Malabareas palabras,
Las atrapas, se caen.
Las pierdes, las rasguñas,
van de la tinta al papel.
Lloras, se vuelven a perder.
Silencio.
Has sembrado palabras.
Son cultivadas y en la cosecha,
Surge algún tipo de poesía.
(Flor Zavala)

Hay un mundo, no sé si paralelo o perpendicular pero ajeno al nuestro, cuyos habitantes hacen cosas que nos resultan insólitas y altamente seductoras (si están pensando en el 1Q84 de Murakami, acaso no anden muy errados) en lugares con nombres tan maravillosos como Yoknapatawpha, Mágina, Macondo.
Un hombre va a un lugar poblado por fantasmas solo porque le dijeron que ahí vivía su padre. Otro hombre se introduce en la Amazonía para convertirse en hablador y narrar las historias de otro oriundo de esas tierras que un día despertó convertido en escarabajo. Un caballero decide «irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligro donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama» (1). El más grande de unos seres que se llaman Cronopios, sube al farol del alumbrado y desde ahí toca su trompeta «durante horas haciendo caer del cielo grandísimos pedazos de estrellas de almíbar y frambuesa, para que [coman] los niños y los perros» (2).
Ese es el tipo acontecimientos de ese mundo en el que «no suceden cosas de mayor trascendencia que las rosas» (3), de ese territorio en que hay ciertos puntos «en los que están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos» (4).
Uno llega a ese lugar sin visa y puede permanecer en él, e imbricarse en sus asuntos, el tiempo que desee. En una de mis más recientes visitas me encontré una Flor (lo pongo con mayúscula porque es sustantiva, pero no común) que llegó ahí persiguiendo un conejo blanco y, sin darse cuenta, se quedó atrapada del otro lado del espejo al lado de la Falsa Tortuga, la Reina de Corazones, el Gato de Chester, la Duquesa, el Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo.
Se llama Flor Zavala, es poeta, narradora, twittera, epidermis de tormenta, jugo de mandarina, flor marina.

Las batallas en el desierto

Nací en una familia de no lectores. Mi papá es médico pero no está, en lo absoluto, familiarizado con la lectura, de hecho tenía todo en contra de que yo me dedicara a eso. Mi mamá lee un poco más porque fue maestra muchos años pero no diría que es lectora, es una persona inteligente, al igual que mi padre, pero de una manera distinta, no es que estén impregnados de cultura o que sean asiduos lectores.
Empecé a ser melancólica a corta edad, o así nací según los psicólogos, y escribir fue mi manera de otorgarle un poquito de sentido a mi realidad. Yo no tenía muchos libros de chiquita pero sí problemas económicos (en mi familia) y los libros nunca han estado muy al alcance de quien sea, esa es la verdad, en cierto sentido son un lujo pero desde que cursaba la primaria era muy dada a leer todo lo que encontrara en la escuela.
Comencé a escribir muy pequeña, no recuerdo a ciencia cierta si a los seis o a los siete años escribí mi primer cuento. Era un ejercicio que venía en los libros de la SEP y tuvo un alcance bonito, un impacto importante.
Convertí a la lectura en un refugio porque estaba en una ciudad en la que el nivel cultural era muy bajo, no había nada, no había talleres como los que doy ahora, no había ni bibliotecas, creo que tal vez una pero estaba lejos de mi casa. Entonces fue como empezar muy a ciegas y muy a gatas. Yo sí leí ciertos libros que la mayoría de la gente considera malos (como los de superación personal), era para lo que alcanzaba en mi casa o tal vez lo que estaba al alcance pues eran fáciles de encontrar. Sé que Coelho no funciona porque yo sí lo leí –y lo leí completo-.

La fuente de la magia

Las palabras son,
en mi no tan humilde opinión,
nuestra más inagotable fuente de magia
(Albus Dumbledore en Harry Potter
y las Reliquias de la Muerte)

No tengo problema alguno con admitir que en mis inicios leí todo eso que a mis compañeros de la Facultad les causa rechazo, por ejemplo, me encanta lo que hace Rowling, la autora de Harry Potter, y hasta la fecha lo defiendo, no porque crea que el nivel literario es muy alto sino porque tengo fe en esa labor que hizo con los niños de mi generación (nací en el 91) y además, admiro su vida, su tenacidad y perseverancia.
Lo anterior me permitió formar un gusto, así como ocurre en la música, como se forma en la danza, como lo hace en este tipo de cuestiones y creo que justo es lo que me ha mantenido siempre con una perspectiva muy distinta a la mayoría de la gente que hay en el medio en el que me desenvuelvo. Juzgo menos a quienes inician, por ejemplo. Comprendo los procesos.
He tenido la fortuna de que lleguen a mi vida ciertas personas que me han sabido guiar en lo que hago. En la secundaria tuve una gran maestra que me incitó a entrar a concursos de cuento desde los 12 años. En la preparatoria no soportaba el ambiente de la escuela en la que estudiaba porque eran chichos de dinero y yo, no es que tuviera fuertes privaciones pero en definitiva no estaba en el mismo nivel socioeconómico que ellos. Era difícil adaptarme al ambiente pero tuve un maestro, que ya falleció, que me ayudó a salirme de clases y me enseñó todo lo que pudo de literatura y de redacción para asesorarme antes de los concursos a los que asistí. Ese fue mi gran escape, leía mucho y escribía entre clases, eso causaba un gran rechazo por parte de mis compañeros pero ahora lo agradezco pues me daba una fortaleza más considerable, forjaba un carácter en mí.

La cuenta y el cuento de las piedras

Sistema, poeta, sistema.
Empieza por contar las piedras,
luego contarás las estrellas.
(León Felipe)

Después entré a la Facultad de Letras y fue muy complicado no tener el mismo bagaje o el mismo nivel que mis compañeros, debido a que yo no cursé un bachillerato en Humanidades. Había leído a García Márquez y a algunos autores latinoamericanos pero no mucho más allá. Cuando entré a Letras me asusté, sabía que era lo que me gustaba pero no pensé en lo que debía enfrentar.
Cuando estaba en la Facultad, modelé algunas veces y a la par estuve en la Escuela de Escritores, con Irving [Ramírez], me fue bien en ambas. Pude haber sido pesada, que es lo normal a los 20 años al dejarse llevar por el ambiente, y nunca ocurrió, yo creo que porque, dentro de todo, siempre me mantuve con los pies muy firmes en la tierra.
Mi gusto por la literatura ha sido cultivado poco a poco, la gente cree que ha sido a pasos agigantados, no entiendo la razón pues me ha costado un trabajo considerable. En cuestiones de escritura me parece fue una suerte, así, franca y concretamente: fue una suerte. En bachillerato gané el concurso estatal de poesía pero no tenía idea de lo que estaba haciendo, no es como ahora que tengo más conocimientos al respecto, ya que cursé las materias en la universidad. Sé cómo se hace, sé qué sí, sé qué no, por eso dejé a un lado la poesía. Le tengo mucho respeto al género.
Acabo de finalizar un diplomado en Bellas Artes. Tuve un maestro buenísimo, Jorge Humberto Chávez, es el poeta más reconocido de poesía social no solo en México sino en Latinoamérica. Le gustó mi trabajo, es muy duro con los alumnos y fue especialmente duro conmigo pero me señaló que era porque creía que lo que yo estaba haciendo valía la pena. Eso me dio una confianza mayor en mí aunque ese tipo de poesía tan académica no es la que publico ya que, siendo honesta, no creo que le guste a la gente (risas). Es el tipo de poesía que hacen mis compañeros de generación, sirve para ganar premios pero dudo que alguien la lea. Considero que la diferencia entre eso y lo que hago en Twitter o en redes sociales es como la diferencia entre un café cargado y uno descafeinado pero también lo disfruto, es como hablar conmigo misma, escuchar mi soliloquio, mi monólogo.

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NOTAS:
1 Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
2 Julio Cortázar, Louis enormísimo cronopio
3 Carlos Pellicer, Recuerdos de Iza
4 Jorge Luis Borges, El Aleph

SEGUNDA PARTE: Flor de agua

VER TAMBIÉN: Flor Zavala, trabajadora textual, impartirá un taller literario en Xalapa

 

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