«En donde mejor me siento es en ese pequeño espacio que hay entre una sonrisa y una lágrima» decía Toots Thielemans, ahí vivió, siempre fue una especie de fiel de la balanza capaz de mediar, por ejemplo, entre el bop de las playas del Atlántico y el cool californiano. En su disco de 1994, East Coast, West Coast coexisten la fuerza y la sutileza, Charlie Parker, Thelonius Monk, Dizzy Gillespie, John Coltrane, Miles Davis, Bill Evans, Paul Desmond y Dave Brubeck son nutrientes de un aliento que a veces toca las puertas de la dicha y otras transita por la periferia de la congoja.
Y lo mismo sucede con la algarabía y la saudade de la música brasileña, otro de sus grandes amores, y con los anquilosamientos europeos y las modernidades americanas, los dos hemisferios de su vida, y con la dicha desbordada de Pastorius y la nostalgia lastimera de Chet Baker, y con la explosividad de Gillespie y la tragedia de Lady Day, y con el nerviosismo de Charlie Parker y el lirismo de Bill Evans, algunas de las tantas dualidades que lo marcaron, de los muchos opuestos que hicieron de él el músico universal que extrañaremos.
Hubiera querido tocar toda la vida pero en marzo de 2014 tuvo que retirarse porque, según informa Chema García Martínez en el diario español El País, «Con la edad, Thielemans se fue quedando poco a poco sin resuello. Apenas podía tocar la armónica y, cada vez menos, silbar o ejecutar un solo con la guitarra (…)
«Dos años y medio más tarde, era ingresado en un hospital bruselense para ser intervenido de un hombro. Una intervención sin importancia, o eso se dijo». En ese hombro, quizá, estaba su vida o su alma o su aliento o no sé qué pero ya no salió del hospital, murió el lunes pasado, 22 de agosto, a la edad de 94 años.
«En donde mejor me siento es en ese pequeño espacio que hay entre una sonrisa y una lágrima» decía Toots Thielemans, me aventuro a conjeturar que, aunque pequeño, ese espacio tiene la suficiente longitud para que su vida nos pusiera cerquitita de las sonrisas y su muerte nos lleve a los linderos de las lágrimas pero solo por un tiempo, cuando pase el duelo, cuando nos acostumbremos a su ausencia física, volverá a nosotros esa risa que lo acompañó, ella sí, a lo largo de toda su existencia.
Al oriente y al poniente
entonaste, con tu armónica,
la melodía polifónica
que cohesionó a tanta gente
Fuiste plural, incluyente,
portavoz del esperanto,
hoy te conviertes en canto
de alegría y epicedio
porque fuiste el justo medio
entre la risa y el llanto.
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