La Universidad Veracruzana atraviesa por uno de sus momentos más críticos. No sólo por las difíciles condiciones económicas que ha tenido que sortear a causa del incumplimiento de los compromisos financieros del gobierno estatal, sino también por el áspero trato del que ha sido objeto la rectora Sara Ladrón de Guevara.

Sin recursos, las autoridades universitarias y sus estudiantes han tenido que salir a las calles a protestar. Y si bien en esta ocasión se realizó de manera pacífica para presionar a las autoridades estatales, lo cierto es que no lo han logrado, y en contrario, les condujo no sólo a la crisis económica sino también política.

Luego de alcanzar su autonomía, la UV había navegado por las aguas tranquilas de la política local. Los gobernadores capitalizaban en su favor esa autonomía, presentándose como respetuosos de la máxima casa de estudios, de la cual muchos de ellos eran egresados. Pero llegaron los tiempos violentos.

No vale la pena insistir en lo que todos saben; en los compromisos que no se cumplieron; en las fotos que sirvieron para intentar simular un entendimiento que nunca existió; en la embestida sobre supuestos adeudos por pensiones para empatar las deudas; en la aceptación inútil, obligados por el gobierno federal; y sobre todo, en la actitud desafiante del gobernador frente a los universitarios, lo que –dicho sea de paso- tuvo altos costos electorales en junio pasado.

Pero la tormenta no ha amainado. Si el triunfo del candidato opositor supondría una oportunidad para la Universidad Veracruzana de recuperar no sólo los recursos financieros, sino también su protagonismo como el máximo referente de la educación en Veracruz, alejado de la paternidad del gobierno, podríamos estar ante un escenario en el que sólo cambiaríamos de villano.

Sin pudor alguno, el gobernador electo ha utilizado a la Universidad para intentar ganar legitimidad y en su frenético activismo actúa como su máxima autoridad. Ya decidió que será la UV quien elabore lo que es su responsabilidad legal: el programa de gobierno y la revisión de proceso de entrega-recepción.

La Universidad Veracruzana está bajo fuego. Ello explica la filtración que se hizo la tarde de este lunes en las redes sociales sobre el perfil profesional de los principales colaboradores de la rectora Sara Ladrón de Guevara, según la cual muchos de ellos no cumplirían con los requisitos que exige la ley para ocupar sus cargos.

El documento, tan bien trabajado que despierta sospecha, explica que los cargos estratégicos de la Universidad Veracruzana requieren de estudios de posgrado, mismos que se deben acreditar mediante la cédula profesional correspondiente. En tal caso, la mayoría de ellos estarían violando la normatividad universitaria.

Cita, por ejemplo, que los titulares de los tres cargos de segundo nivel, es decir, la Secretaría de Administración y Finanzas, el Secretario de Rectoría y el Vicerrector de Veracruz, no cumplen con el perfil.

De acuerdo a una supuesta investigación hecha en el Registro Nacional de Profesiones de la SEP, Clementina Guerrero firma y se presenta como Maestra pero la cédula profesional sólo la acredita como licenciada; Octavio Agustín Ochoa Contreras se ostenta como Doctor aunque también su cédula lo reconoce sólo como licenciado; mismo caso de Alfonso Gerardo Pérez Morales, quien se dice Maestro pero su cédula profesional refiere sólo a la licenciatura.

Los casos más graves no serían estos tres. Hay por lo menos cinco directores generales que de acuerdo al Registro de Profesiones no cuentan siquiera con cédula profesional a pesar de que se ostentan como Doctor, tal es el caso de Raciel Martínez; Carmen Guillermina Blázquez y Diana González Ortega. Otros más serían señalados se firmar y presentarse como Doctores y Maestros cuando la cédula profesional acredita sólo una licenciatura.

En efecto, muchos de estos posgrados han sido cursados en el extranjero y requieren de su homologación ante las autoridades educativas de nuestro país. Nadie duda de la capacidad profesional y académica de los funcionarios, sin embargo, mucho abonará a la credibilidad de la Universidad, en estos tiempos de crisis política, transparentar cada uno de estos casos y evitar que la guerra de lodo los alcance.

La del estribo…

Dicen los que saben que empiezan a acumularse las renuncias en el escritorio del que manda. El tiempo se agota y nadie quiere cargar con la responsabilidad de actos que se hayan cometido antes de su encargo o durante él, pero sin su consentimiento. Falta que los dejen ir.