Volviste a llenar la sala, Hosmé. Nuevamente tu público tuvo que ocupar los pasillos, los escalones, los rinconcitos porque las butacas, de nueva cuenta, no alcanzaron. Al final de la función, otra vez nos levantamos todos, todititos, para aplaudirte mientras el telón, boca de lobo, con parsimonia desvanecía el duelo de la duela, el luto vertical de las piernas y las bambalinas, el atrezo, el San Antonio tantas veces cacheteado, el vestido inmaculado de perpetua virgen cautiva tras el manto de neblina que esfuminaba el escenario.
Estaban todos ahí: Enrique Pineda, Paco Beverido, Juana María Garza, Jorge Castillo, Luz María Ordiales, Elka Fediuk, Raúl Santamaría, Arturo Meseguer, Miriam Cházaro, Alba Domínguez, Rosalinda Ulloa, María Luisa Garza, Yocasta Gallardo, Rogerio y René Baruch, Héctor Moraz, Gema Muñoz, Raúl Pozos y seguramente muchos que no vi o que vi pero ya ni me acuerdo porque eran tantos y tan con su congoja, porque eran tantos y tan llenos de tu vacío. Estaban todos los guerreros que a tu lado, entre los años setenta y ochenta, construyeron la Xalapa grande, plena, orgullo de nuestros orgullos, anhelo de nuestros anhelos.
Nosotros, los escépticos irredentos, los incrédulos de todo tenemos muchas ganas de que haya un lugar que te espere para hacer un montaje con Lupita Balderas, Manuel Fierro, Rodolfo Alvarado, Jenny Zebadua y Francisco Cuevas, con escenografía del Pelón Bautista, iluminación de Miguel «el Gordo» Herrera, coreografía de Martita Morales, música del Picos Martínez y una placa que devele Roberto Bravo Garzón. Tenemos muchas ganas de que exista ese lugar pero no, ya no irás a ninguna parte porque te moriste de cuerpo entero, con todos tus personajes, con la negrura de tu humor, con tus berrinches sobreactuados, con tus innúmeros velorios a ti mismo, ese íntimo ritual con que nos arrancaste las últimas sonrisas.
No volverás pero se queda para siempre esa mujer, cada día más virgen, cada vez más loca, con la que hiciste una metáfora hilarante y despiadada de la soledad, del infortunio existencial, de una desdicha dicha con sarcasmo y carcajada. Esa, cada vez más virgen, cada día más loca trashumante que llevaste a los pueblos más remotos y a los hormigueros de concreto para demostrar a todos que el arte nos enfrenta con nosotros, nos sacude y luego, a veces, nos redime. Para mostrarle al mundo que el teatro nos agranda cuando nos pone frente a dichas que expropiamos para que las nuestras sean más grandes, con infiernos ajenos que se parecen a los propios. Para que quedara claro que es mejor que te rompan la madre en un escenario que traicionarte, que vivir sin pasión, que llevar una vida vacua, que andar por el mundo como cascarita arrumbada en la banqueta, ya sin cacahuate.
La lluvia rompió el pacto con la canícula para venir por ti. El domingo por la tarde, un rayo escandaloso, con voz de mal agüero, vociferó un mensaje que estremeció tejados y calzadas. ¿Quién iba a sospechar que estabas muriéndote en tu Xalapa pluvial y caprichosa?, ¿quién iba a decirnos que la Virgen loca se iría del mundo, un domingo de tormenta, sin conocer varón? La lluvia vino por ti y se fue contigo, y sol ya no quiso ni asomarse, y el día devino masa gris sin forma definida, y un vientecillo helado, de nostalgia honda, penetrante, se apoderó del cielo mientras te sembraban en un panteón del que ya no vas a salir porque ahora te tocar ser alimento de la tierra, pétalo de azahar, niebla, petricor, trino sin ave.
Ya no vas a volver pero esa Virgen loca que acompañó tu vida, acompañará también toda tu muerte. Ya no vas a volver pero dejaste tantas cosas que pese mi escepticismo irremediable, pese a mi crónica incredulidad me levanto de mi asiento para enviarte un abrazo que acaso sientas y un aplauso fuerte que acaso escuches, Hosmé.
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