Evoco tu boca en otros labios y yo te imploro y provoco
un viaje sin regreso por las avenidas del paisaje
que atardece entre mis pechos.
Te sujetas a ellos y susurras que nadie en su sano juicio,
querría morir de sed con una tormenta tan desnuda.
Ojalá lloverte, te digo, mojarnos las ganas.
Ojalá yo verte y cantar las miradas.

Vuelvo al instante y soy luna menguante en tu cama,
llevo el invierno en las caderas, cierta canción en el ombligo
y en todo el cuerpo, un enero contigo.
Es la implosión de la piel que no calla y delata;
la complicidad del amante que entiende
hoy no es amor, sino arte.

Entonces derramo tinta en la almohada
y me acaricio con el recuerdo
del hubiera que es, del somos que fue,
Del ojalá volver a ser…
que quiero hacerte con la boca todo
lo que aún no te he escrito con las manos.

VER TAMBIÉN:
Lluvia de llanos en llamas │ Flor Zavala, narradora
Malabarista de palabras │ Flor Zavala / I
Flor de agua │ Flor Zavala / II

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