En cuatro años, los mexicanos no nos hemos dado cuenta que estamos ante un verdadero genio. Sus opositores y críticos lo hemos cuestionado, investigado, exhibido y hasta millones de sus detractores vuelven a pedir su renuncia, pero él se mantiene impasible.

“No gobierno para quedar bien con las encuestas”, dice este genial personaje cuyo único logro político real fue ser un producto de las encuestas para llegar a Los Pinos.

Sus aliados, correligionarios, empleados y simpatizantes lo han defendido hasta la ignominia. Es un “estadista”, un “visionario”, un convencido del “diálogo”.

Y lo vuelven a repetir públicamente ante el reciente episodio de su encuentro con Donald Trump, pero no se han dado cuenta que están realmente ante un genio de la incompetencia que se cree los escasos halagos que le prodigan por conveniencia, no por convicción

En los años 90, dos psicólogos de la Universidad Cornell, de Nueva York, sin conocer a Peña Nieto ni a su gabinete, describieron de manera extraordinaria el “síndrome Dunning Krugger”, que describe como pocos el estilo de gobernar del peñismo.

Pero lo de Enrique Peña no es un problema privativo de su persona, no, en el país hay otros ejemplos iguales, de sujetos que se encuentran en cargos de importancia (gobernadores y alcaldes) extraordinariamente incompetentes.

Javier Duarte de Ochoa, el joven de 43 años que Fidel Herrera nos dejó al frente del gobierno desde hace casi seis años, es otro ejemplo de esa incompetencia que tanto daño provoca a sus gobernados.

Los veracruzanos hemos sido víctimas de la falta de conocimiento, sentido práctico de lo que significa gobernar y a cambio hemos sufrido un criminal saqueo en las arcas, la toma de decisiones que lesionan el interés de todos y la presencia tolerada de miembros de la delincuencia organizada como nunca antes había pasado. A pesar de todo ello, Duarte sigue empecinado en afirmar “no pasa nada”.