Vladimir Coronel forma parte de la generación de músicos que con Édgar Dorantes a la cabeza, hicieron, con sus propias manos, el actual Centro de Estudios de Jazz de la Universidad Veracruzana, JazzUV. Forma parte, también, de la primera generación de mexicanos que estudiaron en el Conservatorio de Música de Puerto Rico gracias a la presencia de Eddie Gómez, Marco Pignataro y Luis Marín en el Seminario Internacional JazzFest que se realizó en los años 90.
Su carrera musical comenzó en el CCH Oriente, cuando su padre ingresó a los talleres de música y adquirió una pasión que habría de transmitir a toda su familia. El propio baterista nos narra la historia.

Quando eu era criança, que a alegria

Nací en Zacatepec, Morelos, en el año 88. Mi papá es educador, se dedica a la pedagogía
y anda muy metido en esos rollos pero le hubiera gustado estudiar música. Desde muy chico se fue a estudiar a México y entró a los talleres de música del CCH Oriente y empezó a tocar en los grupos de música andina, ahí le nació el gusto por la música folclórica entonces, en casa siempre ha habido música, siempre la ha habido instrumentos porque él ha tocado en diferentes agrupaciones acompañando ballets folclóricos, toca el violín, la jarana, requinto jarocho, la quinta huapanguera, la jarana huapanguera, toca sones de tarima de Tierra Caliente y folclor de todo México entonces mi primer acercamiento a la música fue ese, la música tradicional mexicana, fue lo primero que escuché. Siempre había ensayos en mi casa y yo iba y me ponía dizque a tocar con un tamborcito y una guitarra de feria que tenía.
Recuerdo que todas las mañanas ponía música para despertarnos, ponía a Rubén Blades, huapango, son jarocho y recuerdo que le preguntaba ¿qué es esto?, ¿quién es éste? y así fue como, inconscientemente, fui creando un criterio musical.
Como te decía, él acompañaba ballets y fue a España, a Brasil, a varias partes que ahora no recuerdo pero tengo muy presente que estuvo como un mes en Brasil y cuando regresó llegó con dos cajas llenas de casetes, debe haber sido en 1994 o 95. Mi hermano y yo compartíamos cuarto y teníamos una grabadora y todos los días, antes de dormir, poníamos casetes, él ponía uno y yo ponía otro y así nos arrullábamos, cuando nos quedábamos dormidos entraba mi mamá y apagaba la grabadora.

Eu sei que eu vou tocar

Así empecé a escuchar a Caetano Veloso, Edú Lobo, Gilberto Gil, Gal Costa, Jobim, Joao Gilberto, todos ellos pero yo no sabía ni quienes eran. Digamos que mi acercamiento al jazz fue por la música de Brasil, Coltrane, Parker, Armstrong y todos esos vinieron muchísimos años después.
Después, mi papá me empezó a invitar a su grupo de música tradicional mexicana, me decía oye, ¿no quieres tocar el requinto?, ¿no quieres tocar el cajón? pero nunca me dijo siéntate y toca sino que terminaban de ensayar y yo agarraba la jarana y empezaba buscarle pero él no me decía nada, nunca me enseñó aquí está Do, písale aquí, cuando se dio cuenta de que realmente me interesaba se sentaba a tocar conmigo pero no me explicaba nada. Después empecé a tocar en el grupo, yo tocaba el requinto, hacíamos presentaciones para CONACULTA, para el Instituto de Cultura Morelos, hicimos varias giras por Estados Unidos. Así es como empecé a hacer una carrea musical a nivel profesional.
Luego se integró mi hermano [Emiliano, contrabajista] al grupo. Mi mamá no tocaba ningún instrumento pero vio que los tres andábamos fuera y dijo yo quiero aprender, aprendió a zapatear y, de repente, los cuatro andábamos de gira. Lo interesante de esto es que los cuatro integrantes de la familia hemos andado juntos en la música.

Pra ver a banda passar

Toda la primaria y parte de la secundaria toqué con el grupo de mi papá.

Emiliano y Vladimir Coronel (Foto, Eddi Samayoa Gil)
Emiliano y Vladimir Coronel (Foto, Eddi Samayoa Gil)

En algún momento mi papá fue director de Cultura del Ayuntamiento de Zacatepec entonces se le ocurrió la idea de formar una banda municipal infantil, no sé cómo le hicieron él y el Presidente pero mandaron a traer instrumentos a Praga. Hay muchos estudiantes checoslovacos que van de intercambio al Tecnológico de Zacatepec, ellos trajeron los instrumentos: clarinete, saxofón, tuba, o sea, los instrumentos de una banda de viento.
Antes de que llegaran los instrumentos (tardaron como un mes o mes y medio), contrataron un maestro para que nos enseñara solfeo y toda esa cuestión, ahí aprendí a leer música, fue mi primer acercamiento a la teoría musical.
Empecé a tocar el saxofón y el clarinete en la banda, era una banda de viento de pueblo, no era una banda sinfónica o filarmónica, tocábamos la Danza de los Chinelos, que es muy tradicional en el estado de Morelos, El Sinaloense, todos los temas que se tocan en una banda para amenizar los desfiles o cualquier evento que pueda haber en el pueblo. Empecé a tocar el saxofón y el clarinete pero yo veía al de las tarolas, siempre me llamaron la atención las percusiones pero en la casa solo había instrumentos de cuerda, no de percusión.

Rockin’ In Rhythm

Un primo, que es mucho mayor que yo, estaba en la prepa y tenía su banda de rock. Estaban construyendo el segundo piso de la casa, él ensayaba con sus amigos en la azotea y dejaba su batería ahí y, cuando se iban, yo me subía a pegarle, ese fue mi primer acercamiento con la batería. Mi vida musical siempre ha sido pícale aquí, pícale allá, toca esto, toca aquello, realmente no fue que me pusieran una batería o unas percusiones y me dijeran arráncate, no, siempre fui explorando varias sonoridades musicales, eso me ha ayudado muchísimo. Después mi primo se llevó la batería entonces agarraba botes de pintura y no me acuerdo qué tantas cosas pero armaba mi batería y me ponía a tocar.
Mi papá me dijo ¿no te interesa el piano?, te gusta la batería porque te la pasas más chido, porque cotorreas más, porque tienes más libertad pero tienes que aprender armonía, solfeo, tienes que estudiar bien. Él siempre andaba metido en la cultura, fue promotor cultural y andando en eso conoció a una pianista que era directora del Centro Morelense de las Artes en Cuernavaca (Zacatepec está a media hora de Cuernavaca), le platicó de mi hermano y de mí y ella le dijo deberías de traerlos a los conciertos que ahí aquí. Me empezó a llevar pero como que no me movía tanto, no me interesaba mucho.

Piano Man

Tengo una prima, Ada, que toca en un grupo de sones de tarima del estado de Guerrero que se llama Yollotecualli, tiene una trayectoria muy amplia en el género, ha viajado mucho, trabaja con otros grupos como Tembebe, Contino, muchos grupos. Una vez fuimos a su casa y tenía un teclado que no tocaba, lo agarré y empecé a tocar y a tocar y me dijo llévatelo, aquí no lo ocupamos.
Me llevé el teclado y empecé a tocarlo. Mi abuelito, el papá de mi mamá, tomaba clases en una academia de órgano, de esos de pedal, y mi mamá le dijo llévatelo. Me metí a esa academia, mi abuelito y yo íbamos a la misma clase y era chistoso porque nos comprábamos nuestros libros de canciones de Juan Gabriel, Luis Miguel, José Alfredo Jiménez, toda la música popular y nos poníamos a tocar y dábamos recitales. Nunca se lo he dicho pero fue muy bonito compartir con él esa etapa.
Después entré a una secundaria técnica y había concursos entre escuelas de música, pintura, informática, todos esos concursos. No sé cómo se enteraron de que tocaba pero empecé a concursar, gané el regional, gané el estatal y me fui al nacional dos veces tocando el piano. Vi que de verdad me gustaba y empecé a estudiar piano en el Centro Morelense de las Artes, estuve ahí como tres o cuatro años.
Cuando estábamos en la banda municipal, mi hermano [Emiliano] tenía cinco años, estaba en el kínder, y yo nueve, él tocaba la trompeta y aprendió a leer música antes de aprender a leer y escribir. Afinaba muy, muy bien, hasta la fecha tiene un oído muy privilegiado y, tampoco sabemos cómo, un día llegó a la casa un bajo y él empezó a agarrarlo y a tomar clases particulares de bajo eléctrico y de contrabajo en el Centro Morelense, entonces yo iba a clases de piano.
Las clases eran diarias entonces viajábamos todos los días de Zacatepec a Cuernavaca, mi mamá nos lleva, nos regresaba, etc. Cuando me inscribí formalmente a la escuela yo no sabía quién era el maestro y cuando llegó vi que era invidente y yo, ignorante, le dije a mi mamá:
-¿Cómo me va a enseñar si no ve?
– Tú no te preocupes, pon atención y haz lo que tengas que hacer.

On fire

No sé cómo, en ese mismo periodo, llegó a mi casa un disco de Michel Camilo que se llama así, Michel Camilo, no sé si un amigo de mi papá se lo prestó pero el caso es que me lo acabé, saqué pedacitos de canciones porque no tenía recursos para hacer una transcripción, yo me la pasaba cachándole por aquí, picándole por allá, si algo me aburría me iba a lo otro, etc., no tenía rigor del estudio, yo me la pasaba jugando, realmente.
El maestro se llamaba Eduardo Ibarra, estudió guitarra e hizo muchos cursos de piano en Boston. En la primera clase me dijo a ver, toca. Empecé a tocar y él me decía no pasas este dedo, ¿verdad?, no tocas con las yemas ¿verdad? y yo me sorprendí mucho. Luego me preguntó ¿qué escuchas? y le dije a Michel Camilo. Empezó a tocar y me y yo dije órale. Nos identificamos mucho pero no seguí con el piano porque siempre me había movido la persecución y, la verdad, no tenía interés en ponerme a estudiar armonía porque, en ese momento, no lo veía necesario, decía, si yo voy a tocar batería o percusiones para qué quiero saber esto, yo quiero saber ritmos.

Y las percusiones / serían las razones / que yo aceptaría

Yo veía a Giovanni Hidalgo y muchos otros y decía yo quiero ser como ellos entonces llevaba mis bongós a la clase, el maestro agarraba el piano y nos poníamos a tocar, esas eran mis clases de piano. Nos la pasábamos muy bien pero un día le dijo a mis papás, de buena manera, Vladimir es muy talentoso pero veo que le gustan las percusiones, podría ser un buen pianista pero siento que no es lo que realmente ama, no lo siente tan suyo.
Un día, un hermano de mi papá llegó a la casa y dijo mira, pasé por un bazar y compré estas congas, me costaron 250 pesos. Se estaban desbaratando pero empecé a lijarles el parche que estaba medio poroso y no sé cómo le hice pero las arreglé. Armando Montiel vivía en Cuernavaca, lo contactamos y me pasé meses y meses llamándole para que me diera clases hasta que yo creo que lo cansé y me dijo bueno, ven a mi casa pero nada más te voy a pedir un favor, si un día no llegas preparado, te dejo de dar clases. Empecé a estudiar con él, me dediqué, ahora sí de lleno, a las percusiones, estuve con él dos años, creo que del 2003 al 2005. Estuve estudiando conga y ahí fue donde me enamoré de la música y dije esto es lo que quiero hacer. Armando me ayudó mucho y me empezó a abrir muchas cosas, me puso a escuchar discos y me enseñó cuestiones del latin jazz.
Después ya hubo más posibilidades y mi papá me regaló una batería y yo me ponía a tocar encima de los discos, no tuve un maestro que me dijera la técnica, los rudimentos, la lectura. Un amigo me echaba la mano a veces pero no tenía una educación formal.
Entré a la prepa y solamente aguanté un semestre escolarizado, lo demás lo terminé abierto porque seguía yendo a clases al CEMA entonces iba a la prepa de siete a tres y mi clase de solfeo empezaba a las cuatro. Mi mamá me llevaba la comida y ropa a la terminal, ahí me cambiaba y me iba a Cuernavaca pero el autobús no llegaba a tiempo entonces reprobé solfeo por faltas. Regresaba a mi casa como a las nueve o diez de la noche a hacer la tarea de la prepa entonces le dije a mis papás ¿saben qué?, no.
Dejé el CEMA y dejé la prepa. No hacía nada, mi hermano y yo jugábamos en equipos, queríamos ser futbolistas entonces me iba a jugar fútbol, me ponía a hacer otras cosas, no me acuerdo qué cosas hacía. Fueron como seis meses en los que no hice nada más que tomar clases con Armando y me ayudó mucho a darme cuenta de qué era lo que realmente quería.

 

SEGUNDA PARTE: The Feeling of Jazz

TERCERA PARTE: Momento borincano


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