Brindo por este afán de libertad,
por la firme esperanza de cambiar,
brindo por esta fuerza al caminar,
por la vida y por el mar.
Brindo por las almas que se fueron
dejando en su camino claridad,
brindo por la simple idea del viento
luchando contra un viejo temporal.
(Silvana Estrada Beverido)

Si tuviéramos registro de nuestras primeras sensaciones, tal vez Silvana Estrada Beverido me hubiera dicho que su olfato se estrenó con el aroma de la madera, que las primeras formas de su inventario visual fueron un puente y una clavija de contrabajo, que sus oídos, antes que cualquier otra sonoridad, percibieron la voz de un clarinete y pensó el mundo al que acababa de llegar se expresaba con armonía, melodía y ritmo. O quizá me hubiera platicado que su primer aroma fue el del polvo de brea que se desprende cuando el arco roza las cuerdas, que su primer sonido fue el de una lija frotando una tabla y su primera imagen, el rostro de Billie Holiday en la portada de un disco. Si se me permite divagar comentaré que pienso que quizá todos los humanos compartimos sensaciones ancestrales, aromas, sonoridades e imágenes de una selva, un bosque o cualquier lugar en donde estuviera desarrollándose un animal bípedo que al cabo de unos cuantos milenios se dedicaría a destrozarlo todo hasta acabar consigo mismo. Not one would mind, neither bird nor tree / If mankind perished utterly; / And Spring herself, when she woke at dawn, / Would scarcely know that we were gone (Sara Teasdale)*
Para Silvana, la música es hálito vital, es la forma que toman su pensamiento, sus conflictos existenciales, su noción del amor.
Entre la música barroca y el jazz, entre la música tradicional de América Latina y los autores clásicos, entre las letras de Ray Bradbury, Milan Kundera, Julio Cortázar, José Carlos Becerra, Xavier Villaurrutia y tantos más, fue escribiéndose la historia de una voz que, tras 17 años embrionarios, brota con borbotones de metáforas, de hallazgos vivenciales, de dudas, de certezas, de brindis por la simple idea del viento y por afanes de libertad.

In Wonderland

Soy Silvana Estrada Beverido, nací aquí en Xalapa hace 19 años. Empecé a estudiar música porque vengo de una familia de músicos, mi papá es contrabajista y mi mamá es clarinetista, ellos estudiaron aquí, en la Universidad [Veracruzana] y son muy buenos.

Foto tomada de la cuenta de Facebook de Silvana Estrada Beverido
Foto tomada de la cuenta de Facebook de Silvana Estrada Beverido

En esos años no había lauderos y mi papá necesitaba un contrabajo entonces, no sé por qué tiene esa lógica rarísima, decidió irse de a estudiar laudería después de que ya eran académicos de la Universidad [risas]. Se fueron a estudiar a Cremona y ya llevan 30 años trabajando la laudería y son los mejores, me sorprenden, a sus 60 y pico de años hacen cosas cada vez más impresionantes. En el taller de mis papás me he dado cuenta de que el jazz ha progresado en los últimos años porque hace, no sé, 20 años, el único que se paraba para arreglar su contrabajo era Agustín Bernal, no había otro, y ahora cada semana llega mucha gente del DF.
Yo crecí entre madera y entre músicos, sobre todo músicos clásicos, en mi casa siempre se escuchó música clásica y música barroca. Además de eso mis papás tocan, y muy bien, música latinoamericana, tocan cuatro venezolano. En las fiestas, mi papá siempre sacaba el cuatro y la guitarra y todos cantábamos, mis primos y toda la familia, y yo, desde muy, muy chiquita aprendí hacerles voces entonces, de alguna manera, siempre supe que eso era lo que iba a hacer, no tuve que decidir nada.
De muy chica empecé a estudiar violín, con el método Suzuki, con una maestra que se llama Allison pero no me gustó y, como a los ocho años, me cambiaron a piano con la maestra Silvia de la Torre, una pianista que es maestra del ISMEV, que era mi vecina allá en Coatepec. Ella me estuvo enseñando varios años, después lo dejé porque empecé a cantar en el coro del ISMEV, después tomé unas clases particulares de canto clásico con una maestra que se llama Lizbeth Herrera y a los 13 o 14 años ya estaba cantando jazz por mi cuenta.

Baby Sings the Blues

Ahora en mi casa ya hay muchísimos discos de jazz, es lo que más se escucha, pero cuando yo era niña solo había tres que yo oía y oía y oía: Live at Carnegie Hall, de Chet Baker con Gerry Mulligan Quartet, Bitches Brew, de Miles Davis, era rarísimo que tuviera ocho años y me encantara Miles Davis [risas], y una compilación de Billie Holiday, yo odio las compilaciones porque creo mucho en el concepto de un disco pero, bueno, era lo que había. Yo ponía esos discos y no paraba de oírlos entonces mi mamá, desde que yo era muy chica, se dio cuenta de que me interesaba mucho ese tipo de voz.
De alguna manera siempre he pensado muy específicamente en cantar y en un momento mi mamá empezó a ver que la verdad no tenía tanta afinidad como ellos a la música clásica, me encanta y hasta la fecha es de lo que más he oído, música barroca sobre todo, pero desde siempre he me gusta mucho el swing, la improvisación, la armonía contemporánea entonces mi mamá empezó a comprarme discos, me compró uno de Ella Fitzgerald, uno de Sarah Vaughan y cuando me compró el Song Book de Cole Porter, de Ella Fitzgerald, ya no había marcha atrás [risas], ya no había nada que hacer porque me encantó, me fascinó, saqué todas las canciones, en dos meses me lo sabía todo, hasta la fecha puedo pensar en todo lo que está pasando en ese disco [risas].

Silvana Estrada Beverido en JazzUV (Foto, Andrés Alafita - JazzUV)
Silvana Estrada Beverido en JazzUV (Foto, Andrés Alafita – JazzUV)

Después de eso decidí entrar a JazzUV pero la verdad es que no fui muy feliz porque JazzUV estaba muy bebé (tenía cuatro o cinco años) y yo estaba muy bebé (tenía 13 o 14 años) entonces, como que no fluyó esa relación [risas]. Yo iba y entendía qué estaba pasando pero necesitaba que alguien me explicara un poco más de técnica vocal aplicada al jazz porque yo todavía seguía impostando la voz como en el clásico. Estuve un tiempo y me salí pero ahí conocí a Paquito de Cruz, a Chucho Rodríguez, a Frank Forke, al maestro Édgar Dorantes y ellos se volvieron mi escuela en ese momento. Más que en la Universidad, yo aprendí con ellos tocando y equivocándome, ellos me corregían y me pasaban mucha música. Creo que, en general, uno va a una escuela para eso, para conocer gente y escuchar música siempre nueva, esa fue mi primera formación.

Volver a los 17…

Después JazzUV cambió un poco, entró Rafa Alcalá, entró Jordi [Albert] de director. Volví a entrar un año antes de cumplir los 18 para entrar a la licenciatura. La primera vez entré a cuarto semestre de los Propedéuticos, la segunda vez presenté el examen y quedé en sexto pero tuve que hacerlo dos veces porque todavía no tenía la mayoría de edad y no podía entrar a la licenciatura [risas]. Una vez que entré a la Licenciatura todo tomó un poco de sentido, todavía estoy un poco peleada con las instituciones, todavía no entiendo muy bien qué hago en una institución yo que odio tanto la burocracia educativa pero, bueno, ahí estoy.
No he parado de tocar desde entonces, actualmente sigo en el proceso, para nada me considero una cantante profesional de jazz, claro que soy una persona muy profesional pero considero que todavía tengo mucho que aprender y la verdad es que creo que voy a tener 60 años y voy a seguir diciendo lo mismo [risas] pero todavía estoy asimilando el lenguaje, me encanta y no puedo parar de estudiarlo pero también llevo ya un año haciendo mi propia música.

* A nadie le importará, ni a los pájaros ni a los árboles, / si la humanidad se destruye totalmente; / y la misma primavera, al despertarse al amanecer, / apenas sabrá que hemos desaparecido. (Sara Teasdale)

 

SEGUNDA PARTE: In My Own Sweet Way

TERCERA PARTE: Una voz y una piel


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