No sé si fue pesadilla
o sueño premonitorio
el que entró en mi dormitorio
y se incrustó como astilla.
Cuando me hallaba en la orilla
más serena de mi sueño,
me obligó a fruncir el ceño
la presencia inopinada
de una imagen indeseada:
la de un fantoche arribeño.

La de un fantoche arribeño
que apareció, de la nada,
entre mi ser y la almohada.
Era anodino, zahareño,
de espíritu muy pequeño
y pinta de señorito.
Era la noche del Grito
y escuché, con mucho azoro,
que perdió todo decoro
con un discurso inaudito.

Con un discurso inaudito,
carente de dignidad
que exhibió la vacuidad
de un orador imperito
que atinó a decir, ahíto,
haciendo una reverencia:
¡Viva Trump con su violencia,
sus gritos y sus respingos!
¡Que vivan todos los gringos
que nos dieron dependencia!

¡Que nos dieron dependencia
cultural y financiera!
¡Que viva nuestra frontera
amurallada, y la ausencia
de pudor y de decencia
del candidato fascista!,
¡Viva ese gringo racista,
hay que trabajar muy duro
para financiar el muro
del afán separatista!

Del afán separatista
del poder trasnacional.
¡Viva Trump y su ideal!,
¡Viva Trump neofalangista!,
¡Viva la nueva conquista!
Desperté apesadumbrado,
sudoroso y espantado,
¿Fue una infeliz pesadilla
que se incrustó cual puntilla
en mi ser amodorrado?

¿Tuve un trance delirante
que me condujo al infierno?
México no es su gobierno,
-me respondo-, tan farsante,
no es la casta dominante,
es el rostro cotidiano
del labriego, el artesano,
el poeta, el cantor,
el que tiene pundonor
y siempre ofrece su mano.

Y siempre ofrece su mano
para el cultivo plural.
México es inmemorial
territorio soberano,
es trayecto del humano
que construye las razones
con pinturas y canciones
que nos dan identidad.
Gritemos con dignidad:
¡Viva México, cabrones!

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