El 5 de junio, las urnas hablaron de nuestro nivel de indignación. Ante esto y al ver su principal logro (las “reformas estructurales”) tan atacado desde varios frentes, el presidente Enrique Peña Nieto se puso a pensar cuál sería el legado sexenal en caso de que sus reforma no rindan (no en el corto plazo, al menos) los resultados esperados. Y decidió entrarle al tema más caliente de estos últimos años: la corrupción.
Dice el dicho que “más vale tarde que nunca”. Y viendo el vaso medio lleno, EPN se compromete a luchar contra la impunidad que esperan ya no tenga oportunidad con el Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) promulgado.
Es muy pronto para predecir cuál será el alcance (en términos de opinión pública) de la disculpa. Por lo pronto, a la ciudadanía lo único que le puede significar algo es que las palabras se completen con los hechos. ¿Qué pasará con todos los personajes que hoy tienen señalamientos en contra por enriquecimiento ilícito? ¿Qué sucederá con esos gobernadores que se han servido con la cuchara grande de la cazuela del erario? Porque aunque las disculpas eran algo que habíamos dado por y para siempre omitidas y el pasado lunes nos tomaron por sorpresa, algo tendrá que pasar y pasar pronto.
Lo curioso es que llegan después de algunos cambios que ya hemos observado en la narrativa de EPN: tanto en el discurso como en su operación política. Tras la salida de Beltrones del PRI, Enrique Ochoa llegó para hablar de “autocrítica”. Las urnas obligaron a los priistas, al menos, a anunciar la intención de cambiar. Ya veremos.
Al mismo tiempo, hay que considerar el anuncio de la PGR contra los pretendidos blindajes de los próximamente exgobernadores Roberto Borge, César Duarte y Javier Duarte (quien, por cierto, ya prepara su exilio en EU, según leíamos este lunes). Ayer, EPN firmó, por fin, ese necesario acuse de recibo. Esperemos que tenga claro que las palabras huecas quedarán a menos que veamos una ejecución del SNA impecable, un nombramiento de fiscal impecable y una depuración de la clase política en donde paguen consecuencias, al menos, aquellos que ya son completamente impresentables.
Las disculpas fueron un buen principio, pero no estará completo hasta que veamos las acciones concretas derivadas de este anuncio. Celebramos que Peña Nieto comience a hacerle caso a los asesores que sí entienden cómo funciona la democracia, la rendición de cuentas, los premios y los castigos en las urnas. Los que se preocupan por el qué y el para qué de su imagen —y la de su gobierno— y no solamente por el cómo, el en dónde y el cada cuánto.
Y para que la sociedad perdone, lo más relevante será que ya se dejen de perdonar siempre a sí mismos.