A la muerte de Franco –tan de moda últimamente en estos lares-, intelectuales, académicos y periodistas españoles dedicaron ríos de tinta a trazar lo que sería la España posterior al dictador. El tarot político resultó un gran negocio: durante los primeros años, todos explicaban la ruta que habría de seguir la nueva República; más tarde, se ocuparían en explicar por qué los cambios no sucedieron como estaban planeados. Luego de una década, los problemas de la nueva sociedad española desplazaron lo que parecía entonces ya una discusión bizantina e innecesaria.

Lo mismo sucedió en México. La llegada de la alternancia política sirvió para sacar del aburrimiento a líderes políticos, intelectuales y medios que dieron rienda suelta a la imaginación y dibujaron como sería el país de la democracia sin el PRI. Transcurrieron dos sexenios de claros oscuros y el PRI volvió a la Presidencia. Entonces, como sucedió en España, se dedicaron a explicar el por qué los pronósticos habían fallado y que el país estaba entrampado en un proceso de transición inconcluso.

Pero los veracruzanos somos más chingones. No tuvimos que esperar una década para observar como nuestros pronósticos sobre la alternancia habían fallado; en sólo un mes, nos hemos visto obligados a rematar la bola de cristal en el bazar de la avenida Orizaba, buscando que algún ingenuo se haga de ella en espera de buenaventura.

La pregunta que permeó el lunes 6 de junio fue la misma para todos: ¿qué sigue?

En el caso del Gobernador, que recompusiera su relación con el Presidente y su partido; que llamara a cuentas a los colaboradores que se le habían ido al agua y que estableciera una ruta para el final de su administración, donde considerara un encuentro obligado –tal vez en las peores circunstancias, es cierto-, con quien habrá de sucederlo.

El candidato ganador, mesura. Ya había ganado la elección y por tanto el futuro político le pertenecía. Dejar la campaña atrás y decirle a los veracruzanos cómo piensa gobernar, aún en las peores circunstancias. Que mostrara la madurez política que le debieron dar los años y empezar a tender puentes de comunicación con quienes serán sus interlocutores. El Miguel bueno, pues.

Del partido y su candidato, reconstruir las entrañas del poder; guiar a los priistas en la derrota, recuperar el ánimo y aprender a ser oposición. Sanar las heridas para iniciar, con una verdadera estrategia, la recomposición interna para llegar a la elección de alcaldes como una opción vigente y competitiva.

Y del Congreso realmente no se esperaba mucho. No estaba en el radar de las decisiones; acaso concluir su periodo dejando la casa en orden.

Pero nada de esto sucedió. Nadie siguió el script de las buenas formas políticas. Hoy nos encontramos en un escenario inédito, de alta beligerancia que ha puesto en riesgo la gobernabilidad del estado.

El Gobernador emprendió un activismo para impulsar una inusual agenda legislativa que trajo el desconocimiento del PRI nacional y la reprimenda presidencial, lo que fue interpretado como una nueva derrota política; el gobernador electo olvidó las formas –quien lo conoce dice que no es de extrañarse- y abrió todos los frentes posibles para exacerbar un descontento social que legitime cualquier acción que realice en el futuro, aun fuera de la ley.

El partido se entrampó en los cambios y tiempos políticos de la dirigencia nacional; y el Congreso se vio atrapado en el fuego cruzado entre el Gobernador y su sucesor. Nada de eso estaba en el imaginario hace apenas cinco semanas.

Entonces, para qué adivinar lo que se va a saber…

La del estribo…

“Que devuelvan lo robado…” ¿y luego? ¿Cómo le hacemos con las francachelas, las cenas en París, las noches en Las Vegas, el esquí alpino y los miles de flores y regalos para las novias en turno? ¿Cómo devolver la langosta y el caviar, los vinos de los que no conocían ni el nombre; las fiestas familiares, las navidades opulentas, los quinceaños en Cancún y los viajes de compras a Europa o por lo menos a San Antonio?. No jodan, no hay medicina para tanto vómito!