A principios de siglo, Carlos Saúl Menem buscaba afanosamente alcanzar su tercer periodo presidencial. Ya había sido Presidente de Argentina durante una década (1989-1999), periodo durante el cual América Latina vivió una serie de importantes reformas económicas y políticas.

La empresa no era fácil. Había sido acusado y procesado por tráfico de armas y por corrupción. Sin embargo, una serie consecutiva de gobiernos fallidos encabezados por Fernando De la Rúa y Eduardo Duhalde –sin contar el polémico periodo de su antecesor Raúl Alfonsín-, le abrieron la puerta para que obtuviera en 2003 la mayoría de votos pero declinara a participar en la segunda vuelta electoral.

¿Qué llevó a Carlos Menem a ganar la presidencia en medio del escándalo y la justicia tras de él? Nada menos que la crisis de diciembre de 2001 en Argentina, conocida como el Cacerolazo –miles de personas salían a las calles golpeando cacerolas de cocina-. Fue una crisis política, económica y social, materializada en una revuelta popular bajo el lema: «¡Qué se vayan todos!»; después de esto, hubo un período de inestabilidad política durante el cual cinco funcionarios ejercieron la Presidencia de la República.

Según algunas crónicas de la época, la fórmula era sencilla para los argentinos: Menem era un corrupto pero era capaz de tener al país en orden y tranquilidad. Hace dos años, el ex presidente cumplió una década como Senador de la provincia de La Rioja.

Toda proporción guardada, es como si en México se aceptara el regreso a la escena política de Carlos Salinas de Gortari, bajo la presunción de que volvería a tener el dólar a $3.50, ampliaría el comercio y el empleo, construiría nuevas carreteras, tendría al país con un bajo nivel de violencia y se realizarían nuevas reformas estructurales para crear instituciones como el IFE, la CNDH o alguna otra de similar envergadura.

Eso podría estar pasando en materia de seguridad pública en México. No se trata de otra cosa que la tentación del autoritarismo.

Ante la escalada de violencia que azota al país y que no han podido detener gobiernos de uno u otro partido, muchas regiones estarían añorando un viejo régimen autoritario que tenga bajo su control prácticamente todo, incluidos a los grupos delincuenciales.

Con el argumento de que la democracia no ha mejorado ni la seguridad ni la economía, no suena descabellado que emerja una figura política en México que aluda al autoritarismo como una solución posible a estos problemas… y que los mexicanos, tan golpeados por la inseguridad y la pobreza, lo acepten.

La costa del pacífico se ha vuelto una región bajo la ley del narcotráfico. El secuestro del hijo del “Chapo” Guzmán en Puerto Vallarta podría ser un mal augurio de una nueva guerra intestina entre los cárteles de la droga en México. Pero no sólo sucede allá; en la ciudad de México son cada vez más frecuentes los crímenes y la violencia asociados a la delincuencia organizada, por mucho que la autoridad niegue que existan cárteles operando en su territorio.

Y qué decir de nuestra aldea. En las últimas semanas, las noticias han estado plagadas de muertes violentas, en todas las regiones, en lugares públicos y a plena luz del día. Decenas de fosas clandestinas descubiertas un día sí y otro también, que no son más que el reflejo oscuro y siniestro de lo que pasa en nuestro patio.

Por ello, los mexicanos estaríamos ante una falsa disyuntiva de orden social y político. ¿Debe ser la democracia la solución a los problemas o es necesaria la mano dura que nos devuelva la tranquilidad y el orden, donde podamos salir a trabajar sin el temor de no regresar a nuestras casas, perder la vida o nuestros bienes?

Un pasado oscuro que no debe volver hoy nos llama con insistencia. Prueba de ello es la aparición de guardias comunitarias en las regiones más golpeadas del país. Tentadas y cooptadas por la delincuencia, el fondo sigue siendo el mismo: la necesidad de las personas de asegurar su supervivencia, aún por encima de la justicia y la ley.

Y es una condición posible, como se ha venido presentando en Europa a partir de los atentados terroristas. En muchos países del viejo continente, sus ciudadanos estarían dispuestos a sacrificar ciertas libertades y derechos, bajo la condición de preservar la seguridad en su entorno, su familia y sus bienes. La diferencia, es que allá se apegan a las instituciones.

La del estribo…

Interesantes acontecimientos los de este jueves. La nota de Reforma alimentó las versiones sobre la inminente acción del gobierno federal en contra de tres gobernadores; pero Javier Duarte tuvo rápidamente la oportunidad de comunicarse, ahora sí, con el Presidente Peña durante un evento en Los Pinos. La novela sigue…